Protecci¨®n de testigos
Lo que m¨¢s me gusta de las pel¨ªculas de g¨¢nsteres es cuando el m¨¢s cobarde de la banda se decide a cantar y lo meten en uno de esos programas de protecci¨®n de testigos. Por alguna raz¨®n esa es la clase de vida que me atrae y ni siquiera me molesta el ch¨¢ndal cutre, ese que al parecer hay que llevar para mezclarse entre el resto de seres an¨®nimos sin levantar sospechas.
Los delatores tienen muy mala fama, y supongo que merecida, desde el colegio hemos aprendido a detestar a los chivatos, no es la condici¨®n de delator, en cualquier caso, la que envidio, sino lo que viene luego. La falsa identidad, la vida modesta pero pagada por el Estado en alg¨²n pueblo remoto animada por la constante tensi¨®n de ser finalmente descubierto, las medias verdades, el ocultamiento, la impostura. Supongo que esos programas de protecci¨®n existen en todo el mundo, incluso aqu¨ª en Espa?a, pero reconozco que he aprendido lo poco que s¨¦ del tema en las pel¨ªculas americanas. No deja de ser curioso que a lo largo de una vida uno sepa m¨¢s del sistema judicial, la polic¨ªa y hasta las agencias de informaci¨®n, los detectives o los esp¨ªas extranjeros que de los propios. Casi todo el mundo es capaz de reconocer un Colt, pero poca gente es capaz de distinguir una Astra, podemos recitar de carrerilla los derechos de los que se informa a un detenido en Norteam¨¦rica, pero ?y aqu¨ª? ?Te dicen algo cuando te detienen? Ni idea. Quien m¨¢s quien menos conoce el corredor de la muerte de la desaparecida prisi¨®n de San Quint¨ªn mejor que nuestras propias c¨¢rceles. En fin, que vivimos en un mundo pero nuestra imaginaci¨®n parece ser el hijo bastardo de otro. El hecho de que en nuestro pa¨ªs se doblen las pel¨ªculas contribuye enormemente a la construcci¨®n de este espejismo, los actores americanos y sus cosas nos resultan familiares y los nuestros hablan raro, sus casas, sus coches, nada en la vida de esos extranjeros nos extra?a, pero al vernos a nosotros mismos en la pantalla se produce una sorprendente dislocaci¨®n, no nos reconocemos en absoluto. Estoy cont¨¢ndoles esto como si fuese algo que le sucede a todo el mundo y ahora que lo pienso puede que no sea as¨ª, puede que me suceda s¨®lo a m¨ª, aunque lo dudo. Algo me dice que muchos o al menos algunos de entre ustedes han experimentado una sensaci¨®n parecida. Aunque tal vez no, estas cosas de la identidad son muy personales (a pesar de que hay gente que considera la identidad un asunto colectivo), as¨ª que en principio todo es posible.
"M¨¢s de una vez he deseado que esta vida de impostura termine alg¨²n d¨ªa"
En cualquier caso, ¨²ltimamente me vengo preguntando si no ser¨¦ yo mismo uno de esos delatores escondido en un remoto pa¨ªs, esta Espa?a nuestra, a la espera de ser descubierto por los antiguos miembros de mi banda. No recuerdo qu¨¦ clase de cr¨ªmenes he cometido en esa otra vida, la vida de verdad, pero puede que se deba a un sofisticado proceso de eliminaci¨®n de huellas mnem¨®nicas que asegura al mismo tiempo mi silencio y mi aparente inocencia. A veces sue?o que un asesino llegado desde ese otro lugar, el m¨ªo (enterrado en lo m¨¢s oscuro de mi memoria mediante t¨¦cnicas muy secretas) me da caza. Lo curioso es que lejos de resultar una terrible pesadilla, me reconforta enormemente. Al fin y al cabo, tener que ocultar lo que uno es, por mucha ayuda del Estado que se reciba y muchas t¨¦cnicas secretas que se apliquen, resulta con el tiempo agotador. Si les he de ser sincero, m¨¢s de una vez he deseado que esta vida de impostura que llevo termine alg¨²n d¨ªa. S¨®lo espero que cuando llegue ese momento, cuando suenen las trompetas de mi peque?o juicio final, entren por la puerta dos polic¨ªas americanos y me informen de mis derechos en perfecto castellano y me lleven por fin al corredor de la muerte al que sin duda pertenezco, o mejor a¨²n, que ese asesino de mis sue?os con la cara de James Coburn y la voz de Constantino Romero me apunte con su rev¨®lver, diga algo tremendamente ingenioso y me extienda mi billete de ida al infierno.
Incluso soy capaz de recrear con todo detalle mi ¨²ltima morada, un agujero bien tapado y sin se?al alguna en la arena del desierto que rodea Las Vegas. Justo al lado de alguno de los cad¨¢veres que iba sembrando Joe Pesci en Casino.
Si morir es descansar eternamente, qu¨¦ mejor manera de hacerlo que regresar a ese ning¨²n sitio del que venimos, acompa?ado ¨²nicamente por perfectos (pero muy familiares) extra?os.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.