No moleste, por favor
Neorrurales que abandonaron la gran ciudad conviven con los lugare?os
El visitante, aparentemente, molesta. Un hombre calado con una boina azul, rodeado de gardenias y girasoles, lo deja claro: "No quiero conversaci¨®n con nadie que no conozca. No me f¨ªo". Un rato despu¨¦s, en el ¨²nico bar que hay abierto el due?o de la fonda est¨¢ entretenido en un juego de cartas y bufa cuando se le pide un caf¨¦. De lunes a viernes en Robregordo, situado en el kil¨®metro 87 de la autov¨ªa de Burgos, no se ve un alma por la calle y los pocos que aparecen en el quicio de su puerta no quieren mayores sobresaltos. "Estoy resfriada y con una pata mala", dice una anciana cuando se le pregunta por los atractivos del pueblo.
En realidad no hace falta gu¨ªa. Subiendo por la calle principal, tomada por perros callejeros que remiten a otra ¨¦poca, se llega a una planicie donde se encuentra un potro. La gente del pueblo sub¨ªa hasta aqu¨ª para inmovilizar a los animales, bien para poner las herraduras a los caballos o practicar curas al ganado. Unos metros m¨¢s all¨¢ se ve la fragua, fundamental en un sitio donde la mayor¨ªa se dedicaba a labrar el campo y a la ganader¨ªa, como se explica en un cartelito. No huele a choto ni hierro fundido; el potro y la fragua, relucientes, se conservan en realidad como piezas de museo.
"Parece que estamos a a?os luz de la capital del reino", dice el alcalde
En la zona se puede hacer turismo ecuestre, escalada y hasta pirag¨¹ismo
Las casas son de piedra, construidas la mayor¨ªa en cuesta, y de entre todas ellas destaca una con aspecto a?ejo pero con las ventanas pintadas de llamativos colores. Como si de la cuadra de Pipi L?ngstrump se tratara. A los habitantes de esta morada se les conoce como los okupas, pues llegaron hace dos a?os al pueblo y se instalaron en la casa de un hombre que hab¨ªa muerto poco antes. Se les vio en principio con recelo en este pueblo que no llega a los 30 habitantes durante el duro invierno. Esta tarde a un lado de la casa se ve, de espaldas, a un chico de 25 a?os llamado Borja paseando a un perro regordete. "Viv¨ªa en la periferia de Madrid. Lo dej¨¦ todo y me vine aqu¨ª", cuenta sin querer aclarar en qu¨¦ zona exactamente. Mira al horizonte como un asceta: "No quiero jefes, ataduras, vivimos con libertad. En la naturaleza. Me empleo en la huerta, en alguna construcci¨®n que se haga, poco m¨¢s". ?A veces no se aburre? "No, y no tenemos ni televisi¨®n. Siempre hay algo que hacer". En la cocina est¨¢ haciendo la comida su compa?era, Amaya, que se asoma a la puerta y deja entrever algo aprendido del car¨¢cter de Robregordo: "No quiero decir nada. No me gusta contarle mi vida a un desconocido".
La realidad es que el pueblo les aprecia. Los neorrurales se han ganado la confianza de sus vecinos. Admiran que hagan pan y luego vayan con una mochila vendi¨¦ndolo por la capital. Bajando la cuesta con su aspecto de hombre despistado llega Alejandro Garc¨ªa, un cocinero jubilado: "Al principio, cuando llegaron, les ve¨ªamos as¨ª raro, con desconfianza. No nos fi¨¢bamos. Luego vimos que el amo de la casa les daba su consentimiento y que eran majos, buenas personas. Yo mismo les he dejado una huerta que no usaba para que cultiven lo que quieran. Cada cierto tiempo me traen patatas o lo que sea y yo les digo: 'No me traig¨¢is nada que yo soy solo y no me hace falta".
La vida de los neorrurales, gente que deja la ciudad para emprender una nueva vida en el campo, tiene que servir como ejemplo. El visitante, como se dec¨ªa al principio, no molesta en realidad. Sencillamente, las cosas por aqu¨ª van despacio. El que visite Robregordo lo tendr¨¢ que hacer con tiempo, dejando pasar las horas, dando pie a que los lugare?os se acostumbren a su presencia. A partir de ese momento todo cambia.
Robregordo, sin embargo, fue conocido en su d¨ªa como el pueblo ingobernable. En 1994 tuvo cinco alcaldes en ocho meses. Los problemas con el agua, los l¨ªmites de la localidad y los enfrentamientos entre familias hac¨ªan imposible la paz en el lugar. Eso acab¨® desde que lleg¨® al poder ?scar Monterrubio, quien gobierna desde entonces. ?Cu¨¢l es su secreto? "Ninguno. Trabajar, escuchar a todo el mundo. Hacer lo que considero oportuno, pero hacerlo para el inter¨¦s general. Unas veces beneficia a unos y otras a otros", cuenta por tel¨¦fono. Monterrubio lleva tiempo preocupado por el envejecimiento de su poblaci¨®n y la falta de algunos servicios. "Estamos a 80 kil¨®metros, ?no? Pues pareciese que estamos a a?os luz de la capital del reino".
El tiempo, quieto, como si no fuese con este lugar, es en verdad lo m¨¢s importante. Hay que dejarlo pasar, que el karma haga su trabajo. Entonces Robregordo se abre como un mel¨®n para el visitante. Hasta el hombre arisco de la boina azul hace un gesto de saludo con la cabeza cuando nos cruzamos por tercera vez.
Sonrisa de gnomo
- La l¨ªnea 191 de autobuses, que sale desde plaza de Castilla, llega al pueblo tras una hora y veinte de trayecto. El billete cuesta 6,01 euros.
- La sonrisa del gnomo, una casa rural, ofrece alojamiento y la oportunidad de hacer senderismo y pirag¨¹ismo.
- En la zona hay varias empresas dedicadas al turismo ecuestre y la temporada de caza est¨¢ a punto de empezar. Tambi¨¦n se puede hacer escalada y puenting.
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