Disidente entre los suyos
Claude Chabrol perteneci¨® a la generaci¨®n de la llamada Nouvelle Vague pero no form¨® parte de sus premisas. En realidad, no las hubo. Todo aquel movimiento consisti¨® en un grupo de muchachos ambiciosos que necesitaban matar al padre para reemplazarlo. Los viejos cl¨¢sicos del cine franc¨¦s fueron despedazados con mordacidad en sus cr¨ªticas, la mayor¨ªa de ellas publicadas en la revista Cahiers du Cin¨¦ma, y cuando lograron dirigir sus propias pel¨ªculas cada cual tom¨® un camino distinto. Salvo la modernidad del lenguaje, ning¨²n otro elemento com¨²n apareci¨® en ellas. Godard, Rivette y Resnais, supervivientes de aquel movimiento, casaban mal entre ellos, y a¨²n menos con Chabrol, Truffaut, Louis Malle, Eric Rohmer, Marguerite Duras o Alain Robbe-Grillet... Fueron individualidades que renovaron la cinematograf¨ªa francesa, y de paso tambi¨¦n la europea y parte de la mundial, m¨¢s por su ¨ªmpetu creativo que por ajustarse a normas.
Chabrol se interes¨® por Hitchcock y, aunque ya es un cl¨¢sico el libro que Truffaut public¨® sobre el genio del maestro ingl¨¦s, Chabrol fue en realidad su m¨¢s fiel heredero. Le interes¨® el conflicto moral que a menudo subyace en el cine de Hitchcock, y sobre todo su sentido del humor. Chabrol escudri?¨® las contradicciones de la burgues¨ªa francesa, especialmente la rural o durante la ocupaci¨®n nazi, y a ella dirigi¨® sus dardos. El carnicero, La ceremonia, Inocentes con manos sucias, Un asunto de mujeres, La flor del mal, En el coraz¨®n de la mentira, Pollo al vinagre... Rod¨® tantas pel¨ªculas Chabrol, m¨¢s de sesenta, que l¨®gicamente no todas pudieron ser buenas. Se le reproch¨® que su cine acabara siendo tan cl¨¢sico como el que criticaba de joven, pero, cada uno en su medida, fue ese un destino com¨²n a los innovadores de la Nouvelle Vague, dejando a Godard siempre aparte. No s¨¦ si Chabrol se encasill¨® en la repetici¨®n de f¨®rmulas y acab¨® siendo un director sin savia. El tiempo lo dir¨¢, pero ya hoy es dif¨ªcil no encontrar iron¨ªas interesantes en cualquiera de sus pel¨ªculas, un atisbo de genial malignidad en el que no queda t¨ªtere con cabeza. Se re¨ªa de s¨ª mismo y de sus contempor¨¢neos con la zorrer¨ªa de un viejo perverso, sabiendo ver la maldad escondida bajo la apariencia de las gentes respetables. Una mordaz radiograf¨ªa de la Francia de hoy.
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