En el principio fue la Piquer
Ni Al Jolson tiznado de bet¨²n ni El cantor de jazz; en el principio del cine sonoro fue el verbo garboso de Conchita Piquer, cantando all¨¢ por 1923 en una grabaci¨®n del director Lee de Forest. Es una de las chicas de variet¨¦s filmadas en ese primer trino del cine. Desde unos deslumbrantes 17 a?os, Conchita desgrana ante la c¨¢mara sonora Phonofilm, inventada por De Forest (?tres a?os antes de El cantor de jazz!) una jota, un cupl¨¦ y un fado. Astuta, la que luego ser¨ªa indiscutible reina de la copla en el jolgorio rumbero de la Espa?a franquista y ca?¨ª, acompa?a el fado con unas casta?uelas. Nunca vi¨®se mixtura musical tan a contrapelo; el amuermante fado, con efectos similares a una p¨®cima depresiva, salta al ritmo del casta?eteo con la viveza de una marcha triunfal. Como se ve, la estancia de la Piquer en Nueva York dio para mucho. Se sab¨ªa que Suspiros de Espa?a nace de un episodio de nostalgia desgarrada vivido en una Nochebuena neoyorquina, afilado con alguna iron¨ªa zumbona ("Como all¨ª no beben por la Ley Seca / y solo en las farmacias despachan vino / yo pagu¨¦ a precio de oro una receta"); ahora resulta que tambi¨¦n se gan¨® un rinc¨®n en la historia del cine, junto a los Lumi¨¨re, el color¨ªn de La feria de la vanidad de Rouben Mamoulian o el cinemascope de La t¨²nica sagrada.
Casi es justo que as¨ª sea. En el degradado mundillo de la canci¨®n popular espa?ola, lleno de oz¨²s, mugre y baratijas casticistas, do?a Concha era una especie tan rara como un pez que llora. Cantaba los textos con una dicci¨®n n¨ªtida, una entonaci¨®n ajustada y una dosificaci¨®n pasional milim¨¦trica. El peso narrativo de sus canciones depend¨ªa de su voz y viceversa. Quien haya escuchado Tatuaje, Lola Pu?ales, La ni?a de la estaci¨®n o La vecinita de enfrente entender¨¢ la simbiosis perfecta entre la narraci¨®n y el trabajo, a veces mordaz, de la cantante. Nada que ver con las toneladas ganga sentimentaloide regurgitadas por las tonadilleras famosas.
El sistema Phonofilm fracas¨® y De Forest acab¨® sus d¨ªas en Espa?a. Pero las im¨¢genes no mienten: en el primer vagido del cine sonoro, Conchita Piquer estaba all¨ª. El glamour de Hollywood le debe una parte a la valenciana Piquer; igual que el oropel del Vaticano le debe un adarme de temblor a los valencianos Borgia (Borja).
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