Gitanos
Los sem¨¢foros de la Castellana, Gran V¨ªa, Santa Engracia son sustento. La grava, la piedra y el polvo en los campamentos de la periferia, su colch¨®n. El motor de su vida, un movimiento continuo, sin rumbo. Hasta que les echen. Donde quiera que caigan. All¨¢ d¨®nde creen que pueden arrancar un trozo de pan con algo dentro, una galleta, una manzana, el agua de las fuentes.
Son los gitanos rumanos. La cara marr¨®n y parda de la pobreza. Un clich¨¦ andrajoso condenado a la lapidaci¨®n. Esos brasas a veces sonrientes, a veces mal encarados, que nos asaltan con el coche parado y a los que mostramos nuestro desprecio enchuf¨¢ndoles el limpia parabrisas en las manos para que no nos pringuen con su jab¨®n.
Catalu?a est¨¢ mostrando un cat¨¢logo de racismo preventivo
La indignaci¨®n en el PSOE ha sido desautorizada por su l¨ªder m¨¢ximo
Los huecos de sus camisas grandes de talla, heredadas de cualquier contenedor de ropa vieja en una parroquia o en una ONG, despistan sobre el verdadero tama?o de su necesidad. Los agujeros de sus calcetines y sus zapatos rotos no ocultan los ronchones de mierda que tat¨²an su piel. Ni el pelo recogido de las ni?as, a menudo pre?adas o con sus reto?os en brazos, la ti?a ni los piojos sobre sus cabezas, rondando siempre la mirada triste de su propia incertidumbre.
Los gitanos rumanos. Carteristas, chatarreros, mendigos, carne de los burdeles y todos los bajos fondos... Con suerte, vendedores ambulantes. Ni siquiera han sido gen¨¦ticamente bendecidos por la gracia flamenca. No son m¨¢s que la efigie de la miseria que tanto nos molesta, un reflejo del hambre, de la huida, de la mendicidad. Los gitanos rumanos ni siquiera son nuestros gitanos.
Tan solo ese icono que nos aterra. La cabeza de turco de nuestras propias frustraciones, el demonio que nos refulge dentro y al que hemos permitido mostrar lo peor de nosotros mismos. Han quedado estigmatizados. Utilizados a conveniencia a derecha e izquierda. Una inmundicia sobre la que Berlusconi, antes que nadie, azuz¨® y consinti¨® desmanes civiles. No hace mucho que propici¨® la extensi¨®n de la jungla sobre las cenizas del renacimiento en Italia a costa de ellos.
Sarkozy no ha tardado en copiarle. Ha visto ahora petr¨®leo para desviar la atenci¨®n de todos sus problemas con una raci¨®n oportuna de racismo institucional. El hombre ha demostrado que sabe destapar el tarro de las esencias m¨¢s oscuras de su pa¨ªs. Pese a que la amemos por lo que representa, como Manuel Chaves Nogales cuenta en La agon¨ªa de Francia, las sigue teniendo. Lo malo es que a veces las pone en cuarentena y la grandeur empeque?ece, invadida por los fantasmas de Vichy. Exactamente como describi¨® el periodista andaluz in situ en plena guerra europea.
Su coartada presente: el orden, esa cosa tan napole¨®nica, tan degaulliana, tan aparentemente racional. Lo m¨¢s extra?o es que a ella se haya unido, ufano, hasta nuestro presidente, anta?o palad¨ªn de los desheredados, que ya no sabe ni qui¨¦n es, ni d¨®nde est¨¢, ni para qu¨¦ ha venido. Zapatero tambi¨¦n levanta la bandera del orden, de la legalidad. Pero hay cosas, principios, mucho m¨¢s importantes que ciertas leyes.
La epidemia parec¨ªa no haber prendido a¨²n preocupantemente en nuestras calles. Pero el Partido Popular ya ha dado su primer paso en Catalu?a. Esa inmundicia moral de nombre Alicia S¨¢nchez Camacho ha acompa?ado a una eurodiputada francesa por los campamentos para que nos se?ale el origen del mal. Aquella regi¨®n est¨¢ mostrando un cat¨¢logo avanzado de racismo preventivo que espero no prenda en otras zonas de Espa?a.
Madrid necesita una vacuna contra todo eso. Todav¨ªa hay tiempo. Deber¨ªamos armarnos, al menos civilmente. La respuesta no va a llegar por la derecha a juzgar por la actitud ventajista que parecen querer aprovechar con tintes xen¨®fobos. Pero tampoco jurar¨ªa que fuese la prioridad de los l¨ªderes de la izquierda, imbuidos en campa?as est¨¦riles para sus primarias de juguete.
La indignaci¨®n de los militantes y varios cargos del PSOE ante la persecuci¨®n de los gitanos ha sido desautorizada por la alucinante actitud de su l¨ªder m¨¢ximo en los foros de la Uni¨®n Europea. ?Qui¨¦n nos alerta? ?Qui¨¦n refuerza desde la clase pol¨ªtica un discurso ¨¦tico y moral contra el racismo que no nos haga arrastrarnos por el fango? Nos toca a los ciudadanos. Nadie m¨¢s parece estar a la altura. Demos una lecci¨®n.
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