La red parasocial
No puedes tener 500 millones de amigos sin ganarte algunos enemigos" es el motto de la pel¨ªcula The social network (La red social), de David Fincher, estrenada hace pocas semanas en Espa?a. El filme, basado en el libro The Accidental Billionaires, de Ben Mezrich, narra la historia de la creaci¨®n de Facebook, rica en intrigas y traiciones, que puede resumirse como el retrato de un nuevo Ciudadano Kane con la apariencia del nerd exitoso: un inadaptado social que ha creado la mayor red social del mundo.
No s¨¦ cu¨¢nto tiene que ver ese personaje con el verdadero Mark Zuckerberg, pero el lema de la pel¨ªcula me ha llamado la atenci¨®n. Es ingenioso y concita cierta dosis de paranoia popular ("mientras m¨¢s famoso seas, m¨¢s gente te envidiar¨¢"). Pero tambi¨¦n resulta enga?oso: en la vida real no hay ninguna correlaci¨®n decisiva entre nuestro n¨²mero de amigos y enemigos.
La amistad y el activismo en Internet son m¨¢s d¨¦biles y menos eficaces que en el mundo no virtual
La obsesi¨®n por la 'participaci¨®n' alienta la irresponsabilidad e irracionalidad
Quien se asome a la peque?a teor¨ªa de la amistad que esboza Arist¨®teles en su ?tica a Nic¨®mano, encontrar¨¢, por ejemplo, cosas muy preocupantes en la era de Facebook: "?C¨®mo se puede dar el t¨ªtulo de amigos a gente cuya reciprocidad de sentimientos no se conoce? Para que sean verdaderos amigos, es preciso que tengan los unos para con los otros sentimientos de benevolencia, que se deseen el bien, y que no ignoren el bien que se desean mutuamente". La verdadera amistad, nos explica el fil¨®sofo, es rara, lleva tiempo y requiere de la virtud compartida. Los buenos amigos son pocos por la naturaleza misma de ese sentimiento, cuya se?al m¨¢s cierta, nos asegura, es la "vida com¨²n".
No dudo, sin embargo, de que el t¨®pico publicitario sobre los numerosos amigos y los enemigos obligados sea la consigna perfecta para el asunto que se intenta promover. Porque una de las cosas que las redes sociales est¨¢n cambiando para siempre es justamente la naturaleza de los v¨ªnculos interpersonales.
No hace mucho, Malcolm Gladwell reflexionaba en The New Yorker sobre hasta qu¨¦ punto estas redes han conseguido transformar los lazos comunitarios y la forma en que se hace pol¨ªtica desde la sociedad civil. En su opini¨®n, las nuevas herramientas de comunicaci¨®n (Twitter, Facebook, MoveOn...) favorecen "lazos d¨¦biles" entre las personas. Es decir, aunque facilitan la diseminaci¨®n de informaci¨®n y proporcionan un mayor alcance, lo hacen de tal forma que su efecto no es el mismo que en el mundo no virtual.
Con ejemplos sacados de la historia del activismo por los derechos civiles en EE UU de los sesenta, Gladwell viene a decirnos que las actuales herramientas de movilizaci¨®n social, a diferencia de aquellas que transformaron nuestras sociedades durante el siglo XX, funcionan a partir de lazos informales; de relaciones que, si bien pueden convertirse en una fuente inagotable de ideas nuevas e informaci¨®n, rara vez conducen a un verdadero riesgo o compromiso humano, en el sentido "fuerte" dela palabra. Contra el evangelismo de las nuevas redes digitales, Gladwell suelta una conclusi¨®n rotunda: "El activismo de Facebook triunfa, no porque motive a la gente a hacer sacrificios reales, sino motiv¨¢ndola a hacer cosas que la gente hace cuando no est¨¢ lo bastante motivada para hacer un sacrificio real".
La flexibilidad antijer¨¢rquica de las nuevas redes sociales ha redimensionado el alcance de la democracia en el mundo actual. Ha servido para ampliar el acceso a la informaci¨®n y denunciar el abuso de poder. Pero tambi¨¦n ha rebajado el v¨ªnculo interpersonal a un tipo de interacci¨®n "parasocial" que utiliza la Red como canal exclusivo de sociabilidad.
Lo "parasocial" aqu¨ª no es solo, como se defini¨® en la sociolog¨ªa norteamericana de los a?os cincuenta, el tipo de relaci¨®n que fluye en un solo sentido (entre las celebridades y su audiencia, por ejemplo: donde una de las partes sabe mucho sobre la otra, y a la otra sencillamente no le interesa saber; o con los actuales pol¨ªticos que quieren estar en las redes a toda costa, aunque ello apenas signifique tener un blog aburrido que escribe su ayudante). El t¨¦rmino se extiende a la manera en que alguien se convierte en "personaje" de la Red, a la forma en que se relaciona desde all¨ª con los dem¨¢s y al enga?oso sentido de inmediatez que esos v¨ªnculos son capaces de proporcionarnos.
Tomemos, por ejemplo, a un grupo de personas, una comunidad virtual establecida a partir de comentarios en el blog de alg¨²n personaje p¨²blico. Con el tiempo, muchas de esas personas pueden llegar a creer que conocen al personaje, o que se conocen realmente entre s¨ª. Pero cuando decidan empezar a relacionarse en la vida real, resultar¨¢ casi inevitable cierta decepci¨®n: aquella sensaci¨®n de cercan¨ªa, la admiraci¨®n por un estilo de escritura, o incluso el intercambio de correspondencia electr¨®nica terminan siendo se?ales enga?osas e incompletas, malentendidos propios de las relaciones parasociales, que a menudo malgastan nuestra capacidad de emprender proyectos comunicativos o de hacer activismo en el mundo real.
Este s¨ªndrome de complacencia social y filos¨®fica se asocia tambi¨¦n a la falta de responsabilidad y a los l¨ªmites de la libertad de expresi¨®n en la Red. ?Qu¨¦ tipo de v¨ªnculo social propicia el anonimato del comentarista promedio? ?C¨®mo juzgar la libertad de decir cualquier cosa en Internet, por descabellada e intolerante que sea? El soci¨®logo mexicano Jos¨¦ Antonio Aguilar recordaba hace poco que la obsesi¨®n por el rating y la interactividad, ese "democratismo" que hoy practican tantos medios de prensa, solo alienta la falta de responsabilidad individual y colectiva, y acaba conduci¨¦ndonos a la irracionalidad p¨²blica.
No se trata solo de inadaptados, groupies, comentaristas an¨®nimos o cualquier club de chiflados sin importancia. La tentaci¨®n "parasocial" se manifiesta tambi¨¦n en gente como el supermillonario Peter Thiel, que, por cierto, aparece brevemente en The social network, invirtiendo medio mill¨®n de d¨®lares para financiar la expansi¨®n del Facebook original en 2004.
Thiel, al que Jacob Weisberg dedicaba recientemente un ¨¢cido retrato en Slate, maneja capital riesgo, est¨¢ en contra del funcionamiento actual de la democracia y ha decidido concentrar esfuerzos "en las nuevas tecnolog¨ªas que pueden crear un nuevo espacio para la libertad". Cofundador de PayPal y entusiasta de Facebook (al que considera una forma de crear comunidades supranacionales voluntarias), tambi¨¦n se dedica a apoyar las comunas de Seasteading en alta mar o a financiar con becas de 100.000 d¨®lares a empresarios menores de 20 a?os que decidan abandonar los estudios universitarios para dedicarse a lo que realmente merece la pena en la vida, a saber, crear compa?¨ªas tecnol¨®gicas.
"El programa de Thiel", escribe un horrorizado Weisberg, "descansa sobre la premisa de que EE UU sufre un d¨¦ficit de esp¨ªritu empresarial. En realidad, podemos estar en el l¨ªmite de lo contrario: un mundo en el que demasiadas ideas d¨¦biles encuentran financiaci¨®n y cada ni?o sue?a con ser el pr¨®ximo Mark Zuckerberg".
El nuevo modelo de relaci¨®n interpersonal que proponen las redes sociales tiene cada vez menos que ver con los valores de la clase media, pero tambi¨¦n con algunos fundamentos de la convivencia tradicional. Nada de esto, por supuesto, es culpa de Internet, pero muchas de las opciones que convierten la Red en el emblema libertario de un nuevo mundo sin limitaciones sociales est¨¢n basadas en el narcisismo m¨¢s vulgar: aquel que solo puede juzgar a los otros seg¨²n un esquema inmaduro de gratificaci¨®n: "amigos" o "enemigos", desprendimientos paralelos de un hambre insaciable de reconocimiento inmediato.
Ernesto Hern¨¢ndez Busto es ensayista (premio Casa de Am¨¦rica 2004). Desde 2006 edita el blog de asuntos cubanos PenultimosDias.com
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