El miedo de los 'n¨®madas de la guerra'
Los inmigrantes saharauis en Madrid ven hervir su desierto con tensi¨®n
El farmac¨¦utico Buyemma Moh tiene un hermano "m¨¢rtir". Nacido en Smara (S¨¢hara Occidental) en 1973, refugiado en el campamento argelino de Tinduf desde los seis a?os, formado profesionalmente en Cuba, Moh, empleado de una farmacia en la estaci¨®n de Atocha, es, antes que otra cosa, miembro de una familia de la resistencia saharaui. "Yo nac¨ª con la fundaci¨®n del Frente Polisario, en 1973; tengo tres hermanos en nuestro ej¨¦rcito de liberaci¨®n y uno que muri¨® en 1984 en una batalla contra los marroqu¨ªes", dice con orgullo.
Choca ver a un hombre vestido con una pulcra bata blanca, con el aspecto serio y cuidado de un boticario, hablar con la misma severidad de un rebelde emboscado en el desierto. "La ¨²nica soluci¨®n es la lucha armada. Marruecos nunca aceptar¨¢ nuestro derecho de autodeterminaci¨®n".
La toma de un campamento de protesta saharaui ayer de madrugada en el S¨¢hara Occidental, ejecutada por las fuerzas de seguridad marroqu¨ªes, y la violenta batalla campal en El Aai¨²n (capital de la antigua colonia espa?ola), golpe¨® a la di¨¢spora saharaui en Madrid. Pocos, menos de un centenar en la regi¨®n, seg¨²n la delegaci¨®n madrile?a del Frente Polisario (brazo pol¨ªtico del movimiento de liberaci¨®n de este territorio des¨¦rtico), pero llenos de rabia por lo que consideran una opresi¨®n tolerada internacionalmente y temerosos de lo que puedan estar sufriendo sus familiares en su pa¨ªs.Se hace de noche en Madrid. El farmac¨¦utico saharaui Buyemma Moh, asentado en la capital desde 2004, lleva despierto desde las seis de la ma?ana. Su tel¨¦fono son¨® y tra¨ªa malas noticias. Un amigo le informaba de que su tierra, el S¨¢hara Occidental, era, de nuevo, un polvor¨ªn.
El ej¨¦rcito marroqu¨ª acababa de iniciar la toma forzosa de un campamento de protesta donde miles de paisanos suyos ped¨ªan derechos sociales a Marruecos. La respuesta militar del Estado gobernado por el rey Mohamed VI hizo que se activasen los miedos de Moh. Cuando atend¨ªa a este peri¨®dico delante de la farmacia donde trabaja, en la estaci¨®n de Atocha, este temor, poco a poco, iba cogiendo cuerpo: Marruecos confirmaba la muerte de cinco miembros de sus fuerzas de seguridad entre el desalojo del campamento de Agdaym Izik y la batalla campal en la capital del S¨¢hara Occidental, El Aai¨²n; el Frente Polisario notificaba que hab¨ªa ca¨ªdo un saharaui de 26 a?os.
Los datos llegaban lentamente y la violencia continuaba en el desierto. El farmac¨¦utico Moh, que hoy viajar¨¢ al campamento de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia), con el temple que da una vida de exilio y tragedias familiares por la guerra del S¨¢hara, contaba su preocupaci¨®n por su t¨ªo (que vive en El Aai¨²n), se?alaba las "injusticias" que padece su gente ("una vida sometida a los colonos marroqu¨ªes: o eres su siervo o no tienes nada") y defin¨ªa el ¨²nico horizonte pol¨ªtico que le convence, que los saharauis posean su desierto con todos sus recursos: "Quiero la arena, la pesca, el fosfato. Quiero mi tierra".
A la misma hora en que hablaba este hombre, en otro lugar de Madrid, Fatinatu, una paisana suya de 21 a?os, empezaba un examen de matem¨¢ticas del grado superior de enfermer¨ªa que estudia. Tres cuartos de hora antes, en conversaci¨®n telef¨®nica, dec¨ªa c¨®mo se sent¨ªa: "Estoy muy nerviosa. No estoy aqu¨ª. Tengo un t¨ªo en El Aai¨²n que no me ha cogido el tel¨¦fono en todo el d¨ªa...". Sus padres tampoco est¨¢n con ella, sino en el campamento de Tinduf.
Fatinatu vive en Madrid desde 2005 con una familia espa?ola de Alcorc¨®n que lleva acogiendo ni?os saharauis desde los noventa. Carlos de la Mota es uno de sus hu¨¦spedes permanentes, un antiguo militante del Partido Comunista involucrado en el conflicto saharaui desde sus inicios. ?l fue uno de los organizadores del primer viaje a Espa?a de ni?os del S¨¢hara, en 1979: "Les impresionaban el agua y los ¨¢rboles, los picaportes de las puertas, el interruptor de la luz", recuerda De la Mota, que dice que a¨²n hoy las reacciones de los cr¨ªos son id¨¦nticas, pues siguen llevando la misma vida des¨¦rtica, con sus jaimas (tiendas de tela) o sus chozas de adobe en medio de una inmensidad de arena.
Las vacaciones veraniegas de los ni?os saharauis en Espa?a duran dos meses, pero la estancia de algunos, como Fatinatu, llega a ser permanente. En su caso, por una enfermedad que sufr¨ªa de ni?a. Ahora es una n¨®mada en Madrid, con una carrera en marcha de auxiliar de enfermer¨ªa y una nostalgia dolorosa de la gente y la tierra que, de momento, ha tenido que dejar atr¨¢s. "Hoy me gustar¨ªa estar con ellos, pero aqu¨ª lo estoy sintiendo todo. Es como si estuviera all¨ª", dice la chica.
Su dolor se expresaba con rabia contenida, tan hondo, es de suponer, pero menos flam¨ªgero que el de Nana, una joven de 16 a?os que gritaba ayer en primera l¨ªnea de la manifestaci¨®n ante la Embajada de Marruecos, distanciada del edificio por un cord¨®n de polic¨ªas antidisturbios. Nana, alterada, aseguraba que su familia de El Aai¨²n estaba en peligro, que hab¨ªa hablado durante el d¨ªa con su sobrina de cinco a?os y que esta solo pod¨ªa llorar. "Entraron en casa de mi hermana y les pegaron, destrozaron su hogar y se la llevaron detenida". Nana dijo que su hermana es una activista saharaui se?alada -no quiso dar su nombre-. Teme que los marroqu¨ªes la hayan llevado a lo que llama una c¨¢rcel negra, seg¨²n su explicaci¨®n, un presidio oculto donde se retiene y tortura a saharauis. El farmac¨¦utico Moh mencion¨® esas mismas palabras: "La c¨¢rcel negra".
Nana tambi¨¦n est¨¢ exiliada por enfermedad. Su padre, miembro del Frente Polisario, vive en Barcelona. Su madre, en el campamento de Tinduf. Ella grita rabiosa en la calle de Serrano. Quiere la paz, o lo que sea. "Siguen mat¨¢ndonos. Tenemos que responder", resume.
Convivir en el exilio con marroqu¨ªes
Para los pueblos subordinados a otros pueblos, no hay cosa que suene peor que el gentilicio del pa¨ªs que les maneja. As¨ª ha sido siempre: los norirlandeses con los ingleses, los croatas con los serbios, los indios con los vaqueros. Los saharauis con los marroqu¨ªes. Los marroqu¨ªes, gente que muchos exiliados saharauis han conocido m¨¢s de cerca en Espa?a que en su vida anterior en los territorios ocupados del S¨¢hara Occidental, y no digamos en los campamentos de refugiados argelinos, donde, obviamente, no viven marroqu¨ªes.
Fatinatu, una chica saharaui asentada en Madrid, 21 a?os, ha tenido malas experiencias con sus supuestos enemigos de patria. "Tuve dos compa?eras de clase marroqu¨ªes con las que discut¨ªa, porque el que se mete con mi pueblo, se mete conmigo". Ella considera que los inmigrantes de Marruecos saben poco o nada de la guerra del S¨¢hara, y cree que, de otro modo, tambi¨¦n son v¨ªctimas del mismo poder: "Viven en la pobreza y se tienen que marchar de su pa¨ªs. ?Por qu¨¦ siguen defendiendo a su rey?".
Su padre adoptivo en Espa?a, el activista pro-saharaui Carlos de la Mota, de Alcorc¨®n, ha acogido a muchachos del S¨¢hara cada verano desde 1994, y sabe c¨®mo reaccionan al ver ni?os marroqu¨ªes. "Hablan de Marruecos como su enemigo. A los m¨¢s echados palante hay que tranquilizarlos e insistirles en que no deben confundir al pueblo marroqu¨ª con su gobierno".
El farmac¨¦utico Buyemma Moh, hermano de guerrilleros saharauis, tambi¨¦n tiene sus encontronazos con los marroqu¨ªes madrile?os, aunque no todos le pican: "Hay clientes de Marruecos que me ven y hacen as¨ª con los dedos". Moh compone el gesto de la V de la victoria, presente en el bolsillo de la pechera de su bata en un curioso recipiente con la misma forma.
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