El pasado de nuestro presente
Wajdi Mouawad estaba jugando en la terraza de su casa del barrio de Ain Remaneh, en Beirut, cuando, justo debajo, un autob¨²s de civiles palestinos fue sorprendido por un comando de milicianos cristianos del Kataeb. "De repente o¨ª un griter¨ªo, me asom¨¦ y vi el autob¨²s lleno de viajeros, rodeado de milicianos que les ametrallaban. Mi madre sali¨® al instante a por m¨ª y me arrastr¨® dentro. Ten¨ªa seis a?os y medio. Tiempo despu¨¦s, en Francia, le¨ª que ese atentado, con 27 muertos, desencaden¨® la Guerra del L¨ªbano. No es del todo exacto: hubo antes otros asesinatos, pero no tan traum¨¢ticos. En la calle se form¨® una enorme columna de humo negro visible desde las segundas residencias de la cordillera que separa Beirut del valle de la Bekaa. Todo liban¨¦s recuerda d¨®nde estaba en ese momento: es un punto de referencia colectivo, como el 23-F en Espa?a".
"La memoria est¨¢ ligada a la capacidad de mirar de frente los traumas colectivos. Tomemos por ejemplo las fosas comunes"
Sobre un mantel, en una cafeter¨ªa del madrile?o distrito de Arganzuela, el autor, actor y director teatral libanocanadiense dibuja un croquis con el cruce de calles, los veh¨ªculos que cierran el paso al autob¨²s, los milicianos tomando posiciones alrededor, delante de la peluquer¨ªa, del horno y del ultramarinos que frecuentaba su madre... "Todo el mundo cre¨ªa que la guerra no durar¨ªa mucho. De hecho, nadie pronunci¨® jam¨¢s la palabra guerra. La primera vez que la o¨ª fue en Francia. En L¨ªbano habl¨¢bamos de incidentes. Si est¨¢bamos en una cafeter¨ªa y o¨ªamos disparos, dec¨ªamos: 'No es grave. Se tranquilizar¨¢n en un rato', y segu¨ªamos hablando de cualquier cosa. La gente se tir¨® ocho a?os diciendo: 'Esto se acabar¨¢ en tres meses'. Hasta 1983 no entendimos que est¨¢bamos en guerra: muchos dejaron el pa¨ªs entonces y los que ya se hab¨ªan ido, adoptaron otra nacionalidad. Cuando abandonamos Beirut, tras un bombardeo de cinco d¨ªas, le pregunt¨¦ a mi padre: '?Qui¨¦n dispara sobre qui¨¦n?' y me respondi¨®: 'No lo s¨¦'. No entend¨ªamos lo sucedido y sigo siendo incapaz de contarlo en t¨¦rminos hist¨®ricos. Los ¨²nicos sucesos que pueden nombrarse con claridad son el atentado del autob¨²s y las matanzas de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila. Entremedias no se entiende nada. Esa guerra es todav¨ªa una gran fosa com¨²n".
Para el p¨²blico espa?ol, Mouawad es el autor y director de Incendies, tragedia que remite a cada espectador a sus or¨ªgenes y lo conmociona hasta el llanto no por lo que en ella se dilucida sino por como eso evoca su propia tragedia ¨ªntima. Nadie, salvo que viva envasado en atm¨®sfera protectora, sale indemne de esta segunda parte de la tetralog¨ªa La sangre de las promesas. En Littoral, la primera, que se estrena en Espa?a la semana pr¨®xima, un personaje aparece al mismo tiempo en tres edades diferentes, el pasado sucede a la par que el presente, los muertos andan de la mano de los vivos y la vigilia se entrevera con los sue?os. En una escena, Wilfrid, su protagonista, est¨¢ simult¨¢neamente en tres lugares distantes hablando con otros tantos interlocutores. El tiempo parece un continuo tan perfectamente transitable como el espacio.
"En mi opini¨®n, el tiempo es enormemente poroso. Un ejemplo: cuando volv¨ª a Francia, con 27 a?os, atravesando el jard¨ªn de Luxemburgo, record¨¦ al pasar delante de un banco que cuando ten¨ªa once nos llevaron al cine a ver Dersu Uzala y que a la salida volv¨ª a casa con una chica de mi clase muy querida, que me dijo: "Te apetece una nube de az¨²car". Como no ten¨ªa dinero, me invit¨® y nos la comimos juntos en ese banco. Fue un recuerdo magn¨ªfico de algo que hab¨ªa olvidado por completo. Sent¨ª que segu¨ªa all¨ª con 11 a?os y que probablemente entonces tambi¨¦n estaba como ahora mir¨¢ndome de pie desde mis 27, y con 35 vi¨¦ndome mirar a aquel que fui. Tal multiplicaci¨®n del tiempo en un mismo espacio me da una libertad metaf¨ªsica. Nac¨ª en L¨ªbano, emigr¨¦ a Francia y luego a Quebec, hablo franc¨¦s, hago teatro: todo eso no tiene sentido, pero mi percepci¨®n del tiempo me ayuda a encontr¨¢rselo, a la manera que reflejo en mis obras. En Littoral, la madre de Wilfrid le dice a su esposo, que aparece bilocado: 'M¨ªrate de joven: que hermoso eras... Si hubieras podido adivinar lo que nos suceder¨ªa, ?me habr¨ªas querido igual?' En F?rets, tercera parte de la tetralog¨ªa, escrib¨ª una escena, luego descartada, en la que alrededor de una mesa decimon¨®nica mantienen conversaciones cruzadas una pareja de 1870 y sus bisnietos, nacidos un siglo despu¨¦s. 'No tengo ni idea de donde procede', le dice la chica a su hermano hablando de la mesa que sus bisabuelos recibieron como regalo de bodas, pero podr¨ªan estar igualmente hablando de un homicidio o de una violaci¨®n: hoy nadie recuerda".
En F?rets, viaje alucinante a trav¨¦s de las ra¨ªces de un ¨¢rbol geneal¨®gico, se palpa la cercan¨ªa entre pasado y presente: entre la guerra francoprusiana de 1870 y la de Bosnia hay s¨®lo cuatro generaciones, separadas por un mar de olvidos y omisiones. Littoral cuenta las peripecias de un hijo de inmigrantes y del cad¨¢ver peripat¨¦tico de su padre reci¨¦n fallecido, que no puede ser enterrado en Canad¨¢ por odios familiares. De regreso a L¨ªbano, se les van uniendo hijos de v¨ªctimas de la Guerra Civil y una mujer que censa a los muertos y los entierra dignamente, cual Ant¨ªgona. "Los conflictos civiles generan a menudo un deseo de olvido. Cuando uno tortura y mata a otros en su misma lengua, como sucedi¨® en L¨ªbano, se pasa de puntillas sobre los cad¨¢veres. La memoria est¨¢ ligada a la capacidad de mirar de frente estos traumas colectivos. Tomemos por ejemplo las fosas comunes. Si queremos hacer justicia, har¨ªa falta abrirlas y recomponer la historia cuerpo por cuerpo hasta que se pueda decir: '?l es ¨¦l y ella, ella', y enterrarlos debidamente. Pero eso supondr¨ªa tambi¨¦n recordar por qu¨¦ murieron y que alguien descubra que en su familia hubo un asesino. Recordar u olvidar, he ah¨ª el dilema".
En una ¨¦poca donde suele decirse que el arte solo debe formular preguntas, espect¨¢culos como los de Mouawad aventuran respuestas e indican caminos posibles. En el magn¨ªfico final de Incendies, cuando, tras la anagn¨®risis definitiva, sus protagonistas van uno tras otro a protegerse de la lluvia bajo una lona, queda el verdugo a la intemperie, solo, con la cabeza gacha, horrorizado al conocer el significado profundo de lo que hizo. Sigue empap¨¢ndose durante diez segundos que cortan la respiraci¨®n, alza el rostro, se vuelve hacia los dem¨¢s y camina a cobijarse con ellos. Con el grupo insospechadamente apaciguado y a resguardo, cae el oscuro. Las puestas en escena de Mouawad director, puro ritmo, est¨¢n a la altura de sus textos.
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