Lo que no saben hacer los imb¨¦ciles
El n¨²mero de septiembre de la revista Letras libres contiene una interesant¨ªsima correspondencia entre el escritor J. M. Coetzee y Arabella Kurtz, profesora de psicolog¨ªa en la Universidad de Leicester. El hilo conductor de ese di¨¢logo es la vindicaci¨®n que Coetzee hace de la empat¨ªa, entendiendo por tal cosa la capacidad de identificarnos imaginativamente con otra persona, de meternos en su cabeza y en su piel, de ver el mundo como ella lo ve: una capacidad que Coetzee parece valorar casi tanto como nuestra capacidad de razonar. Esa vindicaci¨®n permite a los dos interlocutores discurrir acerca de asuntos diversos, sobre todo acerca de la paternidad y la educaci¨®n, lo que resulta particularmente instructivo en el contexto espa?ol. Quiero decir que en Espa?a el debate sobre la educaci¨®n parece a menudo encallado en el debate sobre la autoridad, o m¨¢s bien sobre la crisis del concepto de autoridad, que se traduce en la falta de autoridad de padres y profesores; pero, formulado en esos t¨¦rminos, el debate es, me parece, desoladoramente pobre, si no in¨²til, porque el problema no es si padres y profesores deben ejercer la autoridad -cosa que deber¨ªa darse por descontada-, sino c¨®mo pueden o saben o quieren ejercerla. Pues bien, respondiendo a la visi¨®n tr¨¢gica que Coetzee tiene de la paternidad -"Es parte de la tragedia de la paternidad que el amor de los padres no se reconozca como amor", escribe; "es decir, que el amor entre padres e hijos es unilateral"-, afirma Kurtz: "Hablando como hija, pienso que cuando un padre ama a sus hijos, cuando intenta entenderlos y cuidarlos en sus propios t¨¦rminos y no se relaciona con ellos a partir de sus necesidades personales, esto es percibido como amor, incluso desde una edad muy temprana. Hablando como madre, pienso que algunas veces es tremendamente dif¨ªcil amar a tus hijos de este modo".
"El problema no es si padres y profesores deben ejercer la autoridad, sino c¨®mo quieren ejercerla"
Me parece exact¨ªsimo: la cuesti¨®n no radica en ejercer la autoridad sobre un ni?o -esto sabe hacerlo hasta un imb¨¦cil-, sino en ejercerla despu¨¦s de identificarnos imaginativamente con ¨¦l, de meternos en su cabeza y en su piel, de ver el mundo como ¨¦l lo ve, y de hacerlo todo ello en funci¨®n de sus necesidades y no de las nuestras; esa es sin duda una operaci¨®n dif¨ªcil, pero tambi¨¦n una forma de que la paternidad se parezca un poco a lo que era para Kafka, que nunca tuvo un hijo: "Lo m¨¢ximo a que, a mi parecer, puede aspirar una persona". No todo el mundo tiene esa capacidad de empat¨ªa, sin embargo, o no todo el mundo est¨¢ dispuesto a realizar ese esfuerzo. En 1966 el dramaturgo Arthur Miller tuvo un hijo con s¨ªndrome de Down; reci¨¦n cumplidos los 51 a?os, Miller juzg¨® que aquel hijo, de nombre Daniel, desbarataba su proyecto vital, y a los cuatro d¨ªas de su nacimiento lo ingres¨® en un orfanato, lo borr¨® de su vida y no volvi¨® a verlo hasta que 29 a?os m¨¢s tarde, al terminar un acto p¨²blico en el que ¨¦l acababa de hablar en defensa de un discapacitado mental acusado de asesinato, su hijo abandonado subi¨® al escenario, le dijo qui¨¦n era y lo abraz¨®. La historia de Miller es conocida; no menos conocida es una historia opuesta. Tres a?os antes de que naciera el hijo deficiente de Miller, nac¨ªa el hijo deficiente del novelista Kenzaburo O¨¦; se llamaba Hiraki y era hidrocef¨¢lico y autista, y los m¨¦dicos aconsejaron al padre dejarlo morir. Por entonces O¨¦ acababa de cumplir 28 a?os y ten¨ªa una vida y una carrera literaria prometedoras por delante, pero no acept¨® la sentencia de los m¨¦dicos, y, tras una operaci¨®n, su hijo sigui¨® viviendo. A partir de aquel momento O¨¦ dedic¨® exclusivamente su vida a cuidar a su hijo, y sus obras a tratar de entenderlo (y a tratar de entenderse a s¨ª mismo a trav¨¦s de su hijo); a este doble empe?o se debe quiz¨¢ que Hiraki O¨¦ sea ahora mismo un reconocido compositor musical y se debe sin duda que Kenzaburo O¨¦ sea uno de los grandes narradores vivos, porque muchos de sus libros -entre ellos obras maestras como Una cuesti¨®n personal o como Dinos c¨®mo sobrevivir a nuestra locura- constituyen un salvaje esfuerzo moral por asumir su responsabilidad en el destino de su hijo y un esfuerzo imaginativo asombrosamente logrado por ponerse en la piel de su hijo.
Es dudoso que Kenzaburo O¨¦ hubiera llegado a ser el enorme escritor que es sin haber aceptado con plenitud a Hiraki O¨¦; es un hecho que, a partir de mediados de los sesenta, cuando fue incapaz de aceptar a Daniel Miller, Arthur Miller entr¨® en decadencia y dej¨® de ser el enorme escritor que hab¨ªa sido. Me disculpo: quiz¨¢ es abusivo, o simplista, establecer una relaci¨®n de causa y efecto entre la irresponsabilidad moral y la decadencia art¨ªstica de un escritor. De hecho, quiz¨¢ es irresponsable hablar de irresponsabilidad moral. Puede ser. Pero, si tiene raz¨®n Savater y todo lo que cuenta en la ¨¦tica es el reconocimiento de lo humano por lo humano y el deber ¨ªntimo que nos impone, entonces quiz¨¢ no lo es. Porque quiz¨¢ no hay ¨¦tica sin empat¨ªa.
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