El Aai¨²n
No sabemos cu¨¢ntos muertos, heridos, detenidos o deportados ha habido en El Aai¨²n. Lo peor es que quiz¨¢ nunca lo sepamos y pasen a formar parte de esa nube mundial de desaparecidos bajo las dictaduras, cuyas sombras claman contra el olvido.
En la era de Internet y de los m¨®viles donde vivimos en la ficci¨®n de que nada escapa a nuestra vista, hay territorios que se desglobalizan cuando interesa a sus reg¨ªmenes dictatoriales y sus dramas pasan a desenvolverse en un universo peque?o, hostil, absolutamente opaco. Para el uso del tanque y la metralleta, la porra y el l¨ªquido incendiario, se apagan las luces, y el lugar se convierte en un Gernika de rostros desencajados, de beb¨¦s que lloran y de mujeres que gritan sin voz.
Las guerras no se retransmiten, las represiones no se cuentan ni se permite poner rostro a las v¨ªctimas. Se decreta la muerte de la libertad de informaci¨®n y, con ella, de cualquier atisbo de verdad que pueda filtrarse al mundo exterior.
En este espacio dantesco ha sido un rayo de esperanza la presencia en El Aai¨²n de un equipo de la cadena SER, encabezado por la misma voz que nos cont¨® la muerte de Couso en la guerra de Irak de una forma que nunca olvidaremos. ?ngels Barcel¨® y todo su equipo han representado en estos d¨ªas un testimonio de compromiso con la verdad que nos devuelve cierta esperanza en el papel de una prensa libre y de un derecho a la informaci¨®n que se vulnera siempre que hay en juego intereses econ¨®micos. El solo hecho de partir hacia El Aai¨²n a buscar la verdad en sus calles en los momentos quiz¨¢ m¨¢s decisivos para la resoluci¨®n de la causa saharaui es ya un monumento al viejo periodismo de las fuentes directas frente a la manipulaci¨®n de las agencias, de los comunicados oficiales y de los periodistas empotrados en los ej¨¦rcitos vencedores. Por el contrario, su detenci¨®n y expulsi¨®n son un monumento a la tiran¨ªa que nos hace temer lo peor en el largo ¨¦xodo de los saharauis por su independencia.
Mientras la cadena SER prestaba este servicio a la libertad de expresi¨®n, el Gobierno adoptaba un inexplicable silencio y una comprensi¨®n infinita hacia el r¨¦gimen marroqu¨ª. Afirmar que los periodistas detenidos y expulsados han sido s¨®lo "retenidos para responder a algunas preguntas" es una declaraci¨®n rid¨ªcula de pleites¨ªa extrema con los que vulneran los derechos humanos m¨¢s elementales. Incluso las declaraciones posteriores en las que el presidente del Gobierno matiza las palabras de la ministra de Exteriores y afirma que se va a investigar la muerte de un ciudadano espa?ol nos enerva por la reducci¨®n de un drama colectivo a un contencioso particular de nacionalidad herida.
Mientras el Gobierno central miraba para otro lado, el Parlamento de Andaluc¨ªa ha cumplido fielmente la funci¨®n de representar el sentir de la ciudadan¨ªa y ha condenado sin paliativos la vulneraci¨®n de derechos humanos y expresado su solidaridad con las v¨ªctimas de los sucesos de El Aai¨²n as¨ª como con el pueblo saharaui. De todas las declaraciones del Parlamento de Andaluc¨ªa respecto al conflicto del pueblo saharaui con Marruecos, esta es la m¨¢s dura y tambi¨¦n la m¨¢s desesperanzada. Apela a una mayor implicaci¨®n del Gobierno central y de la Uni¨®n Europea y solicita observadores internacionales que garanticen los derechos humanos de la poblaci¨®n saharaui. Desgraciadamente, hasta el momento, la comunidad internacional ha permanecido muda ante la masacre.
Pero Andaluc¨ªa ha hablado y, aunque no sea suficiente, esa resoluci¨®n transmitida por las emisoras de televisi¨®n y de radio que se escuchan en todos los territorios ocupados dar¨¢ algo de esperanza a todo un pueblo que se encuentra hoy aterrorizado y disperso por el pa¨ªs vecino. Porque, en estas fechas. El horror y la ignominia contra el ser humano tienen un nombre: El Aai¨²n.
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