Tolcachir cierra un buen negocio
Todas las obras de Arthur Miller hablan de un desmoronamiento: la ca¨ªda de Willy Loman en Muerte de un viajante, la de Eddie Carbone en Panorama desde el puente o la de Joe Keller en Todos eran mis hijos son par¨¢bolas de la Gran Depresi¨®n que asol¨® EE UU durante dos d¨¦cadas y ant¨ªdotos contra el triunfalismo de la posguerra. El entonces joven autor se empe?aba en mostrar que bajo las alfombras de las grandes mansiones hab¨ªa mucho polvo y no poca suciedad. Con el tiempo se fue haciendo m¨¢s y m¨¢s cr¨ªtico con la democracia estadounidense, tantas veces tomada como modelo: ven¨ªa a decir que, tal y como funciona la presi¨®n de los lobbies, mejor ser¨ªa que los diputados se eligiesen por votaci¨®n popular directa entre los presidentes de las grandes corporaciones.
TODOS ERAN MIS HIJOS
Autor: Arthur Miller. Traducci¨®n: M¨®nica Zavala. Int¨¦rpretes: Carlos Hip¨®lito, Gloria Mu?oz, Fran Perea, Manuela Velasco, Jorge Bosch... Escenograf¨ªa y vestuario: Elisa Sanz. Direcci¨®n: Claudio Tolcachir. Teatro Espa?ol. Hasta el 31 de octubre.
Carlos Hip¨®lito es un Joe Keller embaucador, lejos de sus antecesores
En Todos eran mis hijos se advierte un optimismo que Miller perdi¨® acaso con el tiempo y la experiencia. A Keller, el industrial sin escr¨²pulos, la vida le acaba pasando factura. Su hijo, que le sale honesto, simboliza la esperanza de un mundo mejor, que nunca lleg¨®: imaginen cu¨¢ntos Keller hab¨ªa en la Agencia federal de Gesti¨®n Minera que supervisa la seguridad de plataformas petrol¨ªferas como la recientemente accidentada Deep-water de BP, y que al abandonar su puesto pasaron a trabajar para sus ex compa?eros como contratistas privados.
En la adaptaci¨®n de Claudio Tolcachir, el original de Miller se resume en hora y media viv¨ªsima, durante la cual los personajes van pis¨¢ndose las r¨¦plicas y solapando di¨¢logos, tal y como suced¨ªa en su exitosa obra La omisi¨®n de la familia Coleman y como sucede tambi¨¦n en la vida real: se agradece esa frescura. En la primera ocasi¨®n que el autor argentino pone bajo su batuta a un elenco espa?ol, sale bien parado. Carlos Hip¨®lito es un Joe Keller embaucador, amable y fraternal, en las ant¨ªpodas de sus en¨¦rgicos antecesores teatrales y cinematogr¨¢ficos. Por f¨ªsico y car¨¢cter, parece un padre moderno: nos acerca la obra sin introducir anacronismo alguno. Un embaucador de los que te encuentras a la vuelta de cualquier esquina. Gloria Mu?oz encarna admirablemente la doble vertiente l¨²cida y alucinada de Kate, la esposa convencida de que su primog¨¦nito no ha muerto. ?Su mejor escena? Cuando George Deever parece decidido a descubrir el pastel y ella lo engatusa y desarma a base de cari?o. Jorge Bosch, su antagonista, que empez¨® algo nervioso, ah¨ª est¨¢ enternecedoramente manso e indefenso.
A falta de peso dram¨¢tico, Fran Perea y Manuela Velasco, la pareja de j¨®venes enamorados, tienen frescura, encanto y qu¨ªmica entre ellos. La escena de la carta, que debiera cortar el aliento, transcurri¨® la noche del estreno desle¨ªda y entre toses intermitentes del respetable. Un montaje limpio, preciso, ¨¢gil, con alg¨²n momento clim¨¢tico sin rematar.
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