La fuerza del arte callejero
Ha pasado mucho tiempo desde que los chavales del Bronx decidieran arrancar el barrio de sus bisagras y llev¨¢rselo a dar una vuelta por Nueva York, para que incluso los que nunca hubieran tenido previsto pasar por all¨ª tuvieran que trag¨¢rselo, con sus virtudes y sus defectos. El m¨¦todo escogido era obvio para los cabezas pensantes de aquel movimiento y absolutamente ins¨®lito para el resto del mundo: el grafiti. En realidad, el nombre no ten¨ªa nada de estadounidense, ni por supuesto de rebelde: era la palabra latina que defin¨ªa el dibujo realizado normalmente en una superficie dura, como una piedra. Adem¨¢s, no solo acab¨® llegando a los at¨®nitos ojos de los neoyorquinos y a los del resto de estadounidenses, sino que se esparci¨® por el mundo en el tiempo que uno tarda en contar hasta dos.
"El arte requiere tanto ego y ego¨ªsmo, que se ha convertido en una carrera para gilipollas"
"Ser¨ªa una verg¨¹enza que el arte callejero terminara atrapado en las vitrinas de un museo"
"El 'street-art' no es como otros movimientos art¨ªsticos. no recibe subvenciones, ni est¨¢ patrocinado"
"No creo que el arte sea nada especial, es solo una parte m¨¢s de la industria del entretenimiento"
Lo que se consideraba transgresor, hoy se vigila con lupa por los agentes del mercado
Para Carlo McCormick, autor del excelente libro Trespass (Editorial Taschen, 2010), el uso de un concepto como este (el?grafiti) ten¨ªa mucho que ver con la relaci¨®n de los artistas con el adoqu¨ªn, con las paredes, con el metal que les rodeaba. Para McCormick, el arte urbano tiene que ver con la conquista del espacio callejero, la necesidad de apoderarse de un entorno que nos ha sido robado por la publicidad, las grandes marcas y el mobiliario urbano. Las calles han sido tomadas por multinacionales que transmiten sus mensajes regularmente y por medio de automatismos. El grafitero rompe ese circulo vicioso utilizando m¨¦todos tan r¨²sticos como un spray y reclama la pertenencia de ese universo de cemento a un colectivo distinto, al que le importan un pito los mensajes emitidos por el gran hermano: es finalmente un folio en blanco que puede ser usado hasta la extenuaci¨®n sin repetirse nunca, en perpetua reivindicaci¨®n.
No ha sido hasta mucho despu¨¦s, a principios de la d¨¦cada de los noventa, cuando el artista urbano (trascendido ya el mundo del grafiti para reinventarse constantemente en busca de una huella m¨¢s profunda y duradera) ha empezado a convertirse en parte de ese -odiado mundo exterior, canibalizado por un sistema capaz de utilizar la rebeld¨ªa como una parte m¨¢s de su engranaje.
As¨ª pues, lo que un d¨ªa fue un subsuelo herm¨¦tico e irreconocible, solo frecuentado por aquellos que lo practicaban y no apto para curiosos, es ahora carne de colecci¨®n, y muchos de los que fueron pioneros en el arte de apropiarse de paredes, calles y callejones disputan ahora una batalla absolutamente distinta en las paredes de los museos. "El street-art no es como otros movimientos art¨ªsticos, no recibe subvenciones, ni est¨¢ patrocinado por ricos. Por eso ser¨ªa una verg¨¹enza que acabara como cualquier otro arte: atrapado en las vitrinas de un museo o en las paredes de las casas de los que nunca tendr¨¢n problemas de dinero". El que se expresa de esa manera no es un cualquiera, se trata del mism¨ªsimo Banksy, que tras meses de persecuciones ha accedido a responder algunas preguntas para El?Pa¨ªs Semanal. El artista de Bristol, faltar¨ªa m¨¢s, no permiti¨® que ning¨²n periodista viajara hasta el Reino Unido para hablar con ¨¦l, sino que respondi¨® v¨ªa correo electr¨®nico a las preguntas. Sus reflexiones llegaron semanas despu¨¦s a trav¨¦s del ciberespacio y usando la direcci¨®n de su agente, todo sea por preservar el mito.
El ingl¨¦s es -sin ninguna duda el rey del arte urbano y el secreto mejor guardado de un mundillo que genera millones de d¨®lares gracias a la obsesi¨®n de un buen n¨²mero de coleccionistas que pasan de Damien Hirst a Banksy sin soluci¨®n de continuidad.
"No creo que el arte sea nada especial, es,?simplemente, una parte m¨¢s de la industria del entretenimiento. Adem¨¢s, demasiado arte es exclusivo y deliberadamente dif¨ªcil de comprender, ya sea expresionismo abstracto o grafiti ilegible al estilo salvaje", reflexiona el brit¨¢nico.
Banksy se hizo famoso por sus stencils (plantillas), que empezaron a aparecer como moscas a principios de los noventa. La historia dice que el artista se uni¨® a algunos colegas en el Londres de finales de los a?os ochenta para bombardear la ciudad desde sus entra?as, dejando el metro forrado de pintadas que reivindicaban un mundo distinto, menos encorsetado... o al menos esa era la idea. Banksy pronto opt¨® por la rama m¨¢s pol¨ªtica del arte urbano, un arte en constante interacci¨®n con la sociedad que trata de establecer un di¨¢logo con la misma. De hecho, sus acciones m¨¢s salvajes han tenido que ver con sus asaltos a la Tate Modern de Londres, donde colgaba sus propios cuadros en galer¨ªas sumando al visitante en el desconcierto, o su publicitado incidente en Disneylandia, donde dej¨® un mu?eco ataviado como un prisionero de Guant¨¢namo en uno de los lugares m¨¢s transitados por los visitantes.
En 2005 se atrevi¨® con uno de los ¨²ltimos s¨ªmbolos del encarnizamiento de la situaci¨®n en Gaza y Cisjordania: el famoso muro de la verg¨¹enza, una gigantesca estructura que envuelve a palestinos con paredes de hasta ocho metros de altura. Banksy dej¨® su marca en el muro con un sinf¨ªn de pintadas de car¨¢cter militante donde no dejaba t¨ªtere con cabeza y que algunos radicales en Israel consideraron casi una declaraci¨®n de guerra: "No s¨¦ si es posible ser 'un artista pol¨ªtico', el arte requiere tanto ego y ego¨ªsmo, que, finalmente, se convierte en una carrera que a los que realmente atrae es a los gilipollas. Quiz¨¢ yo pueda ser m¨¢s pol¨ªtico que otros artistas, pero no es mucho decir, la verdad", remacha el grafitero m¨¢s medi¨¢tico.
Las ditir¨¢mbicas reflexiones de Banksy sobre el arte le han convertido en un tipo inc¨®modo, rico, pero inc¨®modo. Lo curioso es que su invisibilidad -nadie sabe realmente si su biograf¨ªa es un invento, si realmente naci¨® en Bristol o si es uno o son varios tipos ha conseguido que su reputaci¨®n sea del tama?o de la India. Su primera exposici¨®n en Los ?ngeles, sin ir m¨¢s lejos, se convirti¨® en la mayor concentraci¨®n de famosos jam¨¢s vista en un evento en un barrio de clase media de la ciudad californiana: Brad Pitt, Angelina Jolie, Jude Law o Robert Downey Jr. se dejaron caer por all¨ª con la chequera y el bol¨ªgrafo, y Banksy se trajo un elefante customizado (uno de verdad, se entiende). Todo fue cubierto por algunos de los medios de comunicaci¨®n m¨¢s grandes del mundo, a los que hasta hace 30 segundos les importaba bien poco el arte urbano y cuyos espectadores consideraban a los integrantes del movimiento grafitero como simples degenerados, enemigos del orden y la limpieza. Todo eso se acab¨®... al menos en la gama alta del sector.
Ahora, no hay artista callejero de prestigio que no desee ser visto colgado de la pared de una instituci¨®n muse¨ªstica o de una galer¨ªa (Kaws, Futura, Stash, Ron English, Jeremy Fish, Shepard Fairey -el m¨ªtico Obey, una leyenda del g¨¦nero despu¨¦s de su famoso Hope, con el rostro de Barack Obama- Space Invader, Dave White o Os Gemeos, la lista es infinita), y no son pocos los que afirman que el arte urbano est¨¢ totalmente desvirtuado, que esa descontextualizaci¨®n es t¨®xica, que lo urbano no puede ser mediatizado sin perder su raz¨®n de ser.
De todo eso y m¨¢s habla el ¨²ltimo proyecto de Banksy, que ha despertado no poca controversia a uno y otro lado del Atl¨¢ntico. Se trata de Exit through the gift shop, un documental (aunque, como veremos, tambi¨¦n en la definici¨®n de la pieza se esconde la controversia) que reflexiona con flema y toneladas de mala baba sobre el mercado del arte en general y del urbano en particular. Exit through the gift shop no cuenta absolutamente nada de Banksy, no es una pel¨ªcula autobiogr¨¢fica, ni tiene ninguna intenci¨®n de revelar detalles sobre el de Bristol. Lo que s¨ª posee es una segunda lectura, cruel como la vida misma, sobre la volatilidad del mercado del arte y c¨®mo este puede ser manipulado a voluntad si uno conoce las teclas correctas.
El documental cuenta la historia de Thierry Guetta, una especie de obseso franc¨¦s que graba todo lo que hace (por pura necesidad, sin ninguna finalidad art¨ªstica) hasta que entra en contacto con el arte urbano a trav¨¦s de su primo, el c¨¦lebre Space Invader. Eso le conduce de genio en genio hasta Banksy, quien le sugiere tomar un camino distinto y convertirse en artista, quiz¨¢ para quit¨¢rselo de encima, quiz¨¢ para ejercer de doctor Frankenstein.
Exit throught the gift shop (una referencia poco velada a esta t¨¢ctica de los museos de hacer salir al visitante por su tienda de regalos, una t¨¢ctica que podr¨ªa parecer correcta para un supermercado, pero que resulta de dudosa ¨¦tica para un refugio del arte) respira a un ritmo extra?o, y uno no sabe muy bien a que atenerse con ella: parece que todo es real, pero a un tiempo es imposible no sentir que el espectador est¨¢ siendo manipulado y recordar aquella frase de Truman Capote: "La diferencia entre realidad y ficci¨®n es que la ficci¨®n debe ser coherente". De hecho, en la Red circulan multitud de relatos en virtud de los cuales el personaje de Guetta es en realidad un invento del propio Banksy, una inmensa tomadura de pelo que le sirve al brit¨¢nico para desmontar el mundo del arte y ense?ar las verg¨¹enzas. Naturalmente, el artista lo niega todo, ?qu¨¦ si no? "La pel¨ªcula es cien por cien verdad y no contiene marionetas. Me alegra que hubiera c¨¢maras cuando todo esto estaba pasando, porque pens¨¦: 'Habr¨ªa sido imposible inventarse algo as¨ª'. Sin embargo, eso es lo que la gente piensa que he estado haciendo", replica Banksy sin que el interlocutor pueda interpretar el tono de su respuesta (es lo que tienen los correos electr¨®nicos). Lo que parece dif¨ªcil es que la alargada mano de Banksy no haya intervenido ni un poco en el desgobierno que preside la pieza: tanto caos no puede ser casual.
Sea como fuere, la situaci¨®n del street-art hoy en d¨ªa tiene pocas diferencias con lo que se vive en otras manifestaciones art¨ªsticas: la tentaci¨®n vive arriba. Lo que en otros tiempos se consideraba transgresor se vigila ahora con lupa por parte de los grandes agentes del mercado. Todas las agencias de publicidad del mundo saben que trabajar con un artista de calle significa ganar notoriedad y prestigio, y a los voluntarios (con buena paga, que quede claro) no les falta trabajo. Para aquellos que viven al margen de recompensas y lealtades ficticias, la historia es totalmente distinta: algunos han empezado a mostrar su rabia tachando a Banksy y compa?¨ªa de vendidos y reivindicando una vuelta a los or¨ªgenes, al trabajo de pico y pala. El de Bristol, por su lado, responde a su manera: "?Sabes? Pintar grafiti es una actividad muy peligrosa, trabajas de noche, rodeado de borrachos, guardias de seguridad y el constante pensamiento de no saber lo que estar¨¢ haciendo tu novia en aquel momento... es peligroso, muy peligroso".
El documental 'Exit through the gift shop', dirigido por Banksy, se estren¨® en el pasado Festival de Cine de San Sebasti¨¢n y se proyecta en cines de toda Espa?a desde el d¨ªa 8 de octubre. Las im¨¢genes que ilustran este reportaje pertenecen (a excepci¨®n de la obra exclusiva de Banksy) al libro 'Trespass. Historia del arte urbano no oficial', editado por Taschen.
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