El nombre de Somorrostro
Guardan ustedes en alg¨²n rinc¨®n de su cerebro el recuerdo de un lugar en el que nunca estuvieron, de un nombre que escucharon o pronunciaron sin poner jam¨¢s los pies en el territorio que designaba? No crean que me refiero a sitios m¨ªticos -o mitificados- por el deseo: Shangri-La, Katmand¨², Saig¨®n o los fiordos noruegos, pongamos por caso. Eso ser¨ªa irreal.
El lugar nunca visitado y, sin embargo, presente en el bagaje de mis evocaciones era muy pobre y muy real. Se llamaba Somorrostro, y ocupaba un trozo de playa de Barcelona, entre lo que hoy es el Parc de Recerca Biom¨¨dica y la playa del Bogatell. Es decir, delante del hospital del Mar (el que sal¨ªa en la pel¨ªcula Todo sobre mi madre). En el Somorrostro, el flamenco fue quej¨ªo puro: de all¨ª surgi¨® Carmen Amaya, la m¨¢s grande bailaora de bronce y pena. Caminaba descalza hasta el restaurante Las Siete Puertas (en castellano entonces), para dejar at¨®nitos a los se?oritos.
"Que nos devuelvan el derecho a leer con orgullo la palabra"
Quienes apreciaron la luminosidad del Mediterr¨¢neo penetrando en el recinto en el que agonizaba Pen¨¦lope Cruz deben saber que en aquella arena sobrevivieron desde finales del siglo XIX unas 16.000 personas. Luchando contra la miseria, en chabolas construidas con materiales diversos, con tablones y desechos depositados en el mar por la resaca. En 1966, con motivo de unas maniobras navales que iba a presenciar el llamado Caudillo, se limpi¨® la arena de barracas y personas. Y poco a poco desapareci¨® el recuerdo. Y hasta desapareci¨® el Caudillo. Al menos, f¨ªsicamente.
Nunca pis¨¦ el Somorrostro, lo entreve¨ªa de peque?a los domingos, cuando iba apretujada en el tren que nos llevaba a la playa del Mas Nou, a pasar el d¨ªa con la tartera a cuestas. Pero sab¨ªa qu¨¦ era el Somorrostro: un hogar peor que el Barrio Chino. En lo que hoy es el Raval, las mujeres usaban el nombre -Somorrostro, Somorrostro- bien para amenazarnos -"Si no te portas bien, acabar¨¢s viviendo en una barraca como las del Somorrostro"-, bien para que pech¨¢ramos con resignaci¨®n con nuestra suerte: "?Te quejas porque a tu edad tienes que dormir en la cama turca con tu madre? ?Porque la humedad de las paredes te produce bronquitis? ?Ay, desgraciada! ?No ves que peor ser¨ªa que tuvieras que vivir en una barraca del Somorrostro?".
Somorrostro. Un nombre potente. Buscando su etimolog¨ªa, he encontrado una procedencia latina: summum rostrum, promontorio mayor, al menos eso se dice del cerro del Somorrostro, en Santander, lindando con Vizcaya. Pero m¨¢s que nada a m¨ª, que desde peque?a me gust¨® jugar con las palabras, me apetece repetir: "Somorrostro, Somorrostro? Somos Rostros, Somos Rostros?". Esa letan¨ªa, que los desaparecidos de la playa de Barcelona sin duda susurran cada amanecer -estuvimos aqu¨ª, fuimos gente-, ha acabado por tener sus frutos.
Si no me equivoco, cuando escribo esto, lo que los cronistas de fuste denominan "una iniciativa ciudadana cualificada" est¨¢ teniendo lugar para que esa parte del litoral barcelon¨¦s que va del hospital del Mar hasta el final de la calle de la Marina se llame Platja del Somorrostro. Para que as¨ª, su historia irrenunciable tenga una presencia tan verdadera -al menos en la piedra, en el m¨¢rmol- como lo fue la existencia de su carne.
Es un trabajo, el de hacer justicia al Somorrostro -y a otros barrios de chabolas que en mi ciudad dieron cobijo a los inmigrantes, dada la precariedad de la vivienda-, que debemos a la Comissi¨® Ciutadana per a la Mem¨°ria dels Barris de Barraques de Barcelona, formada por gente empe?ada en que no desaparezcan ni el recuerdo ni la gratitud debida. Hubo muchos hacinamientos humanos en lugares que hoy pertenecen a la ciudadan¨ªa. Al menos, una placa o un monumento que nos hable de quienes tejieron esa parte de la urbe con su sacrificio y su sufrimiento. Formaban parte del grupo al que Francesc Candel denominaba los otros catalanes. Contribuyeron a la grandeza de mi ciudad, posiblemente ech¨¢ndole m¨¢s valor que los patricios que se atribuyen todo el m¨¦rito. Que no haya olvido, pues.
Y que nos devuelvan, a quienes sabemos qu¨¦ fue aquello, el derecho a leer con orgullo la palabra. Somorrostro. Somos Rostros, estamos entre vosotros.
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