Lo que siempre son los otros
El t¨ªtulo del presente art¨ªculo bien pudiera servir como apresurada definici¨®n del dogm¨¢tico. Definici¨®n que viene a destacar, de entre los diferentes rasgos que convergen en la figura, el de que el dogm¨¢tico nunca se reconoce a s¨ª mismo como tal. Quiz¨¢ porque (?interesadamente?) tiende a confundir dogmatismo con fanatismo, que es m¨¢s bien la actitud caracter¨ªstica de quien se aferra a sus ideas o principios con tanta vehemencia como falta de esp¨ªritu cr¨ªtico, y eso le hace sentirse al dogm¨¢tico a salvo de la imputaci¨®n.
Lo espec¨ªfico del dogm¨¢tico, pues, no es tanto el hecho de que no est¨¦ dispuesto a debatir, como la forma en que plantea el debate. Obs¨¦rvese que digo la forma, porque el fondo en cierto sentido podr¨ªamos considerar que est¨¢ claro: el dogm¨¢tico entiende que el conjunto de sus opiniones no admite contradicci¨®n ni controversia (de hecho, es as¨ª como queda definido en el Diccionario de uso del espa?ol, de Mar¨ªa Moliner: "Se dice de la persona que no admite contradicci¨®n en sus opiniones"). Sin embargo, a diferencia del fan¨¢tico, no acepta que su inflexibilidad sea debida a ninguna abdicaci¨®n de su capacidad reflexiva, ni cree que la ausencia de toda duda deba atribuirse a adhesi¨®n acr¨ªtica a dogma alguno, sino que, por el contrario, tiende a interpretar la propia firmeza como la prueba inequ¨ªvoca de la solidez de las tesis que defiende.
En demasiadas ocasiones la deriva dogm¨¢tica se alimenta, parad¨®jicamente, del que, a primera vista, podr¨ªa parecer su m¨¢s eficaz ant¨ªdoto: la raz¨®n
?En qu¨¦ se reconoce entonces al dogm¨¢tico? Por lo pronto en que, visto que no puede clausurar las discusiones con ning¨²n recurso del tipo "?hasta aqu¨ª podr¨ªamos llegar!", "pero usted, ?por qui¨¦n me ha tomado?", "en ese caso, ?apaga y v¨¢monos!" (u otras modalidades de muerte s¨²bita del debate con las que los fan¨¢ticos de cualquier signo obturan la posibilidad de que sean puestas en cuesti¨®n sus m¨¢s profundas convicciones), acostumbra a recurrir a un tipo de estrategias, en apariencia m¨¢s respetuoso con las reglas del juego de la libre discusi¨®n, pero orientado a un ¨²nico fin, a saber, el de desactivar las cr¨ªticas.
En alguna ocasi¨®n he propuesto describir al dogm¨¢tico como aquel tipo que, a cualquier objeci¨®n que se le ponga, replica siempre y sin vacilaci¨®n alguna "m¨¢s a mi favor". Pretend¨ªa se?alar con esta descripci¨®n que, aunque el propio dogm¨¢tico acostumbre a ignorarlo, este proceder en ¨²ltimo t¨¦rmino podr¨ªa ser blanco de las cr¨ªticas del mism¨ªsimo Popper, quien, en reiteradas ocasiones, se?al¨® que el rasgo m¨¢s caracter¨ªstico de las doctrinas metaf¨ªsicas (en especial las de inspiraci¨®n hegeliana: v¨¦anse al respecto las clarificadoras consideraciones de Gianni Vattimo al principio de su Adi¨®s a la verdad) es precisamente el hecho de que son capaces de neutralizar cualquier elemento eventualmente falsador de su doctrina, darle la vuelta, hacerlo jugar a su favor y convertirlo en prueba de su verdad.
Otra figura del dogm¨¢tico, susceptible de recubrirse de m¨¢s actualizados ropajes, es la del que impugna sistem¨¢ticamente el dato, la situaci¨®n o incluso el testimonio que pudieran poner en tela de juicio sus convicciones apelando a criterios presuntamente metodol¨®gico-formales. Tampoco se presenta esta otra figura, conviene subrayarlo, como enemigo del conocimiento (rasgo que lo identificar¨ªa de manera expl¨ªcita con el fan¨¢tico m¨¢s obtuso), sino como el apasionado defensor de un conocimiento m¨¢ximamente riguroso y fiable. Las preguntas que pueden operar como indicadores de que estamos ante esta variante del dogm¨¢tico acostumbran a ser del siguiente tenor: "?de d¨®nde has sacado el dato?", "?en qu¨¦ fecha se hizo la encuesta?", "?me est¨¢s hablando de pa¨ªses de nuestro mismo entorno?", "?qu¨¦ metodolog¨ªa siguieron los investigadores?", y similares. Estrategias que apenas consiguen ocultar el prop¨®sito ¨²ltimo de negar la potencialidad heur¨ªstica -y, eventualmente, impugnadora- de la informaci¨®n o dato que su interlocutor ha presentado como cr¨ªtica.
Probablemente nada resultar¨ªa m¨¢s f¨¢cil, llegados a este punto, que ceder a la tentaci¨®n de intentar ilustrar las ideas precedentes con alg¨²n ejemplo cercano en el tiempo o en el espacio y se?alar con el dedo a algunos de los muchos fil¨®sofos, pol¨ªticos y cient¨ªficos sociales que cuadrar¨ªan con las descripciones precedentes. Pero mucho me temo que, de actuar as¨ª, le estar¨ªamos haciendo un flaco favor a las ideas expuestas en este papel. Porque rep¨¢rese en que, como se ha subrayado desde el primer instante, en demasiadas ocasiones la deriva dogm¨¢tica se alimenta, parad¨®jicamente, del que, a primera vista, podr¨ªa parecer su m¨¢s eficaz ant¨ªdoto: la raz¨®n. Cosa que ocurre no s¨®lo cuando la utilizamos para producir ingeniosas hip¨®tesis ad hoc (Descartes quiz¨¢ haya sido el m¨¢s acerado cr¨ªtico de esta extra?a variante de trampas al solitario al que parece tan proclive el ser humano), sino tambi¨¦n, y tal vez sobre todo, cuando hacemos acopio de argumentos para cargarnos de raz¨®n, en vez de para cuestionar nuestras propias convicciones, que es la ¨²nica vacuna conocida contra el dogmatismo.
Por eso se puede afirmar, con escaso temor a equivocarse, que probablemente no haya mayor dogm¨¢tico que el incapaz de percibir su propio dogmatismo, de id¨¦ntica forma que no hay mayor sectario que el que ve sectarismo en todas partes menos en su propia secta (a la que no acostumbra a considerar secta, sino iglesia, por cierto). Peor para todos, pero, sobre todo, peor para el propio dogm¨¢tico. Quiz¨¢ el dogmatismo venga a constituir una de las formas que tiene el pensamiento de morir. Porque, a fin de cuentas, ?qu¨¦ es la muerte sino precisamente eso que siempre le pasa a los otros?.
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