Batiendo plusmarcas tontas
Espero que en la pr¨®xima edici¨®n del Guinness World Records salga mi nombre como el del tipo que m¨¢s tiempo seguido aguant¨® leyendo el Guinness World Records (Planeta, 24,95 euros). En toda mi vida he visto un libro m¨¢s idiota y que me enganche m¨¢s (no excluyo que yo tambi¨¦n lo sea un poco). Me pongo a leerlo y no lo suelto. Quiz¨¢s esa sea una de las razones por las que el propio libro ostente, entre otros r¨¦cords autorreferenciales, el de ser el m¨¢s robado en las bibliotecas p¨²blicas estadounidenses. Comenz¨® a publicarse en 1955, convirti¨¦ndose r¨¢pidamente en uno de esos chollos por los que vender¨ªan su alma al diablo muchos editores doblados de T¨ªo Gilito. Un libro de referencia que, al renovar sus contenidos cada a?o en torno a un esquema m¨¢s o menos fijo, nunca pasa de moda: el perfecto long-seller con clientela cautiva de generaci¨®n en generaci¨®n y que puede leerse en familia, como antes se hac¨ªa con la Biblia, tambi¨¦n, por cierto, repleta de r¨¦cords (quiz¨¢s por ello la leo a menudo). A lo largo de su historia, el Guinness ha aparecido siempre por estas mismas fechas, asociado a esa org¨ªa de consumo que es (o era: ya veremos) la Navidad, como si fuera un accesorio del mism¨ªsimo Santa Claus. Si el cervecero Arthur Guinness (1725-1803) regresara de la tumba (algo que, tal como van las cosas, yo no aconsejar¨ªa a nadie) se sentir¨ªa orgulloso de saber que su nombre est¨¢ vinculado a uno de los libros m¨¢s vendidos del mundo. Empec¨¦ a ojearlo ayer por la tarde y apagu¨¦ la luz a las cinco de la ma?ana (con los ojos irritados como si me los hubiera frotado con papel de lija y lavado con salfum¨¢n), despu¨¦s de enterarme de que la se?ora Louise Hollis es la persona con las u?as de los pies m¨¢s largas del mundo (longitud total: 220,98 cent¨ªmetros); o que Sage Werbock, de profesi¨®n herrero, es el hombre que ha conseguido levantar un peso mayor suspendido de sus pezones (31,9 kilos); o que el eructo m¨¢s sonoro (en la categor¨ªa damas) lo emiti¨® la italiana Elisa Cagnoni (107 decibelios); o que, entre los muchos r¨¦cords que posee Ashrita Furman (uno de los orates que baten una marca al a?o para poder salir en cada edici¨®n), figura el de ser el hombre que corre m¨¢s r¨¢pido mientras sostiene un bate de b¨¦isbol en equilibrio en la punta de uno de sus dedos (no s¨¦ por qu¨¦ he asociado repentinamente esa imagen con la del se?or D¨ªaz Ferr¨¢n). Pero tranquilos: el Guinness tambi¨¦n se ocupa de otras marcas m¨¢s -digamos- intelectuales. En el apartado "Edici¨®n" me entero, por ejemplo, de que el libro m¨¢s prohibido (por cuarto a?o consecutivo) en EE UU ha sido Tres con Tango, de Peter Parnell y Justin Richardson, publicado en Espa?a (2006) por RBA. Si les resumo el argumento entender¨¢n los motivos por los que esta historia infantil ha sido proscrita en multitud de bibliotecas p¨²blicas y escolares, merced a los oficios de bibliotecarios y padres noblemente empe?ados en preservar a sus comunidades del pecado mientras preparan su pr¨®xima reuni¨®n de Tea Party. Ah¨ª va: Roy y Silo son dos ping¨¹inos homosexuales que viven y se aman en el Zoo de Nueva York (qu¨¦ monos). Para celebrar su uni¨®n adoptan una piedra y se entretienen empoll¨¢ndola, en plan papi y mami. Conmovidos, sus cuidadores deciden regalarles un huevo de verdad, para que lo incuben con propiedad y fundamento. Del huevo termina saliendo, precisamente, su hijita (la Tango del t¨ªtulo). Hasta aqu¨ª la historia de p¨¢jaros bobos para ni?os listos. Ahora volvamos a la nuestra, no mucho m¨¢s adulta. El Guinness World Records debe buena parte de su ¨¦xito a que ha sabido adaptarse a los tiempos. Antes era mucho m¨¢s bestia, pero desde hace a?os intenta mantenerse en ese mismo espacio pol¨ªticamente correcto que los partidos centristas, que sol¨ªan ser los m¨¢s votados en los pa¨ªses ricos. El temor de sus editores a las demandas judiciales y al boicoteo comercial de las minor¨ªas ha propiciado un riguroso libro de estilo y un f¨¦rreo control sobre la autenticidad de cada r¨¦cord consignado. Lo ¨²nico que echo de menos en este libro (que suelo leer en el ba?o) es una mayor presencia de plusmarquistas espa?oles. No entiendo, por poner un ejemplo, que se ignoren haza?as como la del actual director general del Libro, que ha conseguido ser ratificado en su puesto por ?tres ministros de Cultura! (qu¨¦ tendr¨¢ este leon¨¦s que a todos cautiva al bies). O la del ya citado se?or D¨ªaz Ferr¨¢n, que supo mantenerse mucho tiempo a la cabeza del empresariado, a pesar de su prolongada lecci¨®n magistral acerca de c¨®mo no hay que dirigir una empresa. Adem¨¢s, en general este es un pa¨ªs de r¨¦cords: de parados, por ejemplo, o de emisoras de radio y de televisi¨®n de extrema derecha, o de visitas de Benedicto XVI, o de pirater¨ªa inform¨¢tica (estoy rodeado de gente que se ha bajado la cuarta temporada de Mad Men mientras yo sigo con "mono", pero honrado). En cuanto al ya citado apartado de "Edici¨®n", espero que para el pr¨®ximo a?o se tengan en cuenta meritorias plusmarcas referidas a nuestro sector del libro, como el espectacular n¨²mero de devoluciones de novedades invendidas, la ingente cantidad de "obras maestras" o primeras novelas "imprescindibles" traducidas del ingl¨¦s, y que el nuestro sea el ¨²nico pa¨ªs de este bendito planeta con tres estad¨ªsticas (muy, pero que muy) diferentes sobre el n¨²mero de t¨ªtulos que se publican. Si todo eso no les parece suficiente a los del Guinness, tendremos que boicotear su espesa cerveza stout y pasarnos definitivamente a la lager.
Rusos
Si frecuentan las librer¨ªas (un ejercicio saludable) ya se habr¨¢n enterado: vienen los rusos. De repente, y siguiendo uno de esos prontos mim¨¦ticos tan caracter¨ªsticos de la edici¨®n espa?ola, se rescata y se publican montones de autores rusos. Tolst¨®i, del que se acaba de cumplir el centenario de su muerte, y Dostoievski, que experimenta una oportuna resurrecci¨®n (ya se ha publicado en el Fondo de Cultura el ¨²ltimo volumen de la excelente biograf¨ªa de Joseph Frank) se llevan la palma. El t¨¢ndem Taller de Mario Muchnik y Aleph Editorial ha presentado una serie de cl¨¢sicos rusos en la que prometen traducciones directas y fiables, y a la que se incorporan, adem¨¢s de obras de los dos gigantes, otras de Turgu¨¦nev, Leskov, Herzen y Aks¨¢kov. Alba publica los Diarios de Sof¨ªa Tolst¨®i. Y Alianza la primera edici¨®n completa en bolsillo del Relato de un peregrino, uno de los textos espirituales (an¨®nimo, siglo XIX) que m¨¢s han influido en los escritores rusos posteriores. Contrase?a acaba de publicar La se?al y otros relatos, de Vs¨¦volod Garshin, otro influyente (y aqu¨ª poco conocido) ucraniano del XIX. Marbot recupera Mosc¨²-Petushki, de Erof¨¦iev, en la estupenda traducci¨®n de Helena Kri¨²kova y Vicente Cazcarra que public¨® Alfaguara en 1991. Demipage ha publicado (primorosamente) el Nuevo alfabeto ruso, de la periodista Katia Metelizza. La lista se har¨ªa interminable, pero no quiero despedirme sin mencionarles al "ruso" que esta semana repaso en mi sill¨®n de orejas: El doctor Zhivago, de Bor¨ªs Pasternak, en la traducci¨®n de Marta Reb¨®n publicada por Galaxia Gutenberg.
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