La imagen de tu vida
Qu¨¦ es la vida del hombre? Esto: la lenta gestaci¨®n de un ejemplo p¨®stumo. En un momento culminante de los Anales, refiere el historiador T¨¢cito los pormenores de la muerte de S¨¦neca ocurrida en el a?o 65 despu¨¦s de Cristo. Ninguna participaci¨®n efectiva pod¨ªa reproch¨¢rsele en la conjura tramada por Cayo Pis¨®n para asesinar a Ner¨®n. Pero el emperador tirano, descubierto el plan, orden¨® represalias indiscriminadas y entre ellas la ejecuci¨®n de quien fuera su maestro y educador. Hall¨¢ndose S¨¦neca en su casa de campo, a cuatro millas de la ciudad, sentado a la mesa con su esposa Pompeya Paulina y dos amigos, lleg¨® el centuri¨®n con la terrible embajada. La primera reacci¨®n del fil¨®sofo fue intentar escribir unas l¨ªneas de despedida: "Sin inmutarse, pide las tablillas de su testamento; como el centuri¨®n se las niega, se vuelve a sus amigos y les declara que, dado que se le proh¨ªbe agradecerles su afecto, les lega lo ¨²nico, pero m¨¢s hermoso, que posee: la imagen de su vida" (imaginem vitae suae).
La realidad ofrece al hombre un surtido plural pero limitado de posibilidades vitales. La riqueza de nuestra relaci¨®n con ella es susceptible de reducirse a un n¨²mero tasado de situaciones t¨ªpicas. Atravesamos cuatro etapas del ciclo vital: infancia, adolescencia, madurez y vejez; y afrontamos una variedad predeterminada de experiencias existenciales, como amor, desamor, esperanzas, frustraciones, placer y dolor. La imagen de nuestra vida es una combinaci¨®n de estos elementos pautados bajo una forma personal. De igual manera que averiguar la combinaci¨®n de unos n¨²meros prefijados abre la m¨¢s impenetrable caja fuerte, as¨ª tambi¨¦n conocer esa misma combinaci¨®n en la vida de la persona amada o del amigo nos develar¨ªa los contornos de su imagen m¨¢s secreta.
Ahora bien, como dijo Sol¨®n, no llamemos feliz a nadie mientras viva porque s¨®lo podremos juzgarlo como tal al final de sus d¨ªas. Mientras vivimos, la imagen de nuestra vida es todav¨ªa incompleta y en ella lo esencial se mezcla con lo accidental y fortuito. Siempre es inseguro el conocimiento que tenemos de la persona amada o del amigo, pues esa imagen parcial y mezclada que nos ofrecen en el ritmo del diario devenir es percibida s¨®lo confusamente por nosotros, envueltos como estamos en la misma oscuridad respecto a nuestra propia imagen, tan incompleta y provisional como la de ellos, y no menos enigm¨¢tica para nosotros mismos.
Y entonces la persona amada muere. Y al morir, entrega su esencia, despojada de los elementos accidentales y azarosos que antes estorbaban la comprensi¨®n. Cesa la elaboraci¨®n de su ejemplo y contemplamos por primera vez el cuadro ¨ªntegro de su vida, ya concluida, cincelada en la materia del tiempo, ahora detenido. Esa visi¨®n nos golpea con fuerza y nos conmueve desesperadamente porque s¨®lo entonces se nos revela en toda su plenaria verdad qui¨¦n fue ese t¨² a quien tanto quisimos y que ahora est¨¢ ausente, alej¨¢ndose, y quisi¨¦ramos decirle una palabra definitiva de devoci¨®n. Pero, ay, es demasiado tarde. Todo conocimiento es p¨®stumo.
La f¨®rmula aristot¨¦lica para designar la "esencia" de algo se dice en griego "to ti en einai", un extra?o sintagma que usa el imperfecto del verbo "ser". Para conocer la esencia de una mesa habr¨ªa que preguntar: "?qu¨¦ era una mesa?", y para conocer la esencia de S¨®crates, "?qu¨¦ era S¨®crates?", "?qui¨¦n era S¨®crates?". Para los griegos s¨®lo hab¨ªa atribuci¨®n esencial sobre el pasado concluido, una vez que la muerte hab¨ªa detenido el curso imprevisible de la vida y transmutado su contingencia en necesidad retrospectiva. Parecer¨ªa que el final de la vida del hombre es s¨®lo la onda que produce la piedra al lanzarse al estanque. Pero no. Se dice de quien nos ha dejado: "Ha muerto, pero nos queda su ejemplo". ?se fue tambi¨¦n el legado que S¨¦neca dej¨® a los suyos momentos antes de abrirse las venas apremiado por un centuri¨®n inexorable a los piadosos ruegos. Su vida fue una demorada preparaci¨®n del ejemplo que entreg¨® a quienes le sobrevivieron y a las generaciones venideras que a¨²n le recuerdan. Con frecuencia se ha notado que la voz griega para "verdad" (aletheia) significa no-olvido (a-lethos), esto es, recuerdo. El precio de la verdad es la muerte, que rinde la esencia de las cosas s¨®lo cuando ¨¦stas ya no existen, como una botella que llega a la orilla con el mensaje del ahogado. Conocer la verdad de alguien es rememorar su ejemplo cuando ya ha dejado de vivir; al conmemorarlo, la vida del hombre, esa par¨¢bola que hace la piedra antes de caer al estanque, adquiere una necesidad que antes, entreverada de azar y casualidad, no ten¨ªa. N¨®tese la paradoja: la verdad de nuestro destino individual queda a la postre en manos de la posteridad social, que custodiar¨¢ nuestro ejemplo -impidiendo que caiga en la nada y la mentira del olvido- s¨®lo si halla en ¨¦l algo colectivamente aprovechable y digno de permanecer. Todo ejemplo es ejemplo para alguien.
Las necrol¨®gicas y los obituarios que hoy leemos en los peri¨®dicos -un g¨¦nero literario de primer¨ªsimo orden o quiz¨¢ la ¨²nica aut¨¦ntica ontolog¨ªa posible- encuentran su antecedente en las "laudationes funebres" que los arist¨®cratas romanos pronunciaban en los funerales solemnes ensalzando el ejemplo que hab¨ªa dejado el difunto en su paso por la tierra. Ahora, mientras vivimos, permanece abierto el contenido de nuestra futura laudatio. Lector, ?qu¨¦ renglones escribir¨ªas t¨² en ella si estuviera en tu mano hacerlo? ?Qu¨¦ querr¨ªas que dijeran de ti? ?C¨®mo te gustar¨ªa ser recordado? Nada de narcisismo o autocompasi¨®n; es la pregunta griega por la esencia: ?qu¨¦ clase de hombre fuiste t¨²? ?C¨®mo se combinaron al final en ti los elementos pautados y qu¨¦ tipo de destino fue el tuyo? La muerte es, strictu sensu, el momento de la verdad, en el que ¨¦sta queda fijada para siempre; mientras llega, cuida de tu imagen: imaginem vitae tuae.
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