El acoso del razonamiento
Hasta hace no mucho tiempo, exist¨ªa una tradici¨®n inviolable, y lo que quiero decir con este exagerado adjetivo es que por supuesto pod¨ªa violarse, pero quien lo hac¨ªa quedaba inmediatamente expuesto al descr¨¦dito y privado de raz¨®n. Esa tradici¨®n ata?¨ªa a la discusi¨®n, ya se diera en el ¨¢mbito privado, ya en el p¨²blico. Si alguien afirmaba algo en el transcurso de una cena o de una tertulia, y un interlocutor se lo rebat¨ªa con argumentos, el primero estaba obligado a refutar a su vez y a aportar nuevas razones que sustentaran lo que hab¨ªa afirmado y desbarataran las esgrimidas por el segundo. Si no encontraba esos nuevos argumentos, o ¨¦stos carec¨ªan de peso y no resultaban convincentes -no ya para el adversario, sino para los presentes, que en cierto modo ejerc¨ªan de ¨¢rbitros, aunque s¨®lo fuera con murmullos de aprobaci¨®n o desaprobaci¨®n-, sus aseveraciones iniciales deb¨ªan ser retiradas o matizadas, o quedaban lo bastante desautorizadas para diluirse: en todo caso no prevalec¨ªan. Le supon¨ªa a¨²n mayor desdoro irse por las ramas y evitar la confrontaci¨®n, lo que hoy se llama -con expresi¨®n pedestre- "echar balones fuera": cambiar de tema e intentar desviar la atenci¨®n del aprieto en que se hubiera metido. Y la peor de todas las reacciones, la que m¨¢s lo desprestigiaba y jam¨¢s se consent¨ªa, era no contestar nada, callar, fingir que lo aducido por su contrincante no hab¨ªa existido ni por tanto necesitaba r¨¦plica. Dentro de esa tradici¨®n se inscrib¨ªa el viejo dicho "El que calla, otorga", esto es, el que mira hacia otro lado y se pone a silbar, el que se hace el distra¨ªdo y no se da por aludido tras una interpelaci¨®n directa, est¨¢ concediendo la raz¨®n al otro, est¨¢ reconociendo su arbitrariedad o su equivocaci¨®n. Y eso vinculaba, quiero decir que ese individuo ya no pod¨ªa volver a la carga y seguir afirmando lo que hab¨ªa sido incapaz de demostrar o defender; quedaba desarbolado, y, cada vez que insistiera en sus opiniones carentes de base y de sost¨¦n, se le recordar¨ªa la argumentaci¨®n que no pudo combatir.
"Los que se molestan en razonar desistir¨¢n de ello, en vista de su inutilidad"
Esta vieja tradici¨®n dial¨¦ctica, fundamental para la convivencia, ha saltado por los aires. Los pol¨ªticos actuales no habr¨ªan sobrevivido a un solo rifirrafe de estas caracter¨ªsticas hace veinte a?os, no digamos hace cincuenta. A ninguno se le habr¨ªa tolerado -o no sin un monumental descr¨¦dito para ¨¦l- hacer caso omiso de las preguntas de los periodistas, de las opiniones fundadas de los columnistas, de las argumentaciones de sus adversarios. No habr¨ªa sido de recibo que contestaran "Eso hoy no toca", o "Qu¨¦ buen tiempo hace", o "Lo ¨²nico que importa es que somos lo mejor para Espa?a" ante una pregunta directa o en medio de una discusi¨®n. Se los habr¨ªa llamado de inmediato al orden: "Oiga, no me ha respondido", o "No ha refutado lo que le he dicho"; y si se hubieran empe?ado en seguir rehuyendo la cuesti¨®n, nadie les hubiera aceptado que volvieran a hablar, al menos no de esa cuesti¨®n. Esta actitud de los pol¨ªticos no s¨®lo se consiente y no les trae consecuencias, sino que adem¨¢s ha contagiado al resto de la sociedad. Lo habitual es hoy que, si alguien aduce o argumenta algo con suficiente convicci¨®n y el interpelado no sabe oponer resistencia, ¨¦ste finja no haber o¨ªdo, o es m¨¢s, finja que nadie ha o¨ªdo, que las palabras que lo incomodan no han sido pronunciadas o escritas, no han existido. A veces, como mucho, las despacha con ese comod¨ªn rid¨ªculo de "Esa es su opini¨®n", como si las opiniones ajenas no nos afectaran y no debieran ser refutadas o contrarrestadas por la propia, eso s¨ª, con argumentos. Hoy es posible asistir a este di¨¢logo: "El sol sale por oriente". "Ah, esa es su opini¨®n".
Lo m¨¢s grave de esta actitud generalizada, y admitida por los espectadores o ¨¢rbitros, es que pronto, muy pronto, los que se molestan en razonar desistir¨¢n de ello, en vista de su inutilidad. Y eso es lo que en el fondo anhelan los pol¨ªticos y cuantos no soportan disensi¨®n ni discrepancia alguna. Hace unos meses le¨ª que ya se hab¨ªa producido un abandono: F¨¦lix de Az¨²a, uno de los mejores argumentadores de nuestro pa¨ªs, anunci¨® que dejaba sus colaboraciones en El Peri¨®dico de Catalunya ante la imposibilidad no ya de convencer a nadie de nada, sino ante la evidencia de que sus columnas eran le¨ªdas como quien lee llover (no pude ver ese texto suyo, pero s¨ª algunos comentarios sobre ¨¦l). ?Cu¨¢nto van a durar deslom¨¢ndose, d¨¢ndose con la cabeza contra una pared o contra el vac¨ªo, los que a¨²n aspiran a tener raz¨®n -y, por tanto, a que se les d¨¦- y se preocupan de demostrar que la tienen mientras otro no se la quite con las mismas armas dial¨¦cticas de buena ley? ?Cu¨¢nto m¨¢s durar¨¢n sin hartarse los Savater, Ferlosio, Ramoneda, Juli¨¢ o G¨®mez Pin, por mencionar a unos pocos articulistas de este diario, si lo ¨²nico que obtienen son ladridos en el mejor de los casos y o¨ªdos sordos en el peor? ?Si los gobernantes o los contrincantes no se dan por aludidos aunque hayan sido se?alados con el dedo, y no van a sentirse obligados a responder ni a rectificar, y la ciudadan¨ªa en pleno se lo consiente? A este paso llegar¨¢ un d¨ªa en el que las cabezas pensantes habr¨¢n sido anuladas por el agotamiento, el hast¨ªo, el desaliento que esta situaci¨®n produce. Y entonces estaremos a¨²n m¨¢s desahuciados: aunque ahora no haya respuestas ni reacci¨®n, y s¨®lo "balones fuera", los argumentos todav¨ªa existen, y los lectores-¨¢rbitros disponemos de ellos. Lo malo de veras ser¨¢ cuando a nadie le compense el esfuerzo, y nadie lleve la contraria a los vacuos que -ellos s¨ª, impert¨¦rritos- seguir¨¢n hablando, e imponiendo.
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