El imperio contraataca
A horas de escribir esto ignoro qu¨¦ le habr¨¢ ocurrido al Se?or de las Filtraciones. No s¨¦ si se ha impuesto la l¨®gica del m¨¢s dominante. Los poderosos que instalaron su trasero en la c¨²spide de imperios anteriores al siglo XX pudieron alimentar su megaloman¨ªa con todo tipo de relatos, leyendas, ilustraciones y pinturas, excepto uno: el de la imagen en movimiento, el de la ¨¦pica cinematogr¨¢fica. A Estados Unidos le ha cabido el privilegio de vivir imperiosamente con la memoria a¨²n empapada de ¨¦pica f¨ªlmica, viendo pasar sus haza?as fundacionales (someter ind¨ªgenas, extender fronteras) desde el confortable ambiente del ala que sea de la Casa Blanca. Con un a?adido que otorga a su mandato verdadero inter¨¦s antropol¨®gico: la forma en que tienen que lidiar, tambi¨¦n, con algo con lo que no contaban a pesar de que lo inventaron y engrandecieron ellos. Es decir, con Internet.
"La filtraci¨®n act¨²a como el Robin Hood de la informaci¨®n"
No hay nada m¨¢s opuesto ni m¨¢s chocante (entre s¨ª) que el binomio Western y Red. Las praderas amplias y vac¨ªas, f¨¦rtiles y por conquistar a costa de rebeldes, por un lado; lugares inmensos que permit¨ªan a quien los hollaba creerse superior y ¨²nico. Por otra parte, Internet. Mentes insaciables de gente -mucha gente, apretujada gente- ah¨ªta de datos sobre una realidad que se le escapa y que no puede controlar. Personas que siempre necesitamos m¨¢s y m¨¢s y m¨¢s, pues nos hallamos en el estado de ansiedad de quienes, confundidos entre lo que recibimos y lo que asimilamos, creemos que s¨®lo corriendo hacia virtuales horizontes podremos escapar de la maldici¨®n de saber que no conocemos de la misa la media.
La informaci¨®n -los datos- nos persigue como una manada de b¨²falos. Pero los b¨²falos de verdad ya no existen m¨¢s que en la pantalla. Forman parte del mito. Hermosa y terrible contradicci¨®n.
En tiempos de los Tudor, por ejemplo, un despacho del monarca poniendo a caldo al pariente escoc¨¦s que reivindicaba sus derechos al trono de Inglaterra pod¨ªa ser interceptado por el enemigo, le¨ªdo y usado por el otro; hab¨ªa traidores, malos de pel¨ªcula avant la lettre, tuertos (y tuertas) que vend¨ªan a su amo por unos doblones o lo que fuera. Y lo mismo reg¨ªa para nuestros Felipes y nuestros Carlos, nuestras Isabelitas. Hubo guerras por un qu¨ªtame all¨¢ esos despachos, y un mira lo que vas diciendo de m¨ª. Hubo alianzas forzadas y despechados rechazos, hubo desprendimientos de Papa, ejecuciones, hogueras, descuartizamientos, torturas y actos de fe.
Pero no hab¨ªa cine con el que consolarse. Y, sobre todo, nadie tuvo que v¨¦rselas con la traici¨®n global y simult¨¢nea de las filtraciones intern¨¢uticas. Una filtraci¨®n que act¨²a como el Robin Hood de la informaci¨®n, sancionada, adem¨¢s, por el fondo democr¨¢tico que el propio Imperio asegura defender, las maneras no se correspondan.
Tampoco Alejandro pudo ver en pantalla las haza?as de su padre, ni tener de los persas otra experiencia que la vivida. Los griegos supieron de Troya, pero no tuvieron el consuelo de identificarse con Brad Pitt. Sin embargo, los gobernantes del Imperio en curso, presos de un ataque de desnudez p¨²blica, tienen el consuelo de retirarse ante el televisor para volver a visionar El nacimiento de una naci¨®n y cualquiera de John Ford y John Wayne en que a¨²n no hab¨ªan descubierto que los indios eran buenos y, sobre todo, que eran ya muy pocos y no val¨ªa la pena seguir calumni¨¢ndoles. No deja de ser un consuelo. El presidente que se crey¨® Harry Belafonte y por un corto tiempo bail¨® alegremente el calipso con sus compatriotas, y que de repente se ha sentido como Sidney Poitier en Fugitivos, puede meterse en la piel de Woody Strode y sentir que, como el impecable Sargento Negro, es injustamente acusado.
Pero por puro esp¨ªritu de supervivencia y porque est¨¢ escrito en su gen¨¦tica de conquistador-espectador de su propia ¨¦pica de cine, m¨¢s temprano que tarde saca a su sheriff a reprimir, al S¨¦ptimo de Caballer¨ªa, a Custer y lo que haga falta.
Con otras maneras, naturalmente. Pero con el implacable fanatismo de quienes se creen pose¨ªdos por la pasi¨®n de los fuertes.
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