Condenados a aprender
Los centros para adolescentes infractores que gestiona la Comunidad de Madrid apuestan por un sistema educativo especializado bajo una vigilancia carcelaria
Adri¨¢n (nombre ficticio) se libra de clase. Por un rato. Han pedido un voluntario para atender a la prensa y a ¨¦l no le importa hacer los honores. Su tono amable contrasta con su diente mellado de pillo. Cuenta que tiene 18 a?os, que es de Las Rozas, que se est¨¢ sacando el graduado en ESO, que estudia un Programa de Cualificaci¨®n Profesional de Inform¨¢tica y que es un experto cabalgando motos de cross. Un portento de chico. Tambi¨¦n tiene otro curr¨ªculo. Aunque este segundo es m¨¢s espinoso.
Delinqu¨ªa. Desde hace cinco meses vive apartado de su familia, su novia y sus amigos en un centro de internamiento de menores infractores llamado El Pinar, junto a la M-607. All¨ª es donde ha retomado los estudios que hace tiempo dej¨® de lado. Pasa m¨¢s de 11 horas diarias en una peque?a habitaci¨®n con una gruesa puerta de seguridad que cierran desde fuera y que tiene un ventanuco por si hubiera que vigilar qu¨¦ hace cuando est¨¢ a solas. Atr¨¢s quedaron las ociosas madrugadas estiradas a base de coca¨ªna y "malas compa?¨ªas". El resto del d¨ªa tampoco puede salir de El Pinar. Once juicios y dos causas a¨²n pendientes le tienen a 30 meses de pisar la calle. Dice que el centro le ha cambiado. Que ahora se da cuenta de que estaba equivocado y que piensa aprovechar la oportunidad. Tambi¨¦n dice que no est¨¢ a gusto. Que "perder la libertad, sin duda, es lo m¨¢s duro que le puede pasar a alguien en toda la vida".
La Agencia reparte a los chicos por delito, edad, g¨¦nero y circunstancias
Un interno: "Lo que peor llevo es que no me quiten el ojo de encima un segundo"
Adri¨¢n vive all¨ª con otros 26 chicos. Es uno de los 10 centros privados que dependen de la Comunidad donde se ejecutan las medidas judiciales a menores infractores y se garantiza su guarda. Los 26 cometieron delitos teniendo entre 14 y 18 a?os, la franja de edad en la que se aplica la Ley del Menor, de 2001. Esta normativa, que adelantaba dos a?os la edad penal, adjudic¨® la guarda de los menores a los Gobiernos aut¨®nomos e impuls¨® la creaci¨®n de centros regionales para sacar a los j¨®venes de los reformatorios y las secciones de menores de las prisiones. Es por eso por lo que en 2004 aparece la Agencia del Menor Infractor, dependiente de la Comunidad, que asumi¨® la funci¨®n y renov¨® el sistema de centros para adolescentes.
En total son 589 chicos los que permanecen en los 10 centros. Un 83% varones y un 17% mujeres. La cifra de internos se ha reducido hasta la mitad desde la creaci¨®n del organismo. "Hemos sacado a los chicos de las prisiones y les hemos introducido en un ambiente formativo y educacional, con muchas actividades. Aqu¨ª se reinsertan y tienen un personal dedicado a ellos pr¨¢cticamente de manera individual", afirma Carmen Balfag¨®n, directora general de la Agencia. "Separamos a los menores en funci¨®n de sus delitos, sus edades, sus g¨¦neros y sus circunstancias, porque no necesitan el mismo tipo de atenci¨®n", explica. "Est¨¢n los centros para madres con beb¨¦s, para padres adolescentes, para maltratadores, para adictos a drogas, para agresores se-xuales, para los peque?os de 14 o 15 a?os...", enumera Balfag¨®n.
El Pinar, donde se aloja a chicos con problemas de drogodependencia, est¨¢ lleno de trabajadores que les atienden, y rodeado de vallas que les retienen dentro. El r¨¦gimen de internamiento que lleva cada uno es individual. Puede ser cerrado para los que no salen de all¨ª; semiabierto, que permite salir para algunas actividades; o abierto para los que solo acuden a dormir. Cuatro de los chicos de El Pinar cumplen el m¨¢s duro.
Nordin (nombre ficticio) puede salir de vez en cuando. Melillense de 19 a?os y ojos enigm¨¢ticos, est¨¢ a punto de cumplir su condena. ?l mismo pidi¨® venir aqu¨ª. En su ciudad no existen centros especializados como este. "Consum¨ªa mucho y me met¨ªa en l¨ªos", relata. "Despu¨¦s de 14 juicios me convenc¨ª de que lo mejor era venir a un sitio as¨ª". Hoy le toca pintar las paredes del centro junto a un compa?ero. Adem¨¢s de su formaci¨®n personal, los chicos tienen que participar en el cuidado y decoraci¨®n de las instalaciones. Tras a?o y medio encerrado, Nordin reconoce la mejor¨ªa. La suya y la del centro. Pero est¨¢ deseando que pasen los dos meses que le quedan para marcharse de ese lugar donde "cada uno va un poco a su bola". Tiene ganas de volver a ver a la gente que dej¨® atr¨¢s cuando "era un adicto".
"Hay actividades, talleres y tratamientos", explica Adri¨¢n. "Y eso es bueno". ?l es uno de los cuatro chicos que viven en r¨¦gimen cerrado, por eso durante la ma?ana no ve a la mayor¨ªa de sus compa?eros, que han salido a realizar actividades fuera. Adem¨¢s, todav¨ªa est¨¢ en el nivel de acogida, la primera de las tres fases (junto a desarrollo y finalista) que se recorren durante el internamiento. Eso quiere decir que le tienen que encerrar en su celda a partir de las 21.30. Tres horas antes que a los finalistas. "Lo que no llevo tan bien es que aqu¨ª no te quitan el ojo de encima ni un solo segundo", declara el menor ante el periodista y una responsable de comunicaci¨®n de la Agencia, que supervisa la conversaci¨®n.
El director de El Pinar, Pablo Justo, cuenta que el centro dispone de 49 trabajadores para atender a los 26 menores, entre psic¨®logos, educadores y dem¨¢s personal. "La atenci¨®n es constante y el m¨¦todo de separarlos por caracter¨ªsticas un acierto. Hemos pasado de la pura labor de contenci¨®n a que los chicos est¨¦n atendidos. Que se eduquen", asegura. "Es que yo conozco c¨¢rceles para adultos que tienen un educador por cada 150 reclusos y un psic¨®logo por cada 1.500", aporta a su versi¨®n Balfag¨®n.
Lo cierto es que desde que la Agencia entr¨® en funcionamiento, los ¨ªndices de reincidencia en los menores que han pasado por los centros de la Comunidad se ha reducido dr¨¢sticamente. Del 43% antes de 2005 al 10% actual. A Braulio (nombre ficticio), el chico de 16 a?os que ha salido junto a Adri¨¢n para ser entrevistado, a¨²n no le han convencido de que delinquir no es una opci¨®n para ganarse la vida. "Si no tengo otra cosa...", deja caer. Sin embargo, al menos ya no considera esa como su primera opci¨®n. Todo un avance si se tiene en cuenta la pila de citas que ha tenido el chaval con la justicia por incumplir la ley.
Braulio y Adri¨¢n ven en sus familias el apoyo que les aguarda al salir de all¨ª. A Braulio el encierro le est¨¢ sirviendo para comprender todo lo que ha hecho sufrir a su madre. "Lo primero que quiero hacer al salir es pasar un d¨ªa encerrado con ella. Uno no se da cuenta de lo que hace una madre por ¨¦l, y lo poco que se lo agradece", entona nost¨¢lgico. A Adri¨¢n le asombra que cuando habla con sus amigos tiene la sensaci¨®n de que han cambiado. Luego recapacita: "?El que ha cambiado soy yo!", dice orgulloso. Cuenta que antes no ten¨ªa miedo a dejar las drogas, sino a pasarlo mal por dejarlas. Ahora ya ha perdido esa congoja. Mira "hacia el d¨ªa de ma?ana" y le gustar¨ªa "llevar una vida normal y destacar en algo bueno". Le ilusiona volver a coger la moto. A diferencia de Braulio, el d¨ªa que salga lo ¨²ltimo que se le ocurrir¨¢ es quedarse encerrado. "Quiero salir, aire, libertad", implora. "No hay nada m¨¢s triste que haber perdido eso. Ahora, me doy cuenta de lo que no hay que dejar escapar a cambio de salir a meterse cuatro gramos de coca".
Termina la entrevista. Adri¨¢n vuelve al aula donde ha retomado los estudios como cualquier chaval de su edad. La misma que custodia una guarda con botas militares.
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