El ruido y la furia
Al vivir en el centro de Barcelona, el pasado d¨ªa 29 de septiembre tuve el oscuro privilegio de presenciar algunos de los incidentes que se produjeron alrededor de la plaza de Catalunya. De camino a casa tuve que refugiarme, junto a otros transe¨²ntes, en un bar, cuyo due?o daba asilo a los que hu¨ªan pese a que la persiana met¨¢lica estaba semicerrada. A trav¨¦s del ventanal, sin embargo, pod¨ªan observarse fragmentos de los acontecimientos; y lo que se ve¨ªa era, la verdad, bastante asombroso, puesto que, al parecer, una furia incontenible se hab¨ªa apoderado de decenas de individuos (luego supe que eran centenares, m¨¢s all¨¢ de la panor¨¢mica que permit¨ªa el cuadro de la ventana). Lo que m¨¢s llamaba la atenci¨®n era la extremada violencia de los gestos, como si los que quemaban contenedores y tiraban todo tipo de objetos a la polic¨ªa hubieran decidido no acabar su actuaci¨®n hasta haber arrasado toda la ciudad. Algunos iban enmascarados y en los ojos de quienes iban a cara descubierta era dif¨ªcil adivinar si prevalec¨ªa la rabia, el odio o el goce provocado por una diversi¨®n extrema. Pese al caos, los protagonistas de la escena actuaban con una notable -y sospechosa- disciplina, que contrastaba con la actitud vacilante de los polic¨ªas y la torpeza de movimientos de alg¨²n que otro turista que de vez en cuando corr¨ªa despavorido entre los alborotados.
El 29-S, el lumpen y cierta chusma le hicieron el juego al poder en Barcelona
El compa?ero de Comisiones Obreras miraba todo aquello atribulado
En el bar, donde permanec¨ª no menos de una hora, el due?o intent¨® imponer la normalidad; no obstante, de repente, ten¨ªa demasiados clientes para la capacidad de su local. Desisti¨® de hacer un buen negocio y se limit¨®, como el resto de los que est¨¢bamos encerrados, a esperar. A esperar y a contemplar lo que suced¨ªa. Todos est¨¢bamos como paralizados, aunque en ning¨²n momento se produjo el menor indicio de p¨¢nico. Mucho silencio s¨ª, interrumpido en ocasiones con comentarios en voz baja. A mi lado hab¨ªa un hombre de mediana edad con una pegatina de Comisiones Obreras sobre la camisa. Seguramente se hab¨ªa desplazado hasta el centro de la ciudad para sumarse a la manifestaci¨®n convocada con motivo de la huelga general, y todo aquel desastre le imped¨ªa cumplir su objetivo. De tanto en tanto exclamaba: "?Incre¨ªble!", pero m¨¢s elocuente era cuando callaba y mov¨ªa la cabeza, pues entonces su expresi¨®n denotaba una mezcla de incredulidad e impotencia que resum¨ªa, probablemente, el sentir de muchos otros forzados clientes del bar.
Como el encierro se prolongaba, sin cambios aparentes, y como incluso aquella teatral brutalidad se convert¨ªa en rutina, tuve tiempo suficiente para darle vueltas a lo que estaba sucediendo. Hab¨ªa mucho ruido en el exterior, en la calle, aunque no hab¨ªa duda de que el ruido de fondo deb¨ªa escucharse en el p¨¢ramo de las promesas incumplidas que hab¨ªan herido de muerte a segmentos enteros de la sociedad. El ruido ensordecedor que ahora o¨ªamos era, parad¨®jicamente, la manifestaci¨®n de la indiferencia y apat¨ªa nihilistas que se hab¨ªan apoderado de una parte de la juventud, no ahora, en la crisis econ¨®mica, sino antes, en los a?os de bonanza, especulaci¨®n y dinero f¨¢cil. Esa violencia, servida ahora en dosis concentradas, mezclaba en un cocktail peligros¨ªsimo la frustraci¨®n de los que han perdido toda esperanza y la degradaci¨®n de los que han sido adiestrados enuna vida simplista y est¨²pida por parte de aquellos engranajes que siempre sacan partido de las vidas simplistas y est¨²pidas. (De hecho, sobre las cabezas de unos chicos que arrastraban un contenedor en llamas luc¨ªa, en la pared del fondo, una consigna publicitaria: Be stupid).
De ah¨ª que sea tan dif¨ªcil separar los componentes de ese turbulento combinado humano al que los medios de comunicaci¨®n, con incre¨ªble irresponsabilidad, llaman "los antisistema". Ser¨ªa err¨®neo, creo, descartar la presencia de una desesperaci¨®n que de s¨²bito lanza al precipicio de la ira. Pero, junto a los airados con causa -aunque no con justificaci¨®n- se hallan otros elementos aborrecibles que no solo no son "antisistema", sino que, por acci¨®n u omisi¨®n, siempre son los aliados del poder. Una parte importante de ellos son los que Marx denomin¨® lumpemproletariado o lo que antes, cuando no hab¨ªa tanto miedo a la correcci¨®n -o coacci¨®n- pol¨ªtica, se denominaba "la chusma": un abigarrado conjunto en el que el robo, la picaresca y el resentimiento social compiten para proporcionar las conductas m¨¢s indignas. La chusma siempre se moviliza para nutrir las cloacas del poder. Y no hay duda de que muchos de los energ¨²menos que asaltaban los comercios y ahuyentaban a los ciudadanos aquel 29 de septiembre pertenec¨ªan, por as¨ª decirlo, a la "chusma cl¨¢sica", a la de siempre, la escoria que trata de pescar en r¨ªo revuelto.
Sin embargo, en Barcelona, al lado del lumpen tradicional, actu¨® asimismo un tipo de chusma genuino de nuestro tiempo y que, precisamente, parece haberse apoderado de esa ciudad como sede favorita, si bien se trata de un fen¨®meno que afecta a todas las grandes ciudades. En este caso, el violento sujeto dispuesto a incendiar edificios enteros con tal de satisfacer sus ansias de diversi¨®n es el fruto de sucesivas "simpat¨ªas": el simp¨¢tico participante en las borracheras colectivas del fin de semana; el simp¨¢tico hooligan que vive para vociferar; el simp¨¢tico conductor de aspecto patibulario que ensordece a los vecinos con sus ruidos favoritos. En otras palabras: las diversas especies que han alimentado nuestro lumpenhedonismo contempor¨¢neo, para los cuales, al parecer, la diversi¨®n -su diversi¨®n- es una suerte de derecho divino y a las que se ha alentado con miedos vergonzosos y tolerancias desenfocadas. "En Barcelona todo cabe, pero no todo vale", rezaba este verano un eslogan publicitario del Ayuntamiento. El d¨ªa 29 de septiembre se demostr¨® que asimismo todo val¨ªa, para des¨¢nimo de mi compa?ero de encierro en el bar, el militante de Comisiones Obreras que se hab¨ªa propuesto acudir a la manifestaci¨®n.
En realidad no s¨¦ qu¨¦ pensaba este hombre ante la furia desencadenada que contemplaba. Quiz¨¢, como yo, pens¨® que todo aquello se habr¨ªa podido atajar si se hubiera actuado a tiempo. Quiz¨¢ pens¨® que nuestros dirigentes, adem¨¢s de carecer de altura pol¨ªtica, jam¨¢s reconocen sus errores a trav¨¦s de dimisiones, y que los ciudadanos los imitan no confes¨¢ndose la verdad por miedo y apat¨ªa. Y que entre unos y otros hemos conseguido que la bola se hinche y amenace con aplastarnos. Mientras los que al d¨ªa siguiente los medios de comunicaci¨®n llamar¨ªan "antisistema" campaban a sus anchas, solo me falt¨® ver en el peri¨®dico atrasado la famosa foto de Zapatero dando explicaciones, como un d¨®cil pupilo, a los magnates de Wall Street, otros "antisistema", aunque de traje y corbata.
Hubiera podido mostr¨¢rsela a mi compa?ero de encierro. Pero ya estaba suficientemente atribulado. Repet¨ªa: "?Incre¨ªble!".
Rafael Argullol es escritor.
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