A un paso de la biblioteca de Babel
El incierto futuro de la instituci¨®n pasa necesariamente por la conexi¨®n mundial en red - Los expertos creen que los recintos de consulta de libros sobrevivir¨¢n pese al avance de lo digital
Las profec¨ªas sobre el futuro de las bibliotecas suelen citar a Jorge Luis Borges. Su relato La biblioteca de Babel, publicado en Ficciones, se ha convertido en t¨®pico a la hora de imaginar c¨®mo ser¨¢n los almacenes de libros en lo que el comunic¨®logo Rom¨¢n Gubern denomina Galaxia Leibniz. Hace m¨¢s de 70 a?os que Borges present¨® el universo como biblioteca sin l¨ªmites, con escaleras de caracol infinitas y miles de pasillos entrecruzados. En una peculiar e involuntaria analog¨ªa, los expertos actuales hablan de sistema de nodos interconectados, centros en red y acceso a todo el saber del mundo desde la soledad de la pantalla del computador.
"La meta es que el universo cultural entero pueda aparecer en la pantalla de consulta, hacer real el concepto totalizador de la biblioteca de Babel de Borges", explica Gubern, quien la pasada semana particip¨® en Santiago de Compostela en un encuentro sobre el pasado, presente y futuro de las bibliotecas. Fue en esas jornadas en las que el escritor triestino Claudio Magris certific¨® que la lectura y el libro se encuentran ante un cambio de civilizaci¨®n. No aventur¨® hacia donde se dirigen y prefiri¨® hablar de las bibliotecas de Cervantes o de Rabelais.
Gubern: "La meta es que toda la cultura aparezca en la pantalla"
"No habr¨¢ grandes cambios, ser¨¢n paulatinos", opina Rosa Reg¨¢s
Leer en papel ayuda a la memoria un 20% m¨¢s que en digital, seg¨²n un estudio
Para De Kerckhove, "las bibliotecas deben ser aceleradores culturales"
De entrada, pocos expertos se atreven a mapear lo que vendr¨¢. Gubern, que define los centros que se encargan de custodiar los libros como "dep¨®sito del saber y de la fantas¨ªa que permiten realizar una geolog¨ªa del conocimiento", nombra el concepto de red y "la conexi¨®n con otros centros del mundo". Y la novelista Rosa Reg¨¢s, directora de la Biblioteca Nacional espa?ola entre 2004 y 2007, se muestra totalmente esc¨¦ptica: "Las bibliotecas ir¨¢n cambiando paulatinamente, no habr¨¢ grandes cambios sino a medida que cambien las costumbres de los usuarios. Si estos se acostumbran a las pantallas, en las bibliotecas habr¨¢ tambi¨¦n pantallas y posibilidades para descargar los materiales". Tampoco el catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Santiago y presidente del Consejo de Cultura Gallega, Ram¨®n Villares, vislumbra grandes vuelcos: "Lo digital y lo f¨ªsico se combinar¨¢n durante un tiempo y las bibliotecas, tal y como las conocemos, no morir¨¢n. Por lo menos, en el corto plazo".
Que haya una persona, el estadounidense Robert Darnton, que al mismo tiempo asesora a Google Books y dirige la biblioteca de Harvard parece dar la raz¨®n al profesor gallego. Sin embargo, el discurso del soci¨®logo canadiense Derrick de Kerckhove, disc¨ªpulo de Marshall McLuhan, difiere. Presente en los debates de Santiago, realizados en la Biblioteca de Galicia, a¨²n por inaugurar, que alberga la Cidade da Cultura, De Kerckhove defiende la posibilidad de "situar el centro del mundo en casa".
El te¨®rico de la "inteligencia conectiva" aplicada a Internet recuerda que, en su pa¨ªs, cada persona pasa "siete horas al d¨ªa ante una pantalla" y metaforiza en la figura de Pinocho 2.0 la actual condici¨®n humana. "La memoria se encuentra fuera del individuo, en Google, en la Wikipedia", explica, "y una biblioteca debe pensar en c¨®mo funcionar en ese contexto h¨ªbrido electr¨®nico". Lo material y lo digital, lo local y lo global, son asuntos de los que preocuparse. Y si la realidad objetiva es que los estudiantes cada vez usan menos la biblioteca, para De Kerckhove hay razones palmarias: "Ya tienen acceso directo a toda la informaci¨®n".
Pero no todo son buenas noticias en el bando de los integrados. El propio soci¨®logo advierte de los estudios recientes que afirman la superioridad de la lectura en papel sobre la digital. Por lo menos, desde el punto de vista de ejercitar la memoria: leer un libro en pasta de celulosa hace trabajar la memoria un 20% m¨¢s que hacerlo en digital. "Una biblioteca es una cosa viva", consider¨® Claudio Magris, "tambi¨¦n es una perfumer¨ªa, con sus olores". En ninguna profec¨ªa aparece, todav¨ªa, un mundo sin libros. "A veces hablamos del futuro como si fuese un horizonte al que llegar", se lamenta Rosa Reg¨¢s, "pero no es as¨ª; se trata de un proceso continuo y los cambios resultan paulatinos". Nadie pensaba, 15 a?os atr¨¢s, "que existir¨ªan todas estas herramientas para descargar m¨²sica o libros de la Red", dice.
La imagen del templo resulta socorrida, recurrente a la hora de definir la idea de biblioteca. Como peculiar espacio colectivo tambi¨¦n corre riesgos. "Es cierto que en una biblioteca hay mucha gente que no se habla entre s¨ª", describe Rom¨¢n Gubern, "pero s¨ª hay compa?¨ªa". El rito colectivo de estudiar o leer en una biblioteca se asemeja, seg¨²n su visi¨®n, al del cine. Y como en el cine en salas, la afluencia decae. La multitud solitaria la llam¨®, ya en los a?os cincuenta, otro soci¨®logo, David Riesman. "Las empresas de hardware y software", ironiza Gubern, "conspiran para fomentar la claustrofilia y la agorafobia". Arrancar es el verbo con que el ensayista catal¨¢n define "las estrategias necesarias para que la gente salga de casa".
"Cada vez m¨¢s, las bibliotecas tienden a que nadie venga a ellas", coincide Daniel Buj¨¢n. Actual director de la Biblioteca de Galicia, Buj¨¢n se encarg¨® de poner en marcha el centro p¨²blico ?nxel Casal, que el Estado construy¨® en Santiago de Compostela y que abri¨® en 2008. "Pero el libro funciona, se sigue prestando", asegura, antes de referirse a las pruebas de la instituci¨®n que encabeza sobre el pr¨¦stamo de e-readers. En las mesas redondas de la Cidade da Cultura, su intervenci¨®n centr¨® las aproximaciones de los expertos y enumer¨® problemas concretos a los que se enfrentan las bibliotecas en la ¨¦poca digital.
"Es necesario diferenciar entre una biblioteca de las llamadas nacionales, como la de Galicia, ocupadas de la conservaci¨®n y que deben guardar todo", aduce Buj¨¢n, "y las p¨²blicas, de difusi¨®n de la lectura". Digitalizar un documento cuesta aproximadamente un euro por p¨¢gina. Y los metadatos, la informaci¨®n que adjunta cada elemento digitalizado, tienen que ce?irse, v¨ªa directiva europea, al est¨¢ndar de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Pero la obsolescencia tecnol¨®gica -Buj¨¢n hace memoria y explica como, a principios de siglo, el CD "iba a ser el formato del futuro"- dificulta las labores: existen fondos en formatos que no se pueden leer, archivos inform¨¢ticos en programas ya desaparecidos, papeles irreductibles a las t¨¦cnicas hasta ahora conocidas. Seg¨²n el pensador De Kerckhove, en imagen transparente, "el futuro del libro en la biblioteca equivale al oro de la banca: nadie lo usa, pero debe existir, es la garant¨ªa, el s¨ªmbolo".
"Todav¨ªa no conocemos la duraci¨®n de los formatos digitales", alerta, a mayores, Gubern. "Hay expertos que hablan de unos 30 a?os, es decir, menos incluso que las viejas cintas de v¨ªdeo". La experiencia de la Galaxia Leibniz (el fil¨®sofo alem¨¢n que hace cuatro siglos sent¨® las bases del sistema binario de lo digital) es todav¨ªa incompleta. El propio Gubern recurre a sus ejemplares de la Enciclopedia Brit¨¢nica para expresar la incertidumbre: "La compr¨¦ en 1995 y fue la ¨²ltima edici¨®n en papel que se edit¨®".
El historiador Ram¨®n Villares, que confiesa no imaginar un mundo sin bibliotecas, menciona otras cuestiones inherentes al abandono de la, en terminolog¨ªa de McLuhan, Galaxia Gutenberg. "Que el libro f¨ªsico conviva con un gran almac¨¦n de libros digitales, una biblioteca universal virtual", se?ala, "acarrear¨¢ consecuencias, ya las est¨¢ acarreando, en la industria editorial, y a¨²n no hemos resuelto el problema de los derechos de autor¨ªa y la retribuci¨®n econ¨®mica de los autores". La historia del libro y de su organizaci¨®n colectiva se entrelazan desde que Arist¨®teles comenzara a reunir los papiros que formar¨ªan el embri¨®n de la biblioteca de Alejandr¨ªa, en la tercera centuria antes de Cristo.
Rosa Reg¨¢s insiste, al cabo, en la prudencia. "No creo que una biblioteca como la Nacional [fundada en Madrid en 1712] tenga que hacer grandes giros como lugar de consulta e investigaci¨®n". El ex ministro de Cultura, C¨¦sar Antonio Molina, mostr¨®, al lado de Magris, en Santiago de Compostela, similares preocupaciones: "Una biblioteca, p¨²blica o privada, es un templo. La m¨ªa est¨¢ repleta de lugares y calles. Estoy en contra de aquellos que piensan que llegamos a un final; Gutenberg no ha muerto".
Para De Kerckhove no parece que haya vuelta atr¨¢s. La humanidad ha dado un paso adelante y aunque, dice, la libertad se reduce "al leer en pantalla", lo digital resulta irremediable tambi¨¦n en las bibliotecas. "Ahora deben convertirse en aceleradores culturales, con una posici¨®n nodal en la red del conocimiento, al nivel de un gran aeropuerto". Atr¨¢s van quedando las avenidas abigarradas de los antiguos centros, aquellos que film¨® Alain Resnais en la Biblioteca Nacional de Francia y llam¨® Toda la memoria del mundo.
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