Hijos
No puede negarse el m¨¦rito de Kim Jong-il: conseguir convertir un r¨¦gimen ferozmente mao¨ªsta en una monarqu¨ªa hereditaria es todo un logro; m¨¢xime si encima completas el desprop¨®sito con cinco cabezas nucleares y 24 millones de campesinos hambrientos. Intriga pensar qu¨¦ pasa por la cabeza de los delegados participantes en ese incre¨ªble congreso del partido comunista norcoreano mientras aplauden unos planes de sucesi¨®n que dejar¨ªan el poder en manos de su hijo, la hermana y el cu?ado. De la revoluci¨®n campesina al totalitarismo de clan familiar. Sencillamente brillante.
Los lazos familiares est¨¢n en auge. Buenas noticias pues para los hijos, hermanos, yernos y cu?ados de los 47 dictadores del igual n¨²mero de pa¨ªses donde tienen la desgracia de vivir 2.300 millones de personas: no ser una monarqu¨ªa hereditaria no es un obst¨¢culo insalvable para heredar el poder. Cierto que en esto los dictadores son bastante machistas, porque, si se me permite: ?d¨®nde est¨¢n las hijas y nueras? (quiz¨¢s son demasiado decentes para suceder a los tiranos que tienen por padres o suegros).
Una dictadura es como un f¨®rmula 1: requiere calibrar cientos de par¨¢metros para ajustarse al estilo del piloto
No obstante, esta pr¨¢ctica es arriesgada. Cualquiera que haya dejado su coche por primera vez a un hijo puede imaginar los sentimientos encontrados de Kim Jong-il al preparar el traslado de poder a su tercer hijo, Kim Jong-un, un joven de 27 a?os que despu¨¦s de una tan brillante como secreta carrera en un internado suizo ha sido apresuradamente nombrado general del Ej¨¦rcito y miembro del comit¨¦ central. No muy distinta debe ser la ansiedad de Hosni Mubarak a la hora de intentar plantar en la presidencia de Egipto a su querido hijo, Gamal. Mubarak es un dictador que no hace mucho ruido pero que lleva 30 a?os ama?ando elecciones y gobernando bajo el estado de emergencia bajo el cobijo de la ayuda militar estadounidense y la complicidad europea. Pero sus pretensiones din¨¢sticas no son tan extra?as: Hafez el Asad ya hizo la misma jugada en Siria dejando a su hijo Bachar al mando y en Libia, Gaddafi tiene los ojos puestos en uno de sus hijos.
En muchos de estos casos, los padres han sido tan terribles gobernantes que la llegada al poder de los hijos abre esperanzas de un cambio, esperanzas que luego son sistem¨¢ticamente defraudadas. ?La raz¨®n? Dice un amigo marroqu¨ª que una vez crey¨® que Mohamed VI ser¨ªa un avance respecto a Hassan II, que una democracia es como un viejo Peugeot: la maquinaria est¨¢ tan rodada y es tan fiable que incluso un conductor torpe con malas intenciones tendr¨ªa dif¨ªcil gripar el motor. Por el contrario, contin¨²a, una dictadura es como un f¨®rmula 1: requiere calibrar cientos de par¨¢metros para ajustarse al estilo de conducci¨®n del piloto, lo que exige tiempo y esfuerzo. No es extra?o pues que, en una dictadura, un cambio de piloto sea una operaci¨®n dif¨ªcil y costosa que no tenga garantizado el ¨¦xito. Pese a la simpleza y brutalidad con la que se suelen conducir, no hay que olvidar que son sofisticadas maquinarias de poder. Aunque parezca lo contrario, los dictadores no tienen tanto poder: como no pueden sustentar su autoridad en el apoyo popular expresado libremente en las urnas, se ven obligados a prevalecer sobre una compleja trama de facciones con intereses divergentes (Ej¨¦rcito, partido, empresarios, mafias, servicios secretos, etc¨¦tera) que muy bien pueden ponerse de acuerdo para desalojarles del poder.
Gobernar sin ninguna legitimidad es complicado. De ah¨ª que los dictadores tengan que buscar fuentes alternativas. El derecho divino en el que se amparan las teocracias, las guerras de liberaci¨®n nacional de las antiguas colonias o la revoluci¨®n contra la tiran¨ªa burguesa-capitalista constituyen las bases m¨¢s frecuentes de la legitimidad de estos reg¨ªmenes. Sin embargo, la legitimidad de origen no es un combustible que pueda impulsar una dictadura eternamente: es necesaria una legitimidad de ejercicio. Medio siglo despu¨¦s de haber impuesto la sharia, echado a los ingleses o liquidado a los capitalistas, un dictador necesita alguna justificaci¨®n adicional. Para ello puede escoger entre convertirse en baluarte frente al mal mayor (la amenaza de invasi¨®n extranjera, el acceso de los islamistas al poder, el retorno de los capitalistas) o bien en garante de alg¨²n bien mayor (promoviendo el crecimiento econ¨®mico para que la ausencia de libertades sea compensada por el bienestar material). Es en esa encrucijada donde estos hijos tienen que tomar una decisi¨®n crucial: subirse al f¨®rmula 1 de pap¨¢ y vivir una vida llena de adrenalina, poder y riqueza, o bien sentarse en un destartalado Peugeot, conocer el pa¨ªs y la gente que han de gobernar y hacer alg¨²n tipo de reformas sensatas. Se admiten apuestas.
jitorreblanca@ecfr.eu
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