Todos con el paso cambiado
Las querellas de este oto?o sacan a la luz la contradicci¨®n que existe entre el cada vez menor peso econ¨®mico de Estados Unidos en el mundo y el artificialmente alto papel del d¨®lar en el sistema monetario internacional
Ahora que, de momento, el ruido ha cedido y el polvo se va posando sobre los dos controvertidos debates del mes pasado -el debate dom¨¦stico norteamericano sobre la nueva fase de expansi¨®n cuantitativa de 600.000 millones de d¨®lares puestos en circulaci¨®n por la Reserva Federal y las discrepancias que, en paralelo, surgieron en el G-20 de Se¨²l a prop¨®sito de la manipulaci¨®n de divisas- tal vez sea posible pensar con m¨¢s sangre fr¨ªa sobre las implicaciones de ambos asuntos y sobre su conexi¨®n.
Pero primero par¨¦monos a considerar por qu¨¦ se produc¨ªa tanta polvareda en torno a estas dos rencillas, la una sobre la nueva "expansi¨®n" (un t¨¦rmino encantador y reconfortante) de bonos del Tesoro por parte de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, y la otra sobre las turbulencias en la reuni¨®n del G-20 respecto a qui¨¦n estaba distorsionando m¨¢s los tipos de cambio de sus monedas, si China, Estados Unidos o el resto del mundo.
La Fed debe estimular el crecimiento y el empleo. Est¨¢ por ver que lo consiga inyectando m¨¢s dinero
Los chinos protestan por la devaluaci¨®n del d¨®lar, pero hacen trampas con el tipo de cambio del yuan
El debate interno norteamericano sobre la sabidur¨ªa de la Reserva Federal al hacer un intento m¨¢s de reavivar la moribunda econom¨ªa dom¨¦stica es tan claro que no necesitamos malgastar aqu¨ª mucho tiempo con ¨¦l. Los defensores de la expansi¨®n cuantitativa arguyen que solo la Reserva Federal y el Tesoro norteamericanos tienen las herramientas para reactivar el bajo crecimiento nacional; algunos comentaristas, como el economista Paul Krugman, hubieran preferido un paquete de est¨ªmulos mucho mayor. Sus oponentes, mayormente republicanos, pero todos y cada uno de ellos conservadores en lo fiscal, est¨¢n alarmados ante el ins¨®lito modo en que el r¨¦gimen Geithner-Bernanke quiere salir de la depresi¨®n norteamericana: imprimiendo billetes, con la vana esperanza de que este est¨ªmulo llevar¨¢ a la creaci¨®n de m¨¢s puestos de trabajo, luego a m¨¢s crecimiento, luego a m¨¢s ingresos por impuestos y luego a presupuestos m¨¢s equilibrados.
La separaci¨®n entre ambos campos dom¨¦sticos es existencial: o bien uno cree que el dar a la renqueante econom¨ªa norteamericana un "impulso" keynesiano tiene much¨ªsimo sentido, o uno piensa que eso es derrochar a c¨¢ntaros el dinero. Una de estas dos posiciones, l¨®gicamente, resultar¨¢ ser buena, y la otra mala. Ahora podr¨ªan serlo cualquiera de las dos. La QE2 (o segunda expansi¨®n cuantitativa) es catastr¨®fica o sensata.
La misma l¨®gica puede ser v¨¢lida, o quiz¨¢ un poco menos, a prop¨®sito de la airada pol¨¦mica internacional que tuvo lugar en Se¨²l a prop¨®sito de los efectos de la "expansi¨®n" de esos 600.000 millones de d¨®lares por parte de la Fed norteamericana en su econom¨ªa mientras este pa¨ªs es, para bien o para mal, y en situaci¨®n decadente, el banco de la ¨²ltima reserva, y mientras el d¨®lar, aunque tambi¨¦n en declive, es la principal divisa de cambio del mundo.
Ese debate de Se¨²l tiene que haber sido contemplado por cualquier persona imparcial como "un di¨¢logo de sordos". El presidente Obama y el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, mantuvieron hasta el final que esta descongesti¨®n monetaria era un paso necesario para estimular la recuperaci¨®n norteamericana; y, una vez lograda esa recuperaci¨®n, el mundo, seguramente, seguir¨ªa su ejemplo.
La mera presunci¨®n de que la econom¨ªa de Estados Unidos todav¨ªa ocupa la posici¨®n dominante que tuvo en 1945 tiene que haber hecho que los europeos serios lo nieguen con la cabeza y que a los chinos les d¨¦ la risa. ?A¨²n no sabe Washington que su mando sobre la econom¨ªa global se ha ido escabullendo tristemente durante los ¨²ltimos 25 a?os? ?Podr¨¢ asumir alguna vez el hecho de que ahora es solamente un actor principal en el escenario de la econom¨ªa mundial y no el gran gorila?
Sin embargo, en el debate sobre la manipulaci¨®n de las divisas, Estados Unidos seguramente plantea un argumento correcto de inicio. Cualquier banquero o comerciante del mundo afirmar¨ªa que China est¨¢ utilizando sus masivas reservas de capital para controlar el tipo de cambio del yuan; este est¨¢ lentamente en alza, pero solamente al ritmo que Beijing estima que es bueno para sus intereses. De este modo, las exportaciones chinas est¨¢n devaluadas, lo que no solo distorsiona el comercio entre Estados Unidos y China, sino que obliga a Jap¨®n, Corea del Sur, Brasil y Sud¨¢frica a andar a la rebati?a, mediante manipulaciones de moneda similares, para que sus propios comercios sigan siendo competitivos. Los chinos est¨¢n haciendo trampas y en consecuencia los super¨¢vits de su comercio crecen de manera grotesca.
As¨ª que la respuesta de Washington es la de meter m¨¢s y m¨¢s d¨®lares en el sistema, con el argumento de que necesita echar le?a a una econom¨ªa dom¨¦stica plana. Tal vez se estimule realmente a su econom¨ªa, pero el otro efecto es el del env¨ªo de billetes de d¨®lares norteamericanos al extranjero, y en tan gran cantidad que el valor de cambio del d¨®lar est¨¢ obligado a decaer. Por supuesto, el d¨®lar volver¨¢ a subir. Una est¨²pida crisis en Oriente Medio (Ir¨¢n ataca a Israel o Israel ataca a Ir¨¢n), una acci¨®n desquiciada de Corea del Norte o una crisis financiera en otro pa¨ªs de la UE siempre provocar¨¢ una notable aunque pasajera subida del d¨®lar, pero la tendencia a largo plazo es descendente, debido tanto a los continuos d¨¦ficits como a la renuencia de otras naciones a tener tantos d¨®lares.
El sistema monetario internacional guiado por EE UU desde 1944 se est¨¢ destruyendo lentamente. No es una sorpresa. Un pa¨ªs con solo el 4,5% de la poblaci¨®n mundial y el 20% del producto bruto no puede cargar permanentemente con el peso de que su moneda est¨¦ representando el 80% o el 60% de las reservas de divisas del mundo. Lo que sol¨ªa ser visto por muchos como una ventaja desleal ahora puede resultar ser una carga. M¨¢s pronto o m¨¢s tarde va a suceder lo que los economistas califican como una "convergencia" entre el poder de impacto real de EE UU en el mundo (o sea, su parte del producto global total) y su artificialmente alta parte de los valores de cambio internacionales.
Durante un largo periodo, muchas naciones dentro de la ¨®rbita pol¨ªtica estadounidense aceptaron la artificialidad de la posici¨®n del d¨®lar. Se trataba de aliados como Reino Unido, Jap¨®n, Alemania, Espa?a o Corea. Pero no hay ning¨²n indicio de que las grandes potencias emergentes de hoy -Brasil, Sud¨¢frica, India- tengan la misma actitud deferente. En cuanto a China, nunca desfilar¨¢ al mismo paso que EE UU. El asunto ahora es saber si EE UU, debido a su endeudamiento, desfilar¨¢ pronto al mismo paso de China.
Todo lo cual nos vuelve a llevar a la "expansi¨®n cuantitativa" de Bernanke. Desde un punto de vista dom¨¦stico, la actuaci¨®n de la Fed puede haber sido ¨²til y entraba dentro de sus competencias. Hace unos d¨ªas, Jim O'Neill, el primer economista de Goldman Sachs, recordaba a los lectores del Financial Times que "la responsabilidad de la Fed es mantener alto al empleo y baja a la inflaci¨®n, pero no a las monedas".
El presidente Obama podr¨ªa encontrar as¨ª un elemento bastante ¨²til: las actuaciones de la Reserva Federal para estimular a la moribunda naci¨®n no est¨¢n concebidas para debilitar al d¨®lar, aunque probablemente lo hagan, mejorando as¨ª las exportaciones y asestando un golpe de refil¨®n a las manipulaciones de China con su propia moneda. Al tiempo, la Casa Blanca puede decir que si el d¨®lar se debilita no se le puede echar la culpa a ella.
El problema es que, a pesar de su declive, EE UU es todav¨ªa un actor enormemente importante en la econom¨ªa global, lo que significa que no solo tiene una gran capacidad de ayudar al mundo, sino adem¨¢s una terror¨ªfica capacidad de da?ar al sistema comercial universal mediante pol¨ªticas ego¨ªstas y encerradas en s¨ª mismas, como ya lo hizo en el periodo 1930-1934. Esas pol¨ªticas no solo seguir¨ªan da?ando a la econom¨ªa norteamericana, sino que comenzar¨ªan a debilitar sus vitales aportaciones a la seguridad internacional. A largo plazo, ning¨²n poder militar N¨²mero Uno puede mantener tan vastas obligaciones en el exterior si su econom¨ªa se debilita en relaci¨®n a otros Estados o naciones en alza.
Por todas estas razones, a este autor le parece vital que Estados Unidos por un lado, y los dem¨¢s actores principales mundiales por el otro, cesen en su disparate de desfilar a pasos diferentes y en direcciones diferentes. Ning¨²n ej¨¦rcito de coalici¨®n gan¨® nunca una batalla con esa t¨¢ctica.
Traducci¨®n de Juan Ram¨®n Azaola.
Paul Kennedy ocupa la c¨¢tedra Dilworth de Historia y es director de Estudios de Seguridad Internacional en la Universidad de Yale.
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