Ilusiones hipotecadas
El Estado suele ser discreto en cuanto a la publicidad de sus negocios
Es un rumor insistente que va tomando forma y penetrando en la comprensi¨®n ciudadana. Los recursos han desmerecido tanto que la Agencia Tributaria de turno se ver¨¢ obligada a trocear y vender lo que haya para hacer frente a las obligaciones que nos vienen de todas partes. Chapoteando en el Estado de bienestar como jam¨¢s disfrut¨® el pueblo espa?ol, ahora llega el t¨ªo Paco y nos va a rebajar las pertenencias. Entre ellas una de las m¨¢s saneadas y rentables: la Loter¨ªa Nacional y, supongo que toda la corte accesoria y cada d¨ªa m¨¢s numerosa de las apuestas del Estado: bonolotos, primitivas y dem¨¢s sorteos. Hace tiempo que le ve¨ªamos las orejas al lobo y ahora lo tenemos entre nosotros, gru?endo y husmeando qu¨¦ presa va a cobrar primero.
Nos dicen que poco o nada se va a notar, algo que merece m¨¢s espec¨ªficas aclaraciones, aunque ya fueron desviados los motivos por los que en 1763 nos la trajo, copiada de Roma, el rey Carlos III. Curioso impuesto que comenz¨® por la coartada ben¨¦fica de allegar fondos para el hospital del Ni?o Jes¨²s, residenciado en Madrid, origen y justificaci¨®n que el pueblo abonaba contento, porque algo recib¨ªa a cambio.
?Premios? Siempre fueron pocos, en relaci¨®n con los ingresos, pero subsiste uno, inmaterial, barato y sentimental: la ilusi¨®n de ser favorecido con un buen pellizco, que dulcificaba la desaz¨®n de los jugadores. Luego llegaba la decepci¨®n, pero su ritmo renueva el chasco la semana siguiente.
El Estado suele ser discreto en cuanto a la publicidad de sus negocios y no est¨¢ al alcance de todos conocer cu¨¢l es la verdadera ganancia, cantidad irregular, pues son bastantes las ocasiones en que los primeros premios tocan, precisamente, al due?o de la timba y nunca ha habido riesgo de quiebra.
Es, sin duda, un vicio menor extendido por todo el pa¨ªs, especialmente en una de sus pr¨®ximas ediciones, la de Navidad. Hurgando en la peque?a historia tambi¨¦n tiene su lado delictivo y se han cometido algunos cr¨ªmenes por la posesi¨®n de los ansiados billetes. Incluso sobrevive -para verg¨¹enza de nuestra civilizaci¨®n- el nunca trasnochado timo del tocomocho que a¨²n encuentra v¨ªctimas en los alrededores de la estaci¨®n del Mediod¨ªa.
Generalmente, su frecuencia semanal evita la incontrolable adici¨®n y nada tiene de peyorativo jugar. En la cartera de alg¨²n amigo banquero he visto algunos d¨¦cimos de loter¨ªa que hubieran colmado cierto desequilibrio moral, de haberle tocado y eso que tienen m¨¢s posibilidades que el com¨²n, al disponer de mayores recursos.
Otra curiosidad que observamos, si estas fiestas nos pillan en alg¨²n pa¨ªs latinoamericano, es la demanda de boletos premiados en Navidad, por medio de anuncios aparecidos libremente en la prensa local. Fue coartada frecuente en s¨²bitos y cuestionables cambios de fortuna la b¨²squeda de justificantes de este tipo. No eran ajenos los bancos, que lanzaban a los sabuesos en busca del afortunado para ofrecerle un tanto por ciento jugoso a cambio del n¨²mero agraciado, que redondear¨ªa las fluctuantes cuentas de alg¨²n buen cliente.
Dicen que en tiempos de penuria perdemos la prudencia y cerradas muchas salidas, se busca saltar con la p¨¦rtiga del azar el obst¨¢culo de la miseria. Ni siquiera desaniman los reportajes que nos muestran los enormes y relucientes bombos, las varillas donde est¨¢n ensartadas miles de bolas, entre las que est¨¢n las nuestras, pero que tienen en contra la abrumadora ley de las probabilidades.
Otra de las tradiciones madrile?as era la asistencia a los sorteos, como si la presencia f¨ªsica animara a los ni?os -y ni?as- de San Ildefonso a cantar nuestras cifras m¨¢gicas. Guardia que se montaba varios d¨ªas antes, visitada por los reporteros que siempre contaban la misma historia: la mujer o el hombre que lleg¨® primero, llevaba la silla plegable, la manta, incluso el brasero, alimentado por los familiares, y aguardaba la hora del sorteo con la esperanza de que alguien le comprara aquellas penalidades. Eran los primeros premios, antes de que comenzara la fiesta.
Este a?o, como los anteriores, mucha gente vivir¨¢ pendiente de la televisi¨®n o de la radio, con los d¨¦cimos o participaciones ante sus ojos, para ir cotejando velozmente el ritmo de los peque?os cantores de la fama.
Esa v¨ªspera, muchos ciudadanos so?ar¨¢n despiertos con el resultado favorable, aunque siga siendo la que menos posibilidades ofrece al jugador. Imagino que han echado cuentas para hipotecar o perder ese ingreso, amasado con las ilusiones ajenas. Tras la probable decepci¨®n, el consuelo: "Siempre nos quedar¨¢ el Ni?o".
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