Consulta clandestina
Tiene el aire misterioso e inesperado de un antiguo cuento navide?o. Y una robusta ancla con la actualidad que es lo que hace parecer fant¨¢stico. Hace unos meses sobrevino el volantazo administrativo que jubilaba a ciertos sectores de la poblaci¨®n laboral. La china fue a dar en el hospital Universitario de una provincia norte?a espa?ola, donde barrieron a los facultativos que hab¨ªan cumplido los 65 a?os.
El doctor Jos¨¦ Sala F¨¦lix se encontraba en aquella c¨²spide docente. Un sabio entre sus compa?eros, experto en neumon¨ªa, destacado profesor de futuros especialistas y un ser humano de extraordinarias dotes. Se acomod¨® a la vida septentrional de esta regi¨®n, con nostalgias de su Valencia natal. He sido su paciente y lo s¨¦, con la vida por testigo... Al regreso de las vacaciones veraniegas del a?o pasado ten¨ªa cita de revisi¨®n rutinaria y le encontr¨¦ en el pasillo de la planta donde tuvo su consulta y fue la ¨²ltima vez que le vi con la bata blanca, creo recordar. "Venga conmigo, vamos a buscar un lugar vac¨ªo para reconocerle". Despachaba de esta forma a los enfermos con cita concertada, debiendo pasar por alto el tipo de pruebas dependientes de otros tr¨¢mites. "No pod¨ªa dejarle en la estacada y he confiado su historia cl¨ªnica al compa?ero que me sustituye".
El doctor Jos¨¦ Sala F¨¦lix estaba en la c¨²spide docente. Un sabio entre sus compa?eros
Creo que el doctor me hab¨ªa salvado la vida, algo que da lugar a ese afecto reverencial que sentimos por ellos. "En cualquier caso, si me necesita, llame al m¨®vil". Descontaba seguir el tratamiento en las mismas condiciones, atenido a mis lastimosas finanzas.
Hace unos d¨ªas, reca¨ª en mi largo deterioro y decid¨ª molestar al querido doctor. Y aqu¨ª viene el cuento. "Ll¨¢meme el lunes, a las nueve; probablemente ir¨¦ a misa de diez en la capilla del hospital". El centro sanitario se encuentra a unos kil¨®metros de mi residencia y confirmado el sorprendente encuentro, acud¨ª al min¨²sculo templo. No habr¨ªa m¨¢s de 10 o 12 personas, y en el primer banco, erguido sobre su talla, el doctor asist¨ªa a la ceremonia, adelant¨¢ndose hasta el altar y leyendo ante el atril el texto lit¨²rgico correspondiente al momento. Concluida la misa nos encontramos en el pasillo y salimos con los escasos fieles hasta desembocar en el hall de entrada. All¨ª, me sujet¨® por el brazo y me susurr¨®: "Regresemos". Solo hab¨ªa una puerta en aquel corredor, por donde me empuj¨® introduci¨¦ndonos en lo que, evidentemente, era la habitaci¨®n del capell¨¢n, con una modesta cama, estanter¨ªa con algunos libros una escueta mesa y dos sillas. El m¨¦dico llevaba consigo una bolsa de papel de la que extrajo el fonendo y otro artilugio con el que comprob¨® la tensi¨®n digital. Me auscult¨® por debajo de la camisa y escribi¨® en un papel el nombre de los medicamentos y su modo de empleo.
Todo ello con un aire de serena clandestinidad, escondidos de la mirada de empleados, funcionarios y colegas con batas verdes. Uno de ellos le interpel¨®: "Pero, Pepe, si vienes por aqu¨ª casi tanto como cuando ejerc¨ªas". "Ya ves, chico", repuso con gesto alegre.
Me maravill¨® la ceremonia clandestina, el ejercicio de la ciencia y la solidaridad, la calidad humana del hombre que socorr¨ªa al pr¨®jimo en casi grotescas condiciones, sin utilizar para nada las dependencias hospitalarias, sino aquel reducto particular y sus propios utensilios. Quiz¨¢ la contrapartida fuera la de leer una p¨¢gina diaria del Evangelio y pronunciar con voz clara la respuesta al sacerdote, con los brazos alzados sobre la casulla.
La intervenci¨®n surti¨® ben¨¦ficos efectos y a las pocas horas recuperaba la salud. La pr¨®xima vez quiz¨¢ haya de ir disfrazado de algo. Y color¨ªn colorado.
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