Porvenir de dudoso futuro
Nada nuevo bajo los soles. Quiz¨¢s ciertos h¨¢bitos han perdido el viejo descaro y aceptamos situaciones que nos hubieran sonrojado en otros tiempos. Hoy puede decirse que pasar en la c¨¢rcel una temporada presupone cierta consideraci¨®n social. Alguna vez recuerdo el cuento corto de Wenceslao Fern¨¢ndez Fl¨®rez donde se describ¨ªan los denodados esfuerzos de un Ministro de Justicia o alto cargo del departamento para reformar y hacer confortables las c¨¢rceles espa?olas. Confiaba a un amigo que era puro instinto de conservaci¨®n, pues la corrupci¨®n era tal que la mayor¨ªa de los pol¨ªticos acabar¨ªan en la trena. "Deseo una jubilaci¨®n decorosa", comentaba en la intimidad.
La deshonra, la descalificaci¨®n social sol¨ªa ser una pena que hoy perdi¨® parte de la carga punitiva. Es frecuente leer en las rese?as judiciales que fulanito ha aceptado equis a?os de condena por el delito cometido, dando la impresi¨®n de que la libertad o su p¨¦rdida son moneda de trato en chalaneos particulares. Otro retorcimiento de las relaciones humanas es la relaci¨®n entre padres e hijos ante los tribunales de justicia. Ins¨®lito que una madre solicite que la quiten de encima la pesadumbre de hijos adolescentes que la maltratan, golpean, roban y desprecian.
Hasta no hace mucho tiempo, Espa?a e Italia, Grecia quiz¨¢s, conservaban el respeto filial
El paso del servicio militar al profesional despobl¨® el grueso de los efectivos de la Cruz Roja
Hasta no hace mucho tiempo, Espa?a e Italia, Grecia quiz¨¢s, la de la cola, conservaban el respeto filial, algo que a nosotros se nos va escapando a toda prisa. Hace cincuenta y m¨¢s a?os era infrecuente el abandono de los mayores, aunque las atenciones no pasaran de permitirles el uso de una sillita baja en la puerta de la chabola, unas sobras y el cuartito interior. Aquello hizo sonar los timbres de alarma entre las personas mayores, que comenzaron a preocuparse por la jubilaci¨®n y la construcci¨®n de residencias para adultos. La llamada de atenci¨®n vino de los adelantados pa¨ªses escandinavos y el estupor es may¨²sculo cuando sus meticulosos novelistas nos describen unas relaciones personales que no hubiera mantenido un gitano con su yegua.
Entre nosotros las cosas cambian y no en la mejor direcci¨®n, pues cuaja mal la conciencia de grupo entre mayores. Mucho taller experimental, cinestudium, manualidades, vueltas al pasado y la instalaci¨®n de una clase funcionarial que pastorea a miles de hombres y mujeres, ancianos y j¨®venes que insisten en permanecer en sus casas, conquista que no se abandona, quiz¨¢s porque el mayor sea el propietario de la vivienda. Es la ¨²ltima tozudez, la marca postrera del torno para remachar un sentimiento de propiedad que quisi¨¦ramos llevarnos al mas all¨¢, burlando el paso de esas nubes que hace un instante a¨²n mull¨ªan de rosa el cielo tan azul.
No cabe duda de que aumentaron los lugares de aparcamiento; la piller¨ªa encontr¨® su expresi¨®n id¨®nea y los lugares de reposo y atenci¨®n fueron degrad¨¢ndose, disminuyendo los cuidados, restringiendo las prestaciones e instalando un ambiente entre hospitalario y penal.
Los lugares mejor presentados y atractivos suelen tener una rec¨¢mara de atenci¨®n indecorosa, un env¨¦s de crueldad y abandono que solo la denuncia clamorosa puede remediar. Mientras las zonas m¨¢s costosas bullen entre rosales y exquisita sopa dominical con tropezones las guaridas de tercera apenas disimulan las mantas apolilladas sobre las huesudas rodillas.
Crece la n¨®mina de abuelos ca¨ªdos en esta batalla contra la miseria aunque tambi¨¦n aumente el n¨²mero de quienes reivindican la casa propia, aunque, sobrevenido el tr¨¢nsito funcione el ¨¢gil tr¨¢mite que envuelve la ¨²ltima carcasa en un lienzo camino de la estufa del tanatorio.
En medio de la barah¨²nda administrativa se mezcla la frialdad del puesto de trabajo con la tibieza de la abnegaci¨®n de gente joven que, mediante remuneraci¨®n no equivalente a su sacrificio mitiga la desolaci¨®n en buen n¨²mero de casos aunque cause rubor incluirles en el apartado del bienestar social.
Hace a?os que el paso del servicio militar al profesional despobl¨® el grueso de los efectivos de la Cruz Roja, esos servicios que antes se prestaban gratuitamente y nadie se preguntaba por qu¨¦. Comenzamos con una chanza carcelaria y hemos de concluir con la autocensura de los que somos viejos por imperativo de las circunstancias. Algo deber¨ªamos de hacer con el d¨¦bil adem¨¢n y la palabra antes de convertirnos en otra oleada de viejos prematuros e imprevisores.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.