Los paisajes catalanes de Wikileaks
Los papeles de Wikileaks han evidenciado las dotes period¨ªstico-literarias del personal de las embajadas de Estados Unidos. Diplom¨¢ticos y asimilados ten¨ªan el list¨®n bien alto tras la estela dejada por Graham Greene o Evelyn Waugh. Jim Wormold y William Boot, protagonistas respectivos de Nuestro hombre en La Habana y Noticia bomba, pusieron la invenci¨®n narrativa al servicio de las relaciones internacionales. Otra cosa son, sin embargo, las presiones triunfantes ejercidas sobre los gobiernos o las administraciones por parte de Estados Unidos, de las que tambi¨¦n dan cuenta los papeles de Wikileaks, y que evidencian la fr¨¢gil divisi¨®n de poderes de las democracias consolidadas. Por una vez, dan toda la raz¨®n a aquel Alfonso Guerra prof¨¦tico que anunciaba la muerte de Montesquieu. Los despachos y la realidad encajan y muestran comportamientos de dudosa factura por parte de fiscales y ministros. As¨ª ha sucedido en Espa?a con los vuelos secretos de la CIA o con la b¨²squeda de los responsables del asesinato de Jos¨¦ Couso. Queda a la vista de todos la fragilidad coyuntural de esas paredes sobre las que se erige el Estado de derecho.
Para EE UU, Catalu?a es la Escola d'Olot de Wikileaks. Al no ser independientes somos "descriptibles", no "presionables"
La mentira, amparada por la raz¨®n de Estado, campa a sus anchas. Ah¨ª es donde cobra sentido el papel fiscalizador y cr¨ªtico del periodismo respecto al poder. La exposici¨®n a la luz de estos cables secretos no debilita solo a Estados Unidos, sino que tambi¨¦n lo hace con los gobiernos o administraciones de todos los colores que ceden a sus presiones. Robert Gates, secretario de Defensa, aseguraba a prop¨®sito: "Los gobiernos del mundo no tratan con nosotros porque les gustemos; unos lo hacen porque nos temen, otros porque nos respetan, pero la mayor¨ªa porque nos necesitan".
Los 250.000 cables desvelados por Wikileaks a trav¨¦s de cinco peri¨®dicos entre los que se halla EL PA?S son una gota de agua en el oc¨¦ano. La Oficina de Supervisi¨®n de Seguridad de la Informaci¨®n de EE UU asegura que entre 1996 y 2009 el n¨²mero de nuevos secretos designados como tales creci¨® un 75% -ha pasado de 105.000 a 183.000- y ello ha multiplicado por 10 el n¨²mero de documentos y otras comunicaciones derivadas, que se cifran en 54 millones. En ese inmenso mar se halla la gota de agua de las actuales revelaciones de Wikileaks. Y en ella, una millon¨¦sima parte que hace referencia a la situaci¨®n pol¨ªtica en Catalu?a y a las relaciones Catalu?a-Espa?a. Si Catalu?a fuera independiente, seguramente hubiera pasado a la categor¨ªa de "presionable". Pero el Estado de las autonom¨ªas la ha mantenido en el terreno estricto de material "descriptible". Para el Departamento de Estado de EE UU, no pasamos de ser elementos paisaj¨ªsticos. Somos la pict¨®rica Escola d'Olot de Wikileaks. Los cables sobre las cuitas del tripartito, el "separatismo" haciendo mella en el PSC o las conversaciones del ex diputado socialista Mohamed Chaib con el cuerpo consular a prop¨®sito de la divisi¨®n del Islam son los pasajes m¨¢s volc¨¢nicos de ese fresco coloreado por quienes nos observan. No se trata, sin embargo, de oteadores cualesquiera. De seguir la doctrina del l¨ªder de Reagrupament, Joan Carretero, los observadores est¨¢n a sueldo de una de las dos grandes potencias del mundo, la otra seg¨²n el ex consejero, es el Vaticano. Y hay que estar de acuerdo aunque sea parcialmente con Carretero. De manera que por amor, necesidad o temor es bueno saber qu¨¦ imagen de Catalu?a tiene la administraci¨®n norteamericana. En la perpetua b¨²squeda del reconocimiento de nuestra identidad, EE UU admite a su manera la plurinacionalidad de Espa?a y destaca a Catalu?a como comunidad aut¨®noma merecedora de informes diferenciados. Al fin y al cabo tras la sentencia del Estatuto existimos como realidad nacional en los papeles del Departamento de Estado.
Algunos articulistas lamentan desde sus columnas la levedad de los argumentos que respecto a Catalu?a tienen los papeles de Wikileaks. Pero se da la paradoja de que, en ocasiones, la p¨¢gina contigua a la del cr¨ªtico comentario alberga la informaci¨®n denostada. Hay mucha sana envidia en la profesi¨®n period¨ªstica. Y, en Espa?a, los papeles de Wikileaks solo los tiene un diario al que a veces por premura ni se le cite.
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