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VIDAS AL L?MITE

¡°Son 15 minutos. Dejas de respirar. Y fuera¡±

Las ¨²ltimas horas de Carlos Santos Velicia, enfermo de c¨¢ncer y con un tumor incurable que decidi¨® morir y contar su caso para reabrir el debate sobre la eutanasia

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s

Lo normal es que las personas mayores no se vean reflejadas en la gente de su edad, pero les contar¨¦ una excepci¨®n que viv¨ª el pasado 9 de noviembre, al conocer a Carlos Santos Velicia, un hombre de 66 a?os (dos m¨¢s que yo) que hab¨ªa viajado hasta Madrid para quitarse la vida. Fue despu¨¦s de comer, al atravesar en su compa?¨ªa la Puerta del Sol, en direcci¨®n al c¨¦ntrico hotel en el que expirar¨ªa al d¨ªa siguiente, cuando descubr¨ª la existencia de una curiosa sincron¨ªa entre sus movimientos y los m¨ªos. No ¨¦ramos s¨®lo un hombre y otro hombre, ¨¦ramos dos individuos mayores, con tics caracter¨ªsticos de individuos mayores, dos casi ancianos a los que cualquier espectador objetivo habr¨ªa situado, en el mejor de los casos, en el ¨²ltimo tercio de su vida.

Un inoperable quiste radicular, situado en el interior de la columna vertebral, entre la S2 y la S3, hab¨ªa comprometido la salud de Carlos Santos.
Un inoperable quiste radicular, situado en el interior de la columna vertebral, entre la S2 y la S3, hab¨ªa comprometido la salud de Carlos Santos.SOF?A MORO

La habitaci¨®n del hotel, sin alcanzar la categor¨ªa de una suite, era grande y luminosa y estaba compuesta por dos espacios claramente diferenciados, uno para dormir y otro para estar. El primero dispon¨ªa de una cama doble, con sus respectivas mesillas de noche, y el segundo, de un tresillo y una mesa baja, todo dispuesto, como es habitual, en torno al aparato de televisi¨®n. Entre ambos espacios hab¨ªa un peque?o escal¨®n destinado a subrayar, con la diferencia de nivel, la desigualdad de sus funciones. El ventanal, amplio, daba a una terraza desde la que se apreciaban los tejados del viejo Madrid.

"Preparar¨¦ el potingue, lo tomar¨¦ y me tumbar¨¦"

Una vez acomodados, Carlos en un extremo del sof¨¢, yo en el sill¨®n m¨¢s pr¨®ximo a ese extremo, las sacudidas especulares se acentuaron. As¨ª, mientras ¨¦l hablaba en un tono en el que me pareci¨® detectar cierta euforia (?la que precede al acto final?), reconoc¨ª en sus cejas el recorte torpe que yo aplico a las m¨ªas y descubr¨ª en los orificios de su nariz y orejas los pelos sobrevivientes a las cacer¨ªas de que suelen ser v¨ªctimas, a partir de cierta edad, estas pilosidades. No fue todo: tambi¨¦n vi en su mirada esa curiosa mezcla de desaf¨ªo y desamparo que descubro en la m¨ªa cuando tropiezo con mi rostro en los espejos de los ascensores.

-Recib¨ª el primer hachazo -empezaba a contarme Carlos hace quince a?os, cuando sin m¨¢s me dan dos infartos de miocardio graves. En el segundo, con arreglo a todos los aparatos que hab¨ªa en la pared, estaba muerto. Ya sabes que se monitoriza todo en las pantallas y las pantallas estaban muertas. Y yo tambi¨¦n. Estos cabrones, pensaba, me entierran ahora vivo. Los m¨¦dicos me ped¨ªan que si les escuchaba moviera un dedo o parpadeara, pero yo no ten¨ªa energ¨ªa para nada. Nada. Muerto, muerto. Por aquellas cosas de la vida, es obvio que resucit¨¦, y resucit¨¦ como un beb¨¦, llorando. Para m¨ª fue muy duro, porque yo era corredor, esprintaba, y tuve que dejar de hacer deporte. Tengo dos trozos de coraz¨®n necrosados. De eso no te recuperas nunca. Tengo insuficiencia cardiaca, taquicardia y arritmia.

-Pero parece que has podido llevar una vida m¨¢s o menos normal desde entonces -me o¨ª decir.

"Fui un le¨®n con las mujeres. Hoy soy un gatito deslustroso"

?De normal nada! Tuve que bajar, aterrizar. Pas¨¦ tres o cuatro a?os muy mal porque me sent¨ªa un in¨²til. Dej¨¦ de trabajar porque las agencias de viaje no quer¨ªan darme trabajo (era gu¨ªa tur¨ªstico). Quise volver a trabajar y con la primera que lo hice tuve que ir a Sevilla y no llegu¨¦. El ch¨®fer tuvo que parar el autocar y llamar a una ambulancia que me llev¨® a urgencias, con lo cual el grupo qued¨® abandonado.

?Y?

Tuve que plantearme mi vida y me la plante¨¦ muy bien: me voy a suicidar, pens¨¦, pero a mi manera, a mi aire, me voy a los Mares del Sur. Me ir¨¦ a Australia, de all¨ª a Nueva Zelanda. Desde ah¨ª ir¨¦ bajando y cuando llegue a las islas de los Mares del Sur me buscar¨¦ al brujo de turno, me har¨¦ amigo de ¨¦l y la noche que quiera irme le dir¨¦: "Brujo, col¨®came, que quiero dormirme y no quiero despertarme". Eso era lo que ten¨ªa in mente, pero, como dec¨ªa John Lennon, la vida es lo que te va pasando mientras t¨² te empe?as en hacer otras cosas. Pues no s¨¦ lo que pas¨®. Pero estaba hecho una mierda. Me he pasado diez o doce a?os sin estar con una t¨ªa porque ten¨ªa p¨¢nico. Los m¨¦dicos me dec¨ªan: "Usted ya no es el le¨®n que era antes...". He sido un le¨®n en todos los sentidos: laborales, con mujeres, con todo. Ahora soy un gatito peque?o y deslustroso. Las t¨ªas, fuera. No hab¨ªa vida.

"He ido desprendi¨¦ndome de todo. Ahora no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada. El barco ha llegado al fin del viaje"

Mientras escucho a Carlos, cuento el n¨²mero de l¨¢mparas de la habitaci¨®n, primero de izquierda a derecha y despu¨¦s de derecha a izquierda. Y debo obtener el mismo resultado; si no, suceder¨¢ una cat¨¢strofe. Se trata de un mecanismo antiguo, infantil, para combatir la angustia. Contar me libera. Por eso cuento tambi¨¦n ahora los dedos de las manos de mi interlocutor, siempre en las dos direcciones. Y si se levanta para ir al ba?o, porque tiene incontinencia urinaria, cuento los pasos que da al ir y los que da al volver, y siento un gran alivio si su n¨²mero coincide. Todo ello sin dejar de escucharle. Me est¨¢ relatando ahora lo de la hernia discal, que apareci¨® luego, y por la que tuvo que meterse en el quir¨®fano.

Fue tremendo dice, porque ya no pod¨ªa ni saltar. Privaciones, privaciones y privaciones. La columna me daba dolores continuos. Hasta que me hicieron resonancias y apareci¨® el bicho.

?Qu¨¦ bicho?

Un quiste radicular, no sab¨ªan desde cu¨¢ndo estaba ah¨ª, y es lo peor que hay, no se puede operar ni tocar porque te quedas paral¨ªtico, va al cerebro.

?Es ah¨ª donde llegan las terminaciones nerviosas?

Todo. Es el interior de la columna vertebral. Justamente est¨¢ entre la S2 y la S3, cerca de los esf¨ªnteres de la orina y de los excrementos.

?Cu¨¢ndo te lo descubren?

Hace un a?o. Y me dicen que no hay soluci¨®n, que no hay nada que hacer. Me lo han dicho tantas veces, tantos traumat¨®logos, hasta los tribunales que me dieron la minusval¨ªa del 65% me lo dijeron: "Se?or Santos, haga usted testamento vital porque le quedan meses, esto no tiene cura, no hay soluci¨®n, no hay nada". ?Qu¨¦ haces? Pues me voy a EE UU, me compro una pistola y me pego un tiro, o me tiro por un puente... Tambi¨¦n he ido a edificios de M¨¢laga que conozco, a mirar desde un octavo piso y a decirme: bueno, si me tiro desde aqu¨ª me matar¨¦... Pero soy una persona pac¨ªfica, gustoso de la m¨²sica suave, cl¨¢sica, armoniosa, no me gustan los ruidos, siempre he sido pacifista, nunca me he peleado con nadie, no me gusta la violencia ni las cosas desagradables, muchas veces me ha cabreado atraer tanto a los homosexuales, cuando lo que me van son las mujeres. Y se lo preguntaba: "?Pero por qu¨¦, qu¨¦ co?o tengo yo?". Y me contestaban: "Es que eres tan dulce, tan suave, tan tierno, tan fino, tan delgadito, tan poca cosa, que invitas a protegerte". As¨ª que pensar en esas opciones me resultaba muy desagradable. Primero contact¨¦ con Exit, los australianos, y luego con Dignitas, que est¨¢ en Suiza. Los de Suiza fueron los que me dieron la direcci¨®n de Derecho a Morir Dignamente de Barcelona, y ¨¦stos, la de Madrid. Y aqu¨ª estoy.

Aparte del problema del control de esf¨ªnteres, ?de qu¨¦ otra forma se muestra el deterioro?

Cada vez tengo menos energ¨ªa. Por la ma?ana, cuando salgo de casa, despu¨¦s de desayunar y haber tomado Zaldiar, no tengo energ¨ªa, no puedo caminar m¨¢s de diez minutos sin sentarme a descansar. Lo mismo me ocurre cuando estoy de pie, tengo que buscar alguna silla donde sentarme, pues no me encuentro bien. Necesito sentarme o, mejor, tumbarme.

?Est¨¢s muy medicado?

S¨ª, claro, con todos los efectos secundarios de la medicaci¨®n. Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay.

?Qu¨¦ clase de pastillas?

De todo lo que puedas imaginar, de todo, cuarenta o cincuenta cajas, f¨ªjate si hay. Por la ma?ana, cinco o seis pastillas; al mediod¨ªa, otras cinco o seis; por la noche, lo mismo. Y en los intervalos, en funci¨®n de lo que me duela, pues otras tantas. El caso es que siempre tengo que llevar el pastillero conmigo. Mira, ahora voy a tomar una para tranquilizarme.

?Quieres agua del minibar?

No, del grifo.

"Espero que ma?ana a estas horas ya est¨¦ terminado"

Carlos Santos se retira al cuarto de ba?o a tomarse la pastilla. Observo que la luz ha cambiado. El sol ya no da directamente en la ventana, como cuando llegamos al hotel (sobre las 4.30 de la tarde), pero la habitaci¨®n me sigue pareciendo alegre. Soy yo el que est¨¢ sombr¨ªo, sobrecogido. Mientras espero su regreso, releo la carta que ha escrito para la Polic¨ªa Local de Madrid, donde pide que notifiquen su defunci¨®n a la due?a de la pensi¨®n donde vive, en M¨¢laga, a fin de que "como no tengo familia ni herederos, disponga de mis pertenencias, ropa, etc., como quiera". Tras la firma, a?ade una suerte de posdata rogando que retiren de la v¨ªa p¨²blica su coche "antes de que lo rompan o lo destrocen". Como se retrasa, repaso tambi¨¦n la carta al juez, donde tras resumir sus padecimientos y detallar el futuro terrible que le espera a medida que avance la enfermedad (descontrol absoluto de esf¨ªnteres, dolores intens¨ªsimos, par¨¢lisis y muerte), afirma que su voluntad de morir es fruto de sus valores y que nadie le ha inducido a adoptar esta decisi¨®n que toma de manera "libre, voluntariamente, sin que ninguna persona tenga que cooperar de forma necesaria, directa o indirectamente, para llevarla a cabo".

Como Carlos no acaba de salir del cuarto de ba?o, empiezo a contar, para entretener la espera, las vocales de la misiva al juez. Aparece cuando voy por la 65.

?Era un ansiol¨ªtico? pregunto refiri¨¦ndome a la pastilla que acaba de tomarse.

S¨ª, pero bajo, Diazepam de 2,5.

?Y para dormir tomas cosas?

?Huy, s¨ª! Ya no me hacen nada tampoco.

El c¨ªrculo vicioso de la tolerancia y la adicci¨®n.

Llegar¨¢ un momento en que... Bueno, ya no habr¨¢ momentos porque espero que ma?ana a estas horas ya est¨¦ terminado.

La luz de la habitaci¨®n ha vuelto a cambiar y mi estado de ¨¢nimo se ha oscurecido. Deben de ser las cinco y media o seis menos cuarto de la tarde. Me levanto y enciendo una l¨¢mpara de pie mientras Carlos habla ahora de un libro in¨¦dito en el que ha trabajado durante los ¨²ltimos quince a?os de su vida. Se titula El hombre dividido.

-?Qui¨¦n es el hombre dividido? pregunto.

Soy yo dice, yo y el mundo. Pa¨ªses que me han enamorado, como Italia, la India, Francia... ?Sabes lo que es Nepal, Tailandia, Brasil, la Rep¨²blica Dominicana, Gambia...? Y Europa como mi propia casa. Hay un lugar que es uno de mis favoritos, la tumba de Gala Placidia, en R¨¢vena. Me gusta ir y estar solo ah¨ª. Suelo cerrar los ojos para no ver nada y dejar que mi imaginaci¨®n fluya y trate de imaginarse c¨®mo fue la antesala del fin del Imperio Romano de Occidente. En realidad, he vivido. Otros no han vivido ni la mitad. Y la he vivido de lujo porque era todo pagado.

?Tu ciudad favorita?

Londres es mi ciudad por muchos motivos. Uno, porque fue el primer sitio donde encontr¨¦ la felicidad. En Espa?a no hab¨ªa sido nunca feliz, mi padre me pegaba con fiereza, igual que los hijos de puta de los jesuitas, que te hac¨ªan poner los dedos as¨ª, de punta, y te daban con la regla. Todo eso, una infancia muy desgraciada. Mi padre y yo viv¨ªamos en un peque?o apartamento y desde ni?o, cada ma?ana, me levantaba de la cama, que estaba en el sal¨®n, iba a la cocina, que era donde estaba la radio, y mov¨ªa el dial hasta que escuchaba una lengua extranjera. Ah¨ª lo dejaba.

Tambi¨¦n me reconozco en ese sue?o infantil de ser extranjero, aun al precio de no entender nada. ?Acaso entend¨ªan algo los aut¨®ctonos? Ser extranjero, en aquellos a?os, era a lo m¨¢s que se pod¨ªa aspirar en la vida. ?Qu¨¦ imagen brutal, pienso, la del ni?o a la b¨²squeda de un idioma ininteligible, de una vida otra!

"Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay"

Mientras Carlos da detalles acerca de su libro, de su vida en Londres (donde vivi¨® varios a?os) y de sus viajes a lo largo y ancho del planeta, comprendo que este hombre consigui¨® su sue?o de ser extranjero, aunque pagando el duro precio del desarraigo, de la soledad, del aislamiento. Entonces se me escapa el primer bostezo, que es una se?al de alarma. En las situaciones dram¨¢ticas, o que vivo como dram¨¢ticas, me da, adem¨¢s de por contar, por bostezar, como si me aburriera. Me defiendo as¨ª de los excesos de realidad, de la angustia, del p¨¢nico. Bostezo en los entierros y en las unidades de vigilancia intensiva de los hospitales como bostezaba de joven en los ex¨¢menes y en las entrevistas de trabajo. El bostezo significa que estoy jodido. Est¨¢s jodido, Juanjo, me digo, al tiempo de contar con los dedos las s¨ªlabas de "est¨¢s jodido, Juanjo" (siete, un heptas¨ªlabo) y tengo la tentaci¨®n de preguntar a Santos por sus peque?os ritos contra la enfermedad, contra la mala suerte, contra la desgracia.

"Me dijeron: 'Haga el testamento vital. Le quedan meses"

Por fortuna, ¨¦l ha comenzado a hablar ya de la eutanasia, de su necesidad de dejar testimonio para ayudar a que se genere un debate p¨²blico sobre la cuesti¨®n. En este tema, como en todos, se manifiesta de manera muy cerebral, incluyendo datos econ¨®micos y estad¨ªsticas sobre el suicidio que no me interesan demasiado. Me afectan m¨¢s los aspectos emocionales, el hecho de que uno tenga que morir, cuando as¨ª lo ha decidido, de forma clandestina, en habitaciones de hoteles, en vez de hacerlo en la propia cama, o en la de un hospital, adecuadamente atendido por profesionales y rodeado de los suyos. A Carlos le da igual quitarse de en medio en un sitio u otro, no tiene a nadie y su patria es el mundo. Asegura que conoce Europa como yo conozco las habitaciones de mi casa.

-Cuando vine a Madrid para hablar por primera vez con los de DMD a?ade me preguntaron cu¨¢ndo quer¨ªa hacerlo. "Ma?ana", contest¨¦, "ya que estoy aqu¨ª, ma?ana". Total, las cuatro cosas que ten¨ªa se las hab¨ªa regalado a cuatro o cinco amigos y amigas, y los ahorros se los dejo a DMD, que me dijeron que no les deb¨ªa nada. Ya lo s¨¦, contest¨¦, pero qu¨¦ hago, no fumo, no bebo y no como porque no encuentro gusto en nada. ?En qu¨¦ gasto el dinero? Antes, en M¨¢laga, me encantaba comprar pasteles de Gloria, los mazapanes... Ahora me puedes ofrecer la Luna y no me har¨¢ ni sonre¨ªr, es que no me provoca, con el problema de los jugos g¨¢stricos... Ya no paso gusto comiendo, no paso gusto con nada. Lo que quiero es dejar de vivir, y si puede ser antes, mejor que despu¨¦s. En la pensi¨®n s¨®lo he dejado ropa porque no sirve para nada. Me he tra¨ªdo esto.

"Esto" es una cartera de mano con la que ha hecho el viaje desde M¨¢laga y que contiene el ¨²ltimo equipaje de su vida: un pijama, una camisa, unos calcetines, unas zapatillas y unos calzoncillos.

Una muda resume ¨¦l. Se supone que ma?ana a estas horas ya no me har¨¢ falta para nada.

En la cartera hay tambi¨¦n un bote, envuelto en una bolsa de pl¨¢stico, que contiene, me explica, el llamado "c¨®ctel de autoliberaci¨®n", compuesto por un hipn¨®tico, para quedarse dormido, y un conjunto de medicamentos contra la malaria que a altas dosis resulta mortal. La f¨®rmula est¨¢ al alcance de los socios de DMD en la llamada Gu¨ªa de autoliberaci¨®n, y sus componentes son f¨¢ciles de obtener, la mayor¨ªa sin receta. Es, por otra parte, la misma combinaci¨®n que recomiendan casi todas las asociaciones del resto del mundo.

Aunque se ha emocionado hasta las l¨¢grimas al recordar algunos aspectos de su infancia, la actitud general de Carlos es de una frialdad que sobrecoge. Pienso que quiz¨¢ es su modo de defenderse de este exceso de realidad, como la m¨ªa es bostezar o contar vocales, molduras, dedos, l¨¢mparas... Recuerdo entonces que en alg¨²n momento, cuando nos dirig¨ªamos al hotel, mencion¨® la posibilidad de hablar con el director para que le hicieran un descuento.

-Me hacen descuento en todos los hoteles a?adi¨® cuando me identifico como gu¨ªa tur¨ªstico.

?El diez por ciento? pregunt¨¦ yo absurdamente.

?Qu¨¦ diez por ciento! responde enfadado ?El cincuenta por ciento por lo menos!

"He vivido una vida rica, que la mayor¨ªa no ha podido vivir"

La decisi¨®n de quitarse de en medio no hab¨ªa alterado en absoluto sus costumbres. As¨ª, antes de viajar a Madrid fue a Renfe para consultar precios y descuentos teniendo en cuenta que pose¨ªa la Tarjeta Dorada para mayores de 60 a?os. Dado que lo pag¨® todo con la tarjeta de cr¨¦dito, consult¨® tambi¨¦n las tarifas del hotel para asegurarse de dejar en la cuenta corriente la cantidad precisa para que cada cual cobrara lo suyo. Y calcul¨® que la mejor hora para tomarse la p¨®cima ser¨ªa en torno al mediod¨ªa, de forma que los voluntarios de DMD que habr¨ªan de acompa?arle quedaran libres a media tarde: "Mejor que por la noche", dec¨ªa en el correo electr¨®nico donde enumeraba todos los detalles de orden pr¨¢ctico.

Como la tarde contin¨²a cayendo, y con ella mi estado de ¨¢nimo, me levanto y enciendo otra luz que est¨¢ algo alejada de mi posici¨®n. He de dar cinco pasos de ida, pero s¨®lo me salen cuatro de vuelta. Mal asunto.

Lo de Suiza le digo volvi¨¦ndome a sentar me parece muy fr¨ªo. He le¨ªdo algunas cosas que...

Como te he dicho insiste Carlos, yo he nacido en Espa?a, pero eso no me hace espa?ol. Cuando llegu¨¦ a Inglaterra, me dijeron: "Mira, Carlos, aqu¨ª se hacen las cosas bien, no como en tu pa¨ªs, y se hacen bien desde el principio porque si no hay que volver a hacerlas y eso cuesta tiempo y dinero". Esa era la realidad, los espa?oles llegaban con las maletas aquellas de madera atadas con una cuerda. Yo era uno de esos. El d¨ªa que me dijeron "t¨² eres uno de los nuestros, eres un verdadero profesional", ese d¨ªa fue para m¨ª... As¨ª que todo eso de la frialdad me la suda, no me dice nada. ?Qu¨¦ frialdad? ?A qu¨¦ he venido yo aqu¨ª, a tomar pastelitos, a bailar unas sevillanas? Ni estoy de humor para bailar sevillanas ni puedo bailarlas, casi no puedo moverme. Def¨ªneme frialdad. A m¨ª lo que me importa es que me digan: "Se?or Santos, el d¨ªa tal, a tal hora, usted se presenta en esta direcci¨®n...". Ma?ana me levantar¨¦, desayunar¨¦ por ah¨ª cualquier cosa, y como a las doce o las dos, la hora m¨¢s temprana, preparar¨¦ el potingue, me lo tomo, me tumbo... Los voluntarios de DMD se quedar¨¢n conmigo hasta que me haya dormido. En Suiza, con el pentobarbital, son quince minutos. Ya, dejas de respirar, y fuera. Quince minutos, para qu¨¦ vamos a estar horas y horas y horas.

?Te gusta leer? se me ocurre preguntar, parezco un idiota.

S¨ª, he sido un gran devorador de libros, pero ya no puedo. Mi cabeza s¨®lo est¨¢ ahora en una cosa y no hay nada m¨¢s. Ya he regalado todos mis libros.

?Ten¨ªas una buena biblioteca?

S¨ª, grande, muy amplia. Me he deshecho de todo. Soy un hombre de caprichos. Mira qu¨¦ cintur¨®n llevo.

Se levanta para que lo vea.

Muy bonito, s¨ª digo observando la hebilla, formada por una moneda grande, de plata, donde se lee el lema de la Rep¨²blica Francesa (Libert¨¦, ?galit¨¦, Fraternit¨¦).

Es un cintur¨®n que es una joya, de plata pura. Lo he dise?ado yo, lo he hecho yo, es un cintur¨®n ¨²nico. Cuando he llevado algo encima ha sido dise?ado por m¨ª. He cogido un papel y un bol¨ªgrafo y me he puesto a dibujar lo que quer¨ªa. Como siempre he tenido amigos de todo, en Mallorca ten¨ªa uno que era joyero y ¨¦l me hizo mis gemelos, mi anillo...

Lleva cuidado con el escal¨®n le digo, que ya te has ca¨ªdo un par de veces.

... he ido desprendi¨¦ndome de todo. Ahora, como ves, no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada, el barco ha llegado al fin del viaje.

?Tienes nostalgia?

No, he vivido una vida buena, rica, que la mayor¨ªa de los mortales no han vivido.

?Y si bajamos a tomar un caf¨¦?

Como quieras.

Abandonamos la habitaci¨®n. Cuento mentalmente los pasos que damos hasta el ascensor, los segundos que tarda en llegar, el n¨²mero de letras de la palabra ascensor (ocho, tres vocales y cinco consonantes, una rareza). Nos instalamos en una mesa de la cafeter¨ªa del hotel. Yo pido un t¨¦ verde y ¨¦l un t¨¦ con leche fr¨ªa. Nos traen con la bebida unas pastas que a ¨¦l no le apetecen. Me las ofrece, pero las rechazo, advirtiendo que le da pena que se queden ah¨ª. En esto, noto en la atm¨®sfera algo que a?ade desaz¨®n a la pesadumbre, como si fuera domingo por la tarde. Y no es domingo, es martes, pero caigo en la cuenta de que ese martes es fiesta en Madrid (la Almudena). He de irme, me digo, he llegado a mi l¨ªmite, no soy capaz ya de reprimir los bostezos, ni de dejar de contar, he contado los botones de la chaqueta del camarero, el n¨²mero de baldosas del suelo, el n¨²mero de patas que suman las de todas las sillas de la cafeter¨ªa... Carlos Santos s¨®lo quer¨ªa de m¨ª que le ayudara a dar testimonio de su decisi¨®n para provocar un debate acerca de la eutanasia. Me sobra material para dar ese testimonio, para que se abra, una vez m¨¢s, la discusi¨®n. No quiero verme en este hombre mayor (que va a morir ma?ana) cada vez que se lleva la taza a los labios, cada vez que recuerda su voluntad de convertirse en extranjero, cada vez que me mira con esa mezcla de desamparo y desaf¨ªo caracter¨ªstica de mi mirada. La solidaridad tiene l¨ªmites, y creo haber alcanzado los m¨ªos. Debes protegerte, me digo.

-Si me pides que te cuente un d¨ªa normal de mi vida... -est¨¢ diciendo en esos instantes Carlos Santos.

Te lo pido digo.

Me levanto a las ocho, ocho y media de la ma?ana. A las nueve y media o a las diez salgo ya de casa. ?Ad¨®nde voy? A la biblioteca. ?Por qu¨¦? Porque, primero, necesito estar sentado, no puedo estar de pie. Segundo, no puedo estar en un caf¨¦ tres o cuatro horas leyendo los peri¨®dicos y tom¨¢ndome un t¨¦. En la biblioteca no tengo que tomarme ni el t¨¦, tengo todos los peri¨®dicos a mi disposici¨®n y encima subo al primer piso y tengo Internet. Y tengo dos correos, uno solamente para la prensa en ingl¨¦s, Financial Times, The Economist, The Herald Tribune, The New York Times, The Daily Telegraph..., en fin, la mejor prensa, la que te sigue diciendo qu¨¦ cojones le pasa a Espa?a, que sigue teniendo revalorizados los pisos el 48% y que si as¨ª piensan vender. Eso, hace dos semanas. Est¨¢n al doble de lo que valen y siguen sin bajar. Me paso toda la ma?ana en la biblioteca, hasta las dos, que cierran. A veces me llevo papel y escribo algo. Como en el hogar del jubilado y vuelvo a la biblioteca hasta las ocho. A esa hora me voy a casa porque es un mal barrio. Es de noche, me da miedo, y ya no salgo. Esto es un d¨ªa de mi vida de lunes a viernes. Los s¨¢bados y los domingos, como no hay biblioteca, me los trato de organizar de otra manera, en un bar agradable que he encontrado, tienen varios peri¨®dicos, los leo...

-Bueno, Carlos, te voy a dejar digo en pleno ataque de fobia.

Y enseguida, para atenuar la brusquedad, a?ado:

?Te acuestas pronto? ?Quieres tomar algo o es temprano para cenar?

Hambre dice ¨¦l no tengo nunca. Si luego tengo hambre, pido algo ligero; si no, me meto en la cama, que estoy cansado.

Me levanto, se levanta, nos miramos como dos personas mayores.

?Ad¨®nde vas? pregunta.

A Gran V¨ªa, para tomar un taxi.

Te acompa?o.

Y me acompa?a. Es noche cerrada ya y en las calles se respira la atm¨®sfera festiva del domingo, aunque sea martes. En esto se detiene, nos detenemos, me mira a los ojos levantando un poco la cabeza (es algo m¨¢s bajo que yo) y pregunta:

?T¨² tambi¨¦n eres socio de DMD?

Tambi¨¦n.

Ah, vale dice, y continuamos caminando, ahora en silencio. Es la primera vez en toda la tarde que se establece entre nosotros un silencio que a ¨¦l no le urge rellenar con palabras.

Ha refrescado digo entonces yo al tiempo de contar las s¨ªlabas de "ha refrescado" (cinco, un pentas¨ªlabo).

S¨ª asiente ¨¦l.

Al llegar a Callao, y como me da la impresi¨®n de que tiene miedo a extraviarse, le pregunto si quiere que le acompa?e de nuevo hasta el hotel. Dice que no, que aunque las medicinas le desorientan, se ha fijado bien por d¨®nde hemos venido. Nos damos un abrazo largo.

?Te ver¨¦ ma?ana? pregunta cuando nos liberamos del largo abrazo (la expresi¨®n "largo abrazo", calculo, tiene once letras, cinco vocales y seis consonantes).

No lo s¨¦ miento, pues estoy seguro de que no tendr¨¦ valor para acompa?arle.

Mientras espero la llegada de un taxi, observo a Carlos Santos alejarse de espaldas con los movimientos caracter¨ªsticos de un hombre de mi edad.

Al d¨ªa siguiente, Carlos Santos se levant¨®, desayun¨® y sali¨® a la calle para resolver en una sucursal madrile?a de su banco un par de asuntos burocr¨¢ticos todav¨ªa pendientes. Al mediod¨ªa (sobre las 12.45) subi¨® en compa?¨ªa de un voluntario y una voluntaria de DMD a su habitaci¨®n grande y luminosa.

?Qu¨¦ os parece si me pongo el pijama? pregunt¨® a los voluntarios.

Antes de que le contestaran, se meti¨® en el cuarto de ba?o, de donde sali¨® al poco en pijama y con unas zapatillas (no se hab¨ªa quitado los calcetines). Dobl¨® cuidadosamente la ropa de la que se acababa de desprender y la guard¨® en el armario. A continuaci¨®n tom¨® el DNI y lo coloc¨® en la mesa, sobre un peque?o conjunto de billetes bien doblados. Muy cerca, dej¨® la carta al juez y a la polic¨ªa.

Luego sac¨® de su cartera el bote con las pastillas, que ya hab¨ªa pulverizado, y las introdujo en un vaso, echando a continuaci¨®n una porci¨®n de un yogur de fresa que hab¨ªa comprado antes de subir. Revolvi¨® bien con la cuchara hasta lograr una masa homog¨¦nea (lo que llev¨® su tiempo, por la cantidad) y el yogur de fresa se puso azul debido a la reacci¨®n qu¨ªmica. Se tom¨® el "c¨®ctel" a cucharadas asegurando a los voluntarios que no estaba tan malo comparado con el aceite de ricino de su infancia. Se encontraba sentado en el sof¨¢, quiz¨¢ en el mismo extremo desde el que hab¨ªa hablado conmigo el d¨ªa anterior. Abandonando las zapatillas en el suelo, coloc¨® los pies (con calcetines) sobre el borde de la mesa baja y esper¨® los efectos del brebaje cont¨¢ndoles su vida a los voluntarios. Volvi¨® a emocionarse, me dijeron, cuando record¨® algunos pasajes de su desdichada infancia. A medida que pasaban los minutos, hablaba m¨¢s despacio, pero sin perder en ning¨²n momento la coherencia. Se qued¨® dormido sobre las 13.40, y media hora despu¨¦s, en medio del profundo sue?o,?dej¨® de respirar, sin estertores, sin sufrimiento, sin dolor, escapando as¨ª a un horizonte cl¨ªnico espantoso. Los voluntarios de DMD abandonaron la habitaci¨®n dej¨¢ndolo todo tal y como estaba.

Al d¨ªa siguiente, a primera hora de la ma?ana, otro voluntario de DMD telefone¨®?al hotel para advertirles sobre lo que se encontrar¨ªan en la habitaci¨®n 511. La prensa, como es habitual en estos casos, no dio cuenta del suceso. La muerte de Carlos Santos Velicia, de no ser porque ¨¦l quiso que quedara testimonio de ella, s¨®lo habr¨ªa servido para engordar el caj¨®n de sastre de las estad¨ªsticas sobre el suicidio. Carlos Santos Velicia tiene siete s¨ªlabas, as¨ª que, de ser un verso, ser¨ªa un heptas¨ªlabo.

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Sobre la firma

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, adem¨¢s del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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