No hubo milagros
He seguido a lo largo de a?os, en periodos diferentes, las noticias de Chile en Francia y en Europa. A comienzo de la d¨¦cada de los sesenta, sal¨ªan algunas l¨ªneas cada tres o cuatro meses. Despu¨¦s aument¨® el espacio, pero casi siempre para dar informaciones tristes, malas, inquietantes: muerte de Salvador Allende y de Pablo Neruda, bombardeo de La Moneda, campos de detenidos, desapariciones. Hubo algunas luces despu¨¦s del plebiscito presidencial y de la transmisi¨®n del mando, situaciones no muy bien interpretadas, en la mayor¨ªa de los casos.
Ahora, el episodio de los mineros atrapados en la mina San Jos¨¦ rompi¨® todos los esquemas. En toda Europa, y en todo el resto del mundo, por lo dem¨¢s, se sigui¨® el caso con emoci¨®n, con asombro, y al final con admiraci¨®n no disimulada. Durante los dos meses y tanto de espera recib¨ª en mi despacho de jefe de misi¨®n cartas de familias completas, dibujos de los ni?os, misivas de marineros bretones, de antiguos mineros, de m¨¦dicos, de psiquiatras, de se?oras y se?ores jubilados. A veces, contaban experiencias personales y agregaban frases conmovedoras.
En el rescate de los mineros chilenos se actu¨® con la cabeza y con el coraz¨®n
Los mineros se organizaron en forma impecable, mantuvieron la moral muy alta
Uno pensaba que el mundo global, el de las comunicaciones universales, ten¨ªa, a pesar de todo, lados positivos. Hab¨ªa un aspecto humano que se impon¨ªa, por encima de todas las distancias y las diferencias. Salud¨¦ al embajador de China en la Unesco, unos pocos d¨ªas antes del desenlace, esto es, antes de que las noticias se concentraran en Chile, y lo primero que hizo fue preguntarme por los mineros. Me llam¨® un amigo de Ruman¨ªa para saber de ellos. Desde el mi¨¦rcoles en la noche, las im¨¢genes de la salida de la mina, de la emoci¨®n de las familias, de las banderas chilenas, de la c¨¢psula met¨¢lica que sal¨ªa del fondo de la tierra, del presidente y su mujer, empezaron a dominar en todos los medios europeos de una manera incre¨ªble.
Los diplom¨¢ticos en casi toda Europa fuimos abordados por las radios, por las televisiones, por la prensa escrita. El segundo de la Embajada en Francia intervino en un programa matinal. A m¨ª me llevaron al mediod¨ªa del mi¨¦rcoles a un espacio de gran sinton¨ªa de Canal Plus. Es un programa ligero, juvenil, de comentario de noticias, de humor, de bromas. En las grader¨ªas, frente al escenario, hab¨ªa un p¨²blico de barrio, de gente joven, de amas de casa: 40 o 50 personas que conocen hasta los menores detalles, que reconocen a los actores, que se r¨ªen antes de que ellos comiencen su actuaci¨®n. Un supuesto miembro de la Legi¨®n Extranjera se paseaba por la orilla del estudio, detr¨¢s de las grader¨ªas. En la pantalla principal, armado de un enorme ri
fle, con su quep¨ªhundido en la frente, hac¨ªa flexiones, deslizaba su rifle descomunal por la espalda, se atusaba unos enormes bigotes postizos. Cuando apareci¨® en vivo y en directo, frente a las c¨¢maras, dijo unos cuantos disparates y se not¨® que el p¨²blico lo pasaba muy bien. Dej¨® el inc¨®modo fusil apoyado en un rinc¨®n, se sac¨® el casco militar y empez¨® a cortar manzanas a ritmo chaplinesco, a colocar leche en un recipiente, agregando toda clase de condimentos absurdos. Lo introdujo todo en un frasco y declar¨® que era una comida para ocho personas. El p¨²blico aplaudi¨® de buena gana.
Y de repente, en la pantalla m¨¢s grande, aparecieron las banderas chilenas, los mineros que estaban debajo de la mina y que esperaban su turno con una tranquilidad realmente impresionante, el paisaje del desierto de Atacama, y la c¨¢psula met¨¢lica en el momento preciso en que asomaba a la superficie con su carga humana. Entonces se escucharon aplausos tupidos, entusiastas.
Me llaman al escenario, donde hay unas cinco o seis personas, entre ellas un entrevistador conocido y un profesor de Ciencias Pol¨ªticas de prestigio nacional. Me preguntan por la miner¨ªa del norte de Chile, por las condiciones de trabajo, por el estado de las minas. ?Soy partidario de mejorar radicalmente esas condiciones? Por supuesto que s¨ª: la enorme mayor¨ªa del pa¨ªs es partidaria del cambio, de la modernizaci¨®n y la humanizaci¨®n de la miner¨ªa. Pero no todas las minas son comparables a la del derrumbe. Tambi¨¦n, en honor a la verdad, tengo que decir que hay grandes minas modernas, de ¨²ltima tecnolog¨ªa.
El rescate de los mineros, me dice el entrevistador, es un milagro. Lo m¨¢s interesante del caso, contesto, consiste precisamente en que no es un milagro. Los mineros se organizaron en forma impecable, dividieron su trabajo con eficacia, mantuvieron la moral muy alta. Entre ellos hab¨ªa un joven boliviano y lo trataron como a un hermano. El m¨¢s experimentado y maduro tom¨® la direcci¨®n del grupo y su autoridad nunca fue desconocida. Otro se dedic¨® a ense?ar juegos de naipes y a contar historias: asumi¨® la tarea del animador, del entertainer, sin que nadie se la discutiera.
El Gobierno, entretanto, tuvo una reacci¨®n r¨¢pida. Nadie pidi¨® que le escribieran un informe t¨¦cnico o consult¨® a la Contralor¨ªa General de la Rep¨²blica. Se actu¨® sin la menor burocracia, sin saber de qu¨¦ ¨ªtem presupuestario saldr¨ªa el dinero, dejando el papeleo para m¨¢s tarde. Y el ministro de Miner¨ªa, el se?or Golborne, se intern¨® con un par de ayudantes en la salida principal de la mina, hasta llegar a cuatro kil¨®metros de la salida, hasta la roca que se hab¨ªa derrumbado, y comprob¨® que en el interior hab¨ªa aire respirable y probables sobrevivientes.
?Habr¨¢ un aprovechamiento pol¨ªtico de la situaci¨®n?, me pregunt¨® despu¨¦s, por la radio francesa, una periodista muy pronunciada y puntete (como decimos nosotros). La pregunta parec¨ªa inteligente, aguda, y creo que no lo era tanto. Aprovechamos todos, le dije, y pens¨¦ que lo importante del caso resid¨ªa justamente en otra cosa. En que fue una acci¨®n donde intervinieron muchos, donde se actu¨® con la cabeza y con el coraz¨®n, con sentido de la adaptaci¨®n y la flexibilidad, con an¨¢lisis razonables, certeros. Hubo gur¨²es, adivinas, curanderos, charlatanes de toda especie, y la salida de la mina tendi¨® a convertirse en una extra?a de feria, pero el trabajo verdadero, serio, iba por otro lado. En resumidas cuentas, no hubo milagros de ninguna clase, los curanderos y las adivinas sobraron, y eso fue lo m¨¢s interesante de todo.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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