?Es el futuro el corporativismo?
Ya s¨¦ que no est¨¢ de moda defender el sindicalismo sociopol¨ªtico. En cualquier conversaci¨®n quedar¨¢s bien si planteas la inutilidad de los sindicatos, su dependencia del sistema pol¨ªtico, su forma jer¨¢rquica y poco transparente de ejercer la acci¨®n sindical o la cuant¨ªa de las subvenciones que reciben por sus actividades. Lo curioso es que tus argumentos ser¨¢n bienvenidos sea cual sea la posici¨®n ideol¨®gica del que te escucha. Incluso, aunque tu cr¨ªtica provenga de una reflexi¨®n sincera que pretenda un sindicalismo m¨¢s comprometido y social, te puedes encontrar con la sorpresa de tener unos aliados inesperados, como Esperanza Aguirre -el esp¨¦cimen m¨¢s netamente pol¨ªtico del PP- que, en v¨ªsperas de la huelga general, se atrevi¨® a poner en solfa todo el sistema de representaci¨®n sindical.
Los problemas del sindicalismo no son tanto sus m¨²ltiples deficiencias reconocidas como las alternativas que se perfilan si sus actuales l¨ªderes no se espabilan y emprenden un cambio a fondo de sus m¨¦todos, su funcionamiento y sus formas de comunicaci¨®n.
Los ¨²ltimos conflictos laborales -as¨ª como los primeros resultados de las elecciones en marcha- delatan un declive acentuado de los denominados sindicatos de clase en sectores p¨²blicos en favor, no de un sindicalismo m¨¢s cercano y comprometido, sino m¨¢s corporativo e insolidario.
La creaci¨®n de los llamados sindicatos sociopol¨ªticos tiene su origen en el principio de que el conjunto de los trabajadores comparten intereses que no son solamente salariales, sino tambi¨¦n retribuciones indirectas como son la escuela, la educaci¨®n, el acceso a la cultura, los servicios y la protecci¨®n social. Si se rompe la delicada tela que une al trabajador manual con el intelectual, al trabajador de la construcci¨®n con el de los astilleros, al mileurista a tiempo parcial con el funcionario, se dinamitar¨¢ todo una estructura que tiene como base el reparto, la solidaridad y el equilibrio social.
No es gratis, ni es casual, la cr¨ªtica sistem¨¢tica a todas sus acciones, ni la utilizaci¨®n de elementos extra¨ªdos de la izquierda cr¨ªtica para su desprestigio. Hay sectores muy interesados en esta operaci¨®n, como etapa necesaria para el desmantelamiento del Estado social.
En el tercer a?o de la crisis, los sindicatos han sido expulsados realmente de su papel de interlocutores sociales. Ni su opini¨®n ni sus propuestas son tomadas en cuenta por un Gobierno que practica con ellos un insostenible paternalismo verbal.
El p¨²blico toma nota de la falta de poder de los sindicatos y de su escasa musculatura para parar el golpe, tras a?os de apoltronamiento en los aleda?os del poder. En los ¨²ltimos meses, la sociedad ha aprendido que las huelgas y las acciones de protesta no cambian ni una l¨ªnea de un decreto o de una ley. ?Para qu¨¦ entonces realizar huelgas legales, sufrir los descuentos salariales por su ejercicio y someterse a la prueba de su seguimiento, si no se obtiene ninguna ganancia con ello? El boicot, las huelgas salvajes, la interrupci¨®n del servicio, y los m¨¢s variados m¨¦todos de chantaje parecen 10 veces m¨¢s efectivos que los mecanismos legales y masivos.
De esta manera, si ya no cabe una defensa general de las pensiones, de los salarios, ni de la jornada laboral, el sindicalismo m¨¢s corporativo se abrir¨¢ camino para defender reivindicaciones profesionales o de cuerpo. El problema es que el corporativismo que se avecina profundizar¨¢ la brecha de la desigualdad y de la desprotecci¨®n. Se negociar¨¢n situaciones laborales de ventaja o de privilegio, especialmente para sectores que ocupen lugares estrat¨¦gicos en los servicios p¨²blicos o privados, pero el conjunto de los trabajadores perder¨¢ derechos e influencia en la sociedad. Por eso, contribuir al desgaste del sindicalismo sociopol¨ªtico es, a la larga, un mal negocio para todos.
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