El cami¨®n m¨¢s temido de Hait¨ª
Algunos vecinos impiden el paso al veh¨ªculo que recoge los cad¨¢veres de las v¨ªctimas del c¨®lera por miedo al contagio - Ya han muerto 1.250 personas
El c¨®lera les ha robado el rostro y los funerales a Choupette, a Delma, a Premis, a Jenifer, a Amila. Cada cual es ahora un bulto que viaja apilado en la cabina de un cami¨®n. Un bulto de pl¨¢stico, ba?ado en cloro, que silba al deslizarse sobre la tierra roja reci¨¦n cavada. Que suena como un golpe seco al caer en el fondo de la fosa com¨²n.
Es de noche y el d¨ªa ha sido largo. Rusford empuja los cuerpos desde el interior de la cabina y Wilfred, con el mismo impulso, los arroja al vac¨ªo. Los m¨¢s livianos vuelan. Los adultos le dan m¨¢s trabajo. As¨ª van cayendo uno, tres, 10 cad¨¢veres. El s¨¢bado por la tarde han tra¨ªdo otros 36 que est¨¢n all¨ª, en la fosa de al lado. Todos han muerto en Puerto Pr¨ªncipe durante los ¨²ltimos cuatro d¨ªas: en el barrio de Cit¨¦ Soleil, en Martissant, en Carrefour. El ¨²ltimo balance del Ministerio de Salud y Poblaci¨®n dice que en la capital han sido 64 los decesos por causa de la epidemia de c¨®lera, y que en total han muerto en todo el pa¨ªs 1.250 personas. Rusford Saint Loui y su equipo de la direcci¨®n sanitaria del departamento de L'Ouest son los ¨²nicos encargados de recoger a los sujetos de esas estad¨ªsticas por toda la ciudad, para dejarlos en las fosas de Totayen, a una hora de Puerto Pr¨ªncipe, por la carretera que conduce a Saint Marc.
Las familias no admiten que tienen en casa problemas sanitarios
Los cuerpos sin vida se envuelven en un pl¨¢stico ba?ado con cloro
El equipo de Rusford Saint Loui son otros tres hombres, que hace una semana fueron reclutados por el Gobierno y entrenados para la tarea. Querr¨ªan dedicarse otra cosa, pero ninguno hab¨ªa logrado conseguir empleo antes. Ellos solos no pueden con tanto trabajo. Por eso su caravana es tambi¨¦n como la muerte: no se sabe cu¨¢ndo llegar¨¢ a por cada v¨ªctima. A veces lo hace 12 horas despu¨¦s del fallecimiento, a veces dos d¨ªas m¨¢s tarde.
"Ren¨¦ Pr¨¦val [el presidente de Hait¨ª] me ha llamado personalmente, y me ha dicho que va a entregarme las llaves de 10 camiones m¨¢s como estos para hacer la faena", dice Saint Loui, mientras abre los brazos para recibir un ba?o de agua clorada sobre el impermeable amarillo que lo cubre, luego de descargar los cuerpos.
Hasta que la promesa de Pr¨¦val se cumpla, Saint Loui tendr¨¢ que seguir acoplando los cuerpos en la tap-tap n¨²mero 218, la que cubre la ruta Petionville-Centro: una de esas furgonetas coloridas que sirven de transporte p¨²blico en Puerto Pr¨ªncipe.
Esta vez la tap-tap viaja acompa?ada de un convoy de apoyo: una ambulancia, que abre paso entre el tr¨¢fico, los peatones y las cabras, y una patrulla de la Polic¨ªa Nacional de Hait¨ª, con cinco agentes armados con fusiles. El s¨¢bado la caravana fue recibida a pedradas en Martissant: la gente, enfurecida, no quer¨ªa cuerpos infectados en su barrio. Por eso las autoridades enviaron un mensaje a la poblaci¨®n explicando que el cami¨®n no representaba ning¨²n peligro, que le permitieran entrar, que dejar los cad¨¢veres m¨¢s tiempo en sus casas pod¨ªa resultar a¨²n peor. Por eso el jefe del departamento les advirti¨® a los recogedores de cuerpos antes de la partida: "Ya lo saben: si los agreden, no respondan. Pidan m¨¢s apoyo de la polic¨ªa".
El primer cuerpo se llamaba Choupette. Ten¨ªa 39 a?os y estaba loca: folle ¨¤ lier (loca de atar), seg¨²n su familia. Tuvo dos hijas, una de 13 y otra de 16, a quienes se les o¨ªa llorar en la casa de al lado. "Ella no muri¨® de c¨®lera", dice su padre, Charles Dieusel, que esperaba a los recogedores de cuerpos en la puerta de casa, impecable, impasible, con su ropa de ir a misa los domingos, que es la misma con la que se asiste a los funerales. Choupette hab¨ªa ido la ma?ana anterior al hospital, all¨ª recibi¨® una inyecci¨®n y, por la noche, comenz¨® a tener un poco de diarrea. "Ha muerto por una sobredosis", es la explicaci¨®n que sus familiares les dan a los vecinos.
"Ellos no han muerto de c¨®lera", es lo mismo que ha gritado un hombre a las puertas de un centro de tratamiento en la comuna de Carrefour, donde la caravana de Saint Loui recogi¨® otros nueve cad¨¢veres. El c¨®lera est¨¢ asociado a la falta de higiene, a la suciedad. Y ninguna familia, ni las que viven en los campamentos levantados tras el terremoto de enero, parece dispuesta a admitir que en casa hay problemas sanitarios. Nadie quiere ser se?alado por haber llevado la peste al vecindario, aunque est¨¦ a la vista que la peste -en forma de aguas contaminadas, de letrinas malolientes- rodea al barrio entero.
"No quer¨ªa que esto pasara, pero pas¨®", dice resignado el padre de Choupette, al despedir la caravana que se llevaba el cuerpo de su hija qui¨¦n sabe ad¨®nde. El regreso de un mal que no hab¨ªan padecido los haitianos en casi un siglo no es cosa de los hombres como ¨¦l, sino cosa de Dios. "Dios nos envi¨® el terremoto, nos envi¨® las inundaciones, envi¨® el c¨®lera. Veamos qu¨¦ ser¨¢ lo que nos enviar¨¢ despu¨¦s", dijo el p¨¢rroco que ofici¨® la misa de domingo en las ruinas de la iglesia de Sacre Coeur de Turgau. Y los fieles, al o¨ªrlo, comenzaron a orar.
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