La pederastia: el Auschwitz del sexo
La referencia a un horror desmesurado evita cualquier discusi¨®n. Hoy ya no se sataniza el sexo, simplemente se ha banalizado. No hay margen para la transgresi¨®n y se impone el concepto de pr¨¢cticas "sanas y ordenadas"
Muchos lectores recordar¨¢n la costumbre, absolutamente habitual hace unos a?os, de exponer en los escaparates de las tiendas de fotograf¨ªa im¨¢genes de beb¨¦s desnudos y sonrientes. Tambi¨¦n es f¨¢cil que recuerden el anuncio, que alcanz¨® mucha fama en su momento, del bronceador Coppertone, con un simp¨¢tico perro tirando del ba?ador de una ni?a -que con el tiempo supimos que era Jodie Foster- y dejando al descubierto con su travesura las nalgas de aquella. Siguiendo por esta l¨ªnea, no costar¨ªa evocar muchos otros casos, en su momento tenidos por completamente normales, que no solo han dejado de serlo sino que con toda probabilidad mover¨ªan hoy a esc¨¢ndalo a m¨¢s de uno. ?Hemos de entender esta diferente sensibilidad -en la frontera de la hipersensibilidad- como indicador de un cierto progreso moral (en lo tocante a la necesaria protecci¨®n de los menores) o, por el contrario, como la punta del iceberg de una tendencia colectiva que cupiera calificar como neopuritana?
No es que regresen las viejas prohibiciones, es que muchas de ellas han cambiado de forma
Por lo visto, lo m¨¢s ofensivo que hoy se le puede decir a una mujer es que es 'viciosa'
No se trata de un debate meramente especulativo, referido a la mayor o menor vigencia de determinadas ideas y actitudes sociales, sino que posee un inequ¨ªvoco trasfondo pol¨ªtico-cultural, que desborda con mucho el tipo de comentarios que ha merecido la actitud de la Iglesia cat¨®lica ante los numerosos casos de pederastia protagonizados por miembros de la instituci¨®n. A prop¨®sito de tales casos no se ha solido ir mucho m¨¢s all¨¢ de suscitar la posible conexi¨®n entre el obligado celibato de los sacerdotes y tales episodios, o de denunciar la doble moral con la que la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica reaccion¨® cuando se destaparon los esc¨¢ndalos.
De mucho mayor calado son los t¨¦rminos en los que se ha abordado el mismo asunto en algunos pa¨ªses europeos de un tiempo a esta parte, planteando la cuesti¨®n del influjo que la permisividad intelectual de la revoluci¨®n sexual de los setenta pudiera haber tenido en otros casos de pederastia recientemente destapados. As¨ª, el 9 de agosto de 2010 aparec¨ªa en este mismo diario la siguiente informaci¨®n: "Se vuelve a debatir ahora la responsabilidad de la revoluci¨®n sexual en la creaci¨®n de un ambiente que favorec¨ªa el abuso. La primera piedra fue tirada por la periodista del diario de izquierda Tageszeitung Nina Apin, quien en abril public¨® Activistas ped¨®filos en los ambientes de la izquierda. En ¨¦l estudiaba c¨®mo los argumentos de los pederastas se colaron en el debate de la revoluci¨®n sexual. Tambi¨¦n otras revistas de izquierda dieron espacio a los ped¨®filos, y hasta llegaron a simpatizar con ellos porque los consideraban una minor¨ªa perseguida" (el subrayado es m¨ªo).
Aceptando que sectores de izquierda hubieran podido incurrir en el error de considerar, de manera mec¨¢nica, revolucionario a todo aquello que viniera reprimido en un momento dado por cualquier poder, lo cierto es que endosarles alg¨²n tipo de responsabilidad en la generalizaci¨®n de un atm¨®sfera social tolerante (o indulgente) con la pederastia constituye una grosera manipulaci¨®n (?para compensar los esc¨¢ndalos protagonizados por los otros?) de un asunto al que valdr¨ªa la pena aproximarse con mayor detenimiento y cuidado.
No ayuda a ello, desde luego, el modo en que a menudo los medios de comunicaci¨®n tratan los referidos esc¨¢ndalos, metiendo en el mismo saco las relaciones sexuales de adultos con menores de edad y los m¨¢s monstruosos abusos a beb¨¦s, por ejemplo. Con semejante tratamiento contribuyen a reforzar una tendencia cada vez m¨¢s presente en nuestras sociedades. Y es que da la sensaci¨®n de que el esc¨¢ndalo provocado por los casos de pederastia cumple la funci¨®n de desviar la atenci¨®n respecto a un proceso cuyos supuestos ideol¨®gicos nunca se explicitan y del que acaso habr¨ªa que empezar por criticar su l¨®gica.
Formulemos la cosa de manera rotunda: la referencia a la pederastia en el contexto de los debates acerca de la sexualidad en nuestra sociedad parece jugar un papel an¨¢logo al que desempe?a el recurso a Auschwitz en las discusiones ¨¦ticas contempor¨¢neas, a saber, el de un eficac¨ªsimo tapabocas que, con su permanente apelaci¨®n a la incre¨ªble brutalidad, a la inaudita desmesura de aquel horror, bloquea y, a continuaci¨®n, cortocircuita la posibilidad misma de continuar discutiendo, colocando por a?adidura a quien propusiera hacerlo en la desagradable posici¨®n de sospechoso de tibieza ante el espanto.
Pero no se confundan los planos: no es la protecci¨®n real de los menores lo que en muchas discusiones parece hallarse en juego, sino el establecimiento de una aut¨¦ntica pol¨ªtica de los deseos, pol¨ªtica que parece estar derivando hacia una criminalizaci¨®n de algunos de ellos que sin duda debiera mover a inquietud, en la medida en que puede desembocar en un recorte de derechos de quienes pudieran ser considerados sospechosos de alguna perversi¨®n. Sin entrar a discutir que es posible "hacer cosas con palabras", tiendo a creer que habr¨ªa que ser m¨¢s cuidadoso -o garantista, si se prefiere- a la hora de intervenir desde el espacio p¨²blico sobre los deseos.
Pensemos, por establecer un paralelo, en lo que sucede cuando se criminalizan las opiniones: se termina condenando a penas de prisi¨®n a Garaudy por negar el Holocausto. Ahora bien, en tanto permanezcamos en el plano de los meros deseos, a no ser que consideremos que la menor expresi¨®n de los mismos constituye ya por s¨ª sola una apolog¨ªa o una incitaci¨®n a la materializaci¨®n de lo deseado, no se alcanza a ver desde qu¨¦ consideraci¨®n podr¨ªan ser censurados sin incurrir en una actualizaci¨®n del precepto mosaico que, en la medida en que jugaba con el privilegio de expresar la voluntad divina, se atrev¨ªa a prohibirlos directamente (en concreto, el de desear la mujer del pr¨®jimo).
Estamos en condiciones ya de regresar a nuestra referencia inicial al neopuritanismo. No pretend¨ªa aludir con ella a que estuvieran regresando las viejas prohibiciones, sino m¨¢s bien a que muchas de ellas han cambiado de forma. Es obvio que hoy ya no se sataniza sin m¨¢s el sexo (que est¨¢ sufriendo, si acaso, un proceso de imparable banalizaci¨®n), pero s¨ª parecen estar siendo satanizadas lo que se consideran formas desviadas del mismo. Desviadas, por cierto, ?respecto a qu¨¦? La respuesta no ofrece muchas dudas: respecto a ese nuevo constructo socio-cultural que es el concepto de sexualidad sana u ordenada. La distancia que separa esta posici¨®n de las perspectivas que d¨¦cadas atr¨¢s se consideraban "progresistas" resulta notable: ?qu¨¦ se ha hecho de la idea de transgresi¨®n, anta?o tan ensalzada? ?Ha dejado de ser un valor en s¨ª misma? ?Acaso porque las normas actualmente vigentes ya no merecen ser transgredidas y estamos en el mejor de los mundos posibles en lo que a sexo se refiere? Y si no es ese el caso, ?por d¨®nde demonios pasa hoy la transgresi¨®n?
Acaso un sencillo ejemplo nos proporcione la pista acerca de por d¨®nde parecen estar yendo los tiros. Recuerdo un reportaje emitido hace un tiempo en televisi¨®n. Abordaba el caso de mujeres que hab¨ªan disfrutado de una fama ef¨ªmera en los medios de comunicaci¨®n y que, por diversas circunstancias, se hab¨ªan visto obligadas a servirse de ella para dedicarse ocasionalmente a la prostituci¨®n. En un momento dado, el periodista que entrevistaba a una de esas mujeres, adoptando la actitud de quien se siente solidario con el particular calvario de la interesada, se interes¨® por los detalles m¨¢s morbosos y le pregunt¨® si en alguna de aquellas ocasiones se hab¨ªa visto obligada a hacer cosas raras. Me llam¨® la atenci¨®n la reacci¨®n, casi escandalizada, de la famosilla ef¨ªmera ante lo que cre¨ªa que estaba dando a entender el entrevistador. Remedando el castizo "pero usted, ?por qui¨¦n me ha tomado?" ofreci¨®, con aire indignado, una respuesta que hubiera hecho las delicias del mism¨ªsimo Foucault: "No, no, qu¨¦ va: yo para estas cosas soy muy normalita". Seg¨²n parece, ha dejado de ser una ofensa llamar a alguien puta: celebr¨¦moslo. Ahora, por lo visto, el mayor insulto que se le puede dirigir a una mujer es el de viciosa: ?lo hemos de celebrar tambi¨¦n?
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona. En 2010 recibi¨® el Premio Espasa de Ensayo por su libro Amo, luego existo. Los fil¨®sofos y el amor.
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