Javier Bar¨®n viaja en grupo

Con una fiesta por buler¨ªas arranc¨® la nueva obra de Javier Bar¨®n. Un principio que bien podr¨ªa ser un final, quiz¨¢s porque el espect¨¢culo tiene algo de circular. Se plantea el viaje de Alcal¨¢ a Mor¨®n y el trayecto se sostiene con la proyecci¨®n de im¨¢genes, pero en el desarrollo de la obra da la impresi¨®n de ser lo de menos. Lo importante es el viaje y lo que ¨¦l pueda dar de s¨ª con sus paradas, con el encuentro de artistas que ofrecer¨¢n m¨²ltiples momentos de fiesta, con cante, baile y m¨²sica: mucha y muy buena m¨²sica.

Para este festivo itinerario, Bar¨®n se ha rodeado de hasta una docena de artistas y, acostumbrado como nos ten¨ªa en sus dos ¨²ltimas obras a una entrega exhaustiva en solitario, su arte termina sabiendo a poco. Eso s¨ª, mostrado con todos los elementos y la elegancia que lo constituyen -que van de la gracia y la donosura por buler¨ªas a la sobriedad de la sole¨¢-, pero escaso. Curioso fue, por cierto, el modo en que esa sole¨¢ se present¨®: diseccionada y bailada por fragmentos en cuadros sucesivos, lo que bien podr¨ªa simbolizar el eterno retorno a los or¨ªgenes, no importa el lugar del viaje en que uno se encuentre.

La apuesta, pues, decididamente coral de Bar¨®n marca el balance de la obra. Porque, en ese formato, resulta imprescindible una afinaci¨®n de los elementos en juego, de tal forma que se limen las aristas del conjunto mientras se respeta la individualidad. Y eso no siempre se percibi¨® en escena, puede que por los propios imperativos de un estreno. Aun as¨ª, sobran elementos que destacar. Por ejemplo, el baile arrebatadamente ¨¦tnico de Carmelilla frente al de escuela de Ana Morales, que apunt¨® sus buenas maneras en la danza cl¨¢sica espa?ola.

El cante siempre estuvo bien defendido por esa oposici¨®n formal que representan Ortega y Valencia, mientras que del gaditano David Palomar se aprovecharon facetas no muy conocidas, pero que domina. Recit¨® cual cronista local unas prescindibles excelencias de Alcal¨¢ y Mor¨®n, bail¨® con gracia y, por supuesto, fue el l¨ªder de esa murga carnavalera de panaderos que se col¨® por tanguillos antes de que Valencia cuajara una saeta como marcando el paso del tiempo (Do?a Cuaresma tras Don Carnal).

Pero, se insiste: buena m¨²sica y muy buenos m¨²sicos. En las guitarras, Patino es un creador imparable, y Rodr¨ªguez un improvisador id¨®neo para la ocasi¨®n. Cuando se les sumaron el viol¨ªn de Lef¨¦vre y el tres cubano de Ra¨²l asistimos a bell¨ªsimos encuentros culturales y t¨ªmbricos.

La direcci¨®n musical de Faustino N¨²?ez encontr¨® en esos momentos su mejor aportaci¨®n. Como en la farruca que culmin¨® con un inspirad¨ªsimo baile de Javier Bar¨®n.