El planeta de agua
En nuestros d¨ªas tenemos, al parecer, poco tiempo para los espectros, sea porque nuestra memoria es fr¨¢gil, o sea porque nos creamos cabalgando un presente desbocado desde el que ser¨ªa peligroso mirar hacia atr¨¢s. Sin embargo, lo queramos o no, los espectros ser¨¢n siempre nuestros compa?eros inseparables. Shakespeare lo advirti¨® claramente al contarnos que no se pod¨ªa llegar al fondo de las pasiones humanas sin la compa?¨ªa de las presencias espectrales: Hamlet con el fantasma de su padre; Lady Hamlet, con los de sus v¨ªctimas. Mucho antes, en la Il¨ªada, Homero, para expresar el dolor de una amistad quebrada por la muerte, hace que Aquiles abrace en vano el espectro de su querido Patroclo, una sombra sin cuerpo llegada del Hades para ser tocada s¨®lo con los sutiles sentidos de la memoria.
Creo que los antiguos griegos ten¨ªan, entre otras, esta ventaja sobre nosotros: no esperaban nada del m¨¢s all¨¢, al contrario de lo que nos ense?¨® el cristianismo, pero tampoco lo contemplaban con la indiferencia que nos exige el utilitarismo moderno. Su m¨¢s all¨¢, su Hades, era una patria de sombras que, si bien permanec¨ªan ya al margen del magma de la vida, pod¨ªan ser convocadas por los vivos en forma de recuerdos, de evocaciones, de presentimientos y, por qu¨¦ no, de emociones que la memoria impulsaba a renacer. Eso en definitiva eran -y son- los espectros que se aparec¨ªan en los sue?os, en su versi¨®n m¨¢s ind¨®mita, o en los propios pensamientos. Los muertos eran necesarios para los vivos y es posible que, en buena medida, la maravillosa imaginaci¨®n incrustada en los mitos hel¨¦nicos sea la consecuencia fecund¨ªsima de aquella necesidad: el Hades, el lugar de exilio de las sombras humanas, era una suerte de espejos en los que se reflejaban misteriosamente los afanes de los seres vivos.
Se me ocurri¨® que esto pod¨ªa ser as¨ª, no leyendo a Homero o Shakespeare, sino viendo de nuevo la pel¨ªcula de Andrei Tarkoviski Solaris. La primera vez que la vi, hace mucho tiempo, me result¨® inquietante pero como detesto las pel¨ªculas de ciencia ficci¨®n -salvo 2001 Odisea en el espacio y Blade Runner- no di demasiadas vueltas al asunto. Luego, pasados los a?os, cay¨® en mis manos el relato de Stalisnaw Lem en el que se hab¨ªa basado, no sin grandes problemas de adaptaci¨®n, Tarkovski para su pel¨ªcula. La narraci¨®n de Lem es una peque?a obra maestra de la literatura de la espera, en la l¨ªnea de Kafka o, todav¨ªa m¨¢s, de Beckett. Durante a?os los astronautas de la estaci¨®n solar Solaris acechan cualquier indicio que pueda originarse en el planeta del mismo nombre, descubierto, en la ficci¨®n, 100 a?os atr¨¢s. El planeta Solaris gravita alrededor de dos soles, uno rojo y otro azul, y est¨¢ enteramente cubierto por un oc¨¦ano.
A lo largo de la espera los astronautas realizan todo tipo de experimentos para arrancar el secreto del planeta de agua con la misma fascinaci¨®n con que los viejos racionalistas, reacios a aceptar las prevenciones de los iniciados, quer¨ªan rasgar el velo que cubr¨ªa el rostro de la diosa Isis. Solaris es sometido a radiaciones en busca de su materia ¨ªntima pero, parad¨®jicamente, lo que acaba aflorando es de ¨ªndole espiritual. Es verdad que el planeta de agua env¨ªa finalmente no s¨®lo mensajes sino "visitantes" que conviven con los solitarios astronautas; sin embargo, estos "visitantes", como el padre de Hamlet para ¨¦ste o como Patroclo para Aquiles, son conglomerados de recuerdos, culpas o pasiones aparentemente desvanecidas. Son espectros.
Al contemplar por segunda vez la pel¨ªcula de Tarkovski me di cuenta de que es precisamente el territorio de las pasiones espectrales el que m¨¢s interesa al cineasta ruso, quien reconstruye una delicada historia de amor entre el protagonista, Chris Kelvin, y su mujer, Harey, muerta, suicidada, una d¨¦cada antes. Es una extra?a historia de amor, de las m¨¢s singulares que haya ofrecido el cine. Si Hamlet recibe la visita de su padre en las almenas del castillo dan¨¦s como recordatorio de una venganza incumplida, y Aquiles la de Patroclo en los campos troyanos como testimonio de una amistad que desaf¨ªa a la muerte, Harey resucita para Kelvin con el prop¨®sito de sellar un amor inmortal aunque, desde luego, no inocente pues arrastra tras de s¨ª tanto la dicha como la desdicha. Y as¨ª el planeta del agua, Solaris, obsesionantemente espiado durante a?os por los habitantes de la nave espacial, acaba teniendo una naturaleza sorprendente y turbadora: es algo as¨ª como el amplificador de la conciencia humana, que devuelve como vivo lo que err¨®neamente se considera desaparecido para siempre.
?sa -no dar miedo, como en las malas pel¨ªculas- es la funci¨®n de los espectros. Son los mediadores entre la muerte y la vida. Para sus correr¨ªas los hombres formularon los mitos y, por supuesto, tambi¨¦n el arte que, en ¨²ltima instancia, tiene la misma misi¨®n que el planeta de agua: hacer soportable la espera y enviar inesperados hu¨¦spedes de vez en cuando.
Es cierto que todo esto se ve m¨¢s claro en una fecha tan se?alada como la del D¨ªa de Difuntos. Me acuerdo de que una vez, de ni?o, le pregunt¨¦ a mi t¨ªa abuela, quien quer¨ªa que la acompa?ara al cementerio, para qu¨¦ serv¨ªan los muertos, una pregunta, por otro lado, muy propia de nuestro presente. La mujer, fuera porque era medio sorda, fuera porque era realmente herm¨¦tica, ten¨ªa fama de dar respuestas cr¨ªpticas, algo as¨ª como una heredera de la pitonisa de Delfos. Contest¨®, m¨¢s o menos: los muertos sirven para que los vivos vivan. Supongo que entonces me son¨® a galimat¨ªas. ?Pero ten¨ªa raz¨®n!
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