La soledad del presidente
M¨¢s de lo que se esperaba, aunque menos que otras veces. ?ste fue el balance de la primera huelga general contra Zapatero. Jordi Pujol, m¨¢s socarr¨®n que nunca, dijo que "los sindicatos ganaron las huelgas de Gonz¨¢lez y Aznar, pero que ¨¦sta no la van a ganar porque no mandan Zapatero ni Elena Salgado". Los sindicatos han salvado el honor, porque realmente no puede hablarse de fracaso de la huelga, pero ?han ganado la huelga? No se sabr¨¢ hasta que se vuelva a negociar y se pueda evaluar el bot¨ªn. Si ganar significa retirar la reforma laboral me parece problem¨¢tico, porque, como dice Pujol, Zapatero y Elena Salgado no mandan, y los que mandan quieren m¨¢s. Con todo, Zapatero, los sindicatos y la oposici¨®n deber¨¢n reflexionar sobre algo muy importante: la enorme cantidad de gente que no se siente representada, empezando por el n¨²mero creciente de j¨®venes que dicen que en Espa?a no hay nada que hacer. Se corre el riesgo de que los enormes espacios vac¨ªos de representaci¨®n, que unos y otros dejan a su suerte, sean ocupados por la demagogia populista y por el radicalismo violento.
Zapatero con esta huelga alcanza su grado m¨¢ximo de soledad. Hay mucha literatura sobre la soledad del gobernante en su despacho a la hora de tomar la decisi¨®n definitiva. Pero si Zapatero no manda es que no tiene la ¨²ltima palabra. Es decir, que no tiene poder. ?Hasta ¨¦ste le ha abandonado?
Zapatero lleg¨® arropado por las movilizaciones masivas contra la guerra de Irak. El cumplimiento de su promesa de retirar las tropas le dio el momento de m¨¢xima compa?¨ªa. Casi todos los que estaban contra los cuatro a?os de soberbia y caudillaje de la ¨²ltima legislatura de Aznar pensaron que Zapatero pod¨ªa inaugurar un periodo m¨¢s humano. Sin embargo, por el trauma del 11-M y por el momento de su llegada, Zapatero tuvo siempre medio pa¨ªs en contra: la derecha puso en duda desde el primer d¨ªa su legitimidad.
Con el empuje de la retirada de las tropas, el presidente entr¨® en una fase en que parec¨ªa capaz de tejer amistades duraderas en todas direcciones. Prometi¨® a los catalanes m¨¢s de lo que estaba dispuesto a dar, algo muy habitual en su forma de actuar. Se hizo abanderado de los colectivos que han sufrido marginaci¨®n, con su apuesta republicana por la ampliaci¨®n de los derechos civiles. Y, a pesar de mantener una pol¨ªtica econ¨®mica perfectamente ortodoxa, se fue acercando a los sindicatos hasta sellar con ellos una relaci¨®n que no ha tenido ning¨²n otro presidente. Incluso, con el tiempo, fue concertando la relaci¨®n con los pesos pesados del poder econ¨®mico espa?ol. Probablemente, es el presidente que m¨¢s ha complacido a las grandes corporaciones.
Pero esta trama que parec¨ªa garantizar a Zapatero una muy larga permanencia en el poder se fue descomponiendo, a medida que cada colectivo viv¨ªa un agravio como consecuencia de la distancia entre las buenas palabras -las promesas ligeras- y la realidad. En 2008 gan¨®, en buena parte, gracias a los catalanes, que ahora se sienten enga?ados y pueden proporcionarle una derrota hist¨®rica en los lomos del PSC. El presidente levant¨® tanto apetito, que ahora todo son frustraciones. Ni la ley de g¨¦nero, ni la ley de dependencia, ni las promesas de nuevos derechos sociales, ni la anunciada prioridad a la investigaci¨®n, ni la estrella publicitaria de su pol¨ªtica -la econom¨ªa sostenible- han respondido en la pr¨¢ctica a las expectativas generadas. Lo f¨¢cil es decir que la culpa la tiene la crisis. El presidente se crey¨® el mundo feliz que hab¨ªa vendido a los espa?oles. Lo peor de Zapatero en la crisis no es lo que ha hecho, sino lo que ha negado. Por la brecha de sus negaciones se le ha ido a chorros el caudal de confianza con el que hab¨ªa comenzado.
El giro estrat¨¦gico que fue impuesto al presidente desde fuera le ha hecho perder al pen¨²ltimo aliado que le quedaba: los sindicatos. Est¨¢ solo, con su desconcertado partido y con los mercados que le vigilan. Despu¨¦s del l¨ªo de las primarias de Madrid puede que ya ni eso. ?Le queda margen para tejer un nuevo sistema de complicidades? Es evidente que los sindicatos prefieren recomponer sus relaciones con ¨¦l que esperar al PP. Y que la rutinaria derecha de Rajoy es el principal salvavidas que le queda. Pero si, como dice Pujol, Zapatero no manda, ?qu¨¦ carta tiene? No creo que ose colocar ante los focos a los que realmente mandan. A nadie le gusta reconocer la impotencia. Aunque quiz¨¢ ser¨ªa lo ¨²nico que le redimir¨ªa.
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