Los nombres del juego
Cuando entras a Estados Unidos dejas de ser mexicano, colombiano, cubano, y te conviertes en "latino". Antes, las autoridades de Estados Unidos nos llamaban "hispanos", una denominaci¨®n de la lengua y no de la piel. Usado por primera vez por Richard Nixon en un discurso, el nombre "hispano" fue incluido por Jimmy Carter en el censo de 1980. Un a?o antes, Carter fue atacado por un conejo -eso dijo- en un pantano, mientras pescaba. El conejo trat¨® de subir a la barca y el presidente se defendi¨® a golpes de remo. El incidente conocido como el de "the killer rabbit" fue usado como burla, pero nadie record¨® que Hispania quiere decir precisamente "tierra de conejos". Ya se vislumbraba el cambio a "latinos" -para 2000, los latinoamericanos en Estados Unidos hab¨ªan crecido casi el 60% en s¨®lo diez a?os-, que parec¨ªan ahora m¨¢s presentes y, a veces, amenazantes. Con Bill Clinton ya no se trataba de hablar espa?ol, sino de una etnia morena, de labios suculentos, traseros incre¨ªbles, capacidad para bailar, apegados a la familia y al trabajo, en el supuesto de que Jennifer L¨®pez, Shakira, Salma Hayek y Pen¨¦lope Cruz vengan del mismo lugar. Pero los "latinos" tambi¨¦n son violentos, pandilleros que se niegan a aprender ingl¨¦s, narcotraficantes. Y yo que quer¨ªa ser inocuo frente a la Afroamericana de la aduana en Nueva York, pens¨¦ que una explicaci¨®n sin palabras de a qu¨¦ iba yo a Nueva York era ofrecerle un ejemplar de la revista de arte Review -la de David Rockefeller-, que iba a presentar al d¨ªa siguiente. La abri¨® justo en un autorretrato del artista Daniel Joseph Mart¨ªnez en el que alguien le dispara en la sien derecha con un rev¨®lver. La Afroamericana de Homeland Security abri¨® los ojos y me mostr¨® la imagen:
Muchos de los "latinos" estaban ah¨ª antes de que existiera Estados Unidos
-?Qu¨¦ es esto? -pregunt¨® a punto de presionar el bot¨®n que abre la compuerta por la que sales de Estados Unidos despedido al desierto de Ciudad Ju¨¢rez.
-?Arte? -me hund¨ª.
Despu¨¦s de ver los sellos en mi pasaporte, la Afroamericana se detiene en los de la Rep¨²blica Bolivariana de Venezuela -as¨ª dice- y Ecuador. Desde esos pa¨ªses se ha recreado en los ¨²ltimos a?os ese t¨¦rmino inventado por los franceses para justificar la invasi¨®n de Napole¨®n III a M¨¦xico: Am¨¦rica Latina. Michel Chevalier lo acu?¨® en 1837 cuando conoci¨® a Andr¨¦s Manuel del R¨ªo en las minas mexicanas creyendo que hab¨ªan aislado un elemento nuevo: el eritronium. Enviaron el rojo mineral a Europa, pero fue rechazado como descubrimiento hasta que, con Chevalier y Del R¨ªo muertos, los qu¨ªmicos alemanes aceptaron el elemento pero con otro nombre, vanadio, sacado de una diosa del sexo escandinava (el mineral parece un coraz¨®n estallando). La historia equ¨ªvoca de ese hallazgo, con otro nombre, es la de la invenci¨®n francesa de Am¨¦rica Latina: un territorio cuya moral se opone al simple ego¨ªsmo de la "Am¨¦rica Sajona". Desde entonces, hablar de Am¨¦rica Latina es oponerla a Estados Unidos y no, como era la intenci¨®n de Sim¨®n Bol¨ªvar, a una Espa?a "feudal" y opresiva que no nos dejaba a los americanos m¨¢s ruta que la guerra independentista. De todos modos, todo llevaba a Par¨ªs y a los derechos del ciudadano. Eso, antes de que la propia Europa nos llamara "sudacas", con el sospechoso orgullo de sentirse arriba del Ecuador. Pero no ahora, a casi doscientos a?os de la Carta de Jamaica de Bol¨ªvar (1815), cuando Am¨¦rica Latina invoca, simplemente, la defensa preventiva de un vecino armado que no voltea m¨¢s al sur, sino al Medio Oriente. La Am¨¦rica Latina de Hugo Ch¨¢vez es como pasearse delante de una mujer que no nos voltea a ver. Es como defender la caballerosidad de Chevalier cuando nadie nos la solicit¨®.
La Afroamericana me mira detr¨¢s de sus anteojos. Estamos en los d¨ªas de la ley que convierte en delincuentes a los inmigrantes en Arizona s¨®lo por su aspecto de no pertenecer a ese desierto. Muchos de los "latinos" estaban ah¨ª antes de que existiera Estados Unidos: justo ahora, de d¨ªa, en el lado mexicano, fluyen las mercanc¨ªas trabajadas por los empleados de salarios bajos. De noche, los asalariados cruzan la frontera por salarios menos bajos. Decido atizar la culpa de la bur¨®crata de Homeland Security:
-No se aplica s¨®lo a los "latinos" -se defiende.
-?A poco detienen holandeses porque usan zapatos de madera?
No se r¨ªe. Me hundo otro poco.
Tras veinte minutos de interrogatorio, finalmente, la Afroamericana me deja entrar a Estados Unidos, a Nueva York -que es una tercera parte puertorrique?a, dominicana, mexicana y colombiana- y llego a la puerta de la Americas Society en Park Avenue, donde los inmigrantes morenos no cargan muebles, ni riegan jardines, ni bailan tango, ni hacen pel¨ªculas con Tarantino, sino que pasean perros min¨²sculos, peinados, pulcros, perfumados. Le digo mi nombre a la recepcionista.
-?Italian? -sonr¨ªe.
No logro m¨¢s que encogerme de hombros.
Whatever. -
Fabrizio Mej¨ªa Madrid (M¨¦xico, 1968) es autor, entre otras obras, del libro de cr¨®nicas Salida de emergencia (Mondadori. M¨¦xico, 2007) y la novela Tequila, DF (Mondadori. M¨¦xico, 2008).
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