Confesiones de un ex fumador
Hace a?o y medio dej¨¦ de fumar. Nunca imagin¨¦ que escribir¨ªa esa frase, pero ah¨ª est¨¢: Hace a?o y medio dej¨¦ de fumar. Nunca lo imagin¨¦ porque fumo desde los 13 o 14 a?os y porque siempre he pensado que fumar estaba tan unido a mi identidad como mis huellas digitales, porque era incapaz de imaginarme a m¨ª mismo sin fumar, porque yo me sent¨ªa un fumador nato que hab¨ªa nacido en un pa¨ªs de fumadores natos, un pa¨ªs donde todo el mundo fumaba a todas horas en todas partes, y adonde nunca llegar¨ªa la campa?a antitabaquista desencadenada en el mundo desde los a?os ochenta. Pero me equivoqu¨¦, me equivoqu¨¦ de arriba abajo: la campa?a antitabaquista lleg¨®, los anta?o victoriosos fumadores patrios se baten en retirada convertidos en apestados mientras el Congreso se apresta a debatir un endurecimiento de la ley antitabaco que prohibir¨¢ fumar en todos los bares y restaurantes, y hace a?o y medio yo dej¨¦ de fumar.
"Llevaba toda la vida haciendo algo que no me gustabahacer y que nadie me obligaba hacer"
?Qu¨¦ ha ocurrido? No lo s¨¦; lo ¨²nico que s¨¦ es lo que me ha ocurrido a m¨ª. A continuaci¨®n paso a contarlo, no porque aspire a emular a los grandes narradores del vicio del tabaco -de Svevo a Ribeyro-, sino porque mi experiencia es m¨¢s bien rara, tan rara que, hasta donde recuerdo, no se parece a la de ninguno de ellos. De entrada dir¨¦ que empec¨¦ a fumar por la misma raz¨®n por la que he hecho la mayor parte de las cosas que he hecho en mi vida: por mi falta absoluta de personalidad. Quiero decir que empec¨¦ a fumar porque en mi adolescencia fumar era un rito de paso y no se pod¨ªa ser un hombre de verdad si no se fumaba; esta idiotez se complementaba con otra idiotez seg¨²n la cual era imposible ligar sin fumar, lo que me convirti¨® a mis 15 a?os en una verdadera chimenea, por cierto sin el menor ¨¦xito. A partir de entonces mi vida de fumador transcurri¨® durante un tiempo con placidez. Sin embargo, en la segunda mitad de los ochenta, cuando empezaba en USA la campa?a antitabaquista, tuve la ocurrencia peregrina de mudarme a ese pa¨ªs; all¨ª no gan¨¦ para disgustos, hasta el punto de que m¨¢s de una noche me sorprend¨ª aferrado a mi cigarrillo en medio de una tormenta de nieve y a 15 grados bajo cero, a la puerta de una fiesta universitaria, sufriendo con la mayor entereza posible que en el interior de la casa los varones no fumadores disfrutaran sin escr¨²pulos de abundante compa?¨ªa femenina y de vino abundante. As¨ª que no me qued¨® m¨¢s remedio que volver a Espa?a, donde todo por fortuna segu¨ªa como siempre. La alegr¨ªa no dur¨®: justo entonces empez¨® lo peor. Tuve un hijo, y lo primero que le o¨ª a su pediatra fue que el humo del tabaco era una de las causas de la llamada muerte s¨²bita de los beb¨¦s, cosa que me provoc¨® tal ataque de ansiedad que solo volv¨ª a fumar en mi casa exili¨¢ndome en el balc¨®n; luego, conforme en Espa?a los fumadores nos convert¨ªamos poco a poco en apestados, mi hijo se hizo mayor y, totalmente intoxicado por la campa?a antitabaquista, empez¨® a acosarme. Su argumento era ¨²nico aunque demoledor: no entend¨ªa que su padre se metiese entre pecho y espalda dos paquetes diarios de veneno; yo trat¨¦ de defenderme, pero, pese a que desplegu¨¦ toda mi capacidad dial¨¦ctica, al final no tuve m¨¢s remedio que aceptar una evidencia: o estrangulaba a mi hijo y lo tiraba por el balc¨®n o dejaba de fumar. Mi falta de personalidad hizo el resto, y promet¨ª dejar de fumar cuando terminara el libro que estaba escribiendo. Convencido de que no merec¨ªa la pena vivir sin fumar, postergu¨¦ al m¨¢ximo el final de mi trabajo, pero cuando ya no pude quitar ni a?adir una coma tuve que entregar el libro y afrontar mi compromiso. Como no me sent¨ªa capaz de cumplirlo, ped¨ª ayuda a un brujo, que me mostr¨® una foto espeluznante de los pulmones podridos de un fumador y me hipnotiz¨®. Fue entonces cuando ocurri¨®.
Lo que ocurri¨® no fue solo que aquel mismo d¨ªa dej¨¦ de fumar sin sufrir lo m¨¢s m¨ªnimo y sin sentir desde entonces la m¨¢s m¨ªnima nostalgia del tabaco; eso quiz¨¢ no ser¨ªa tan raro: lo raro es que aquel mismo d¨ªa comprend¨ª con una claridad por completo exenta de dudas que nunca me hab¨ªa gustado fumar y que no era yo quien hab¨ªa estado fumando tabaco durante m¨¢s de 30 a?os sino el tabaco quien me hab¨ªa estado fumando a m¨ª. Ya lo s¨¦: no me creen; creen que esa afirmaci¨®n es una chifladura fan¨¢tica de converso al antitabaquismo; creen que fue el brujo. Pero no fue el brujo, porque, salvo en las pel¨ªculas de Woody Allen, los brujos ya no embrujan; tampoco es el antitabaquismo, porque yo sigo pensando que todo el mundo tiene derecho a envenenarse como le venga en gana, y que los fumadores no son una excepci¨®n. Esto es lo que es: el descubrimiento perplejo de que llevaba toda la vida haciendo algo que no me gustaba hacer y que nadie me obligaba hacer, algo que era facil¨ªsimo dejar de hacer y que me estaba matando. Desde entonces me pregunto a menudo cu¨¢ntas cosas como esa sigo haciendo. Por supuesto me respondo que, si alg¨²n d¨ªa puedo contestar a esa pregunta, ya ser¨¢ tarde.
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