"Un buen etn¨®logo debe sentir como propio lo de los dem¨¢s"
Si una civilizaci¨®n extraterrestre decidiera estudiar a los humanos, la manera m¨¢s l¨®gica de hacerlo ser¨ªa infiltrar enviados suyos en una comunidad para que pasaran largas temporadas estudiando los comportamientos, las pautas de conducta, los c¨®digos ocultos que surgen con el tiempo. Es un trabajo fascinante de observaci¨®n. Casi como convertirse en un corresponsal perfecto de un grupo social y sus circunstancias. Hay bastante de ese oficio en la investigaci¨®n de la antrop¨®loga Cristina S¨¢nchez-Carretero. Se debe aprender a escuchar antes de actuar. Un buen etn¨®logo siente lo suyo como extra?o, nos dice esta talaverana de 41 a?os: debe liberarse de sus prejuicios, para luego sentir como propio lo de los dem¨¢s. "La diferencia entre la investigaci¨®n que vosotros llev¨¢is a cabo y la nuestra es el tiempo y la dedicaci¨®n monogr¨¢fica a una pregunta concreta".
"Si la crisis actual se deslindara del miedo, habr¨ªa m¨¢s libertad de acci¨®n"
"La muerte es una parte de c¨®mo nos relacionamos. no hay que esconderla"
"La muerte de la princesa Diana cambi¨® la manifestaci¨®n p¨²blica del duelo"
Delante de la grabadora, ella muestra una curiosidad profesional por el quehacer period¨ªstico que no suele ocurrir con otros entrevistados. Y, sin embargo, en situaciones tan excepcionales y terribles como los atentados de Madrid del 11 de marzo, el antrop¨®logo se tiene que movilizar a veces tan r¨¢pidamente como un reportero. La urgencia moviliza. No hay pausa. El viaje hacia las manifestaciones de duelo espont¨¢neas que surgieron en las v¨ªas de los trenes, en el asfalto, cuando los ecos de las explosiones no se hab¨ªan apagado, fue veloz.
La doctora S¨¢nchez-Carretero y sus colegas del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC) -entre ellos Carmen Ortiz- tuvieron que analizar la monumental respuesta ciudadana a la masacre, embarc¨¢ndose en un proyecto de equipo que cuaj¨® en cuesti¨®n de horas, y que finalmente desemboc¨® en la realizaci¨®n de un archivo del duelo popular que cont¨® con m¨¢s de 70.000 objetos dejados por la gente que acudi¨® a mostrar su dolor en el lugar de los hechos.
La investigaci¨®n de S¨¢nchez-Carretero consisti¨® en averiguar muchas cosas que surgieron dentro de nosotros, de forma espont¨¢nea, ante un asesinato tan masivo. Los seres humanos convertimos las cosas triviales en un patrimonio que adquiere valor, y es ese el proceso observado por el ojo del antrop¨®logo urbano. Las bombas en los trenes no solo ocasionaron un terrible sufrimiento y p¨¦rdidas irreparables -191 asesinados y centenares de heridos. Suscitaron una reacci¨®n en el tejido social espa?ol, una explosi¨®n de dolor, una utilizaci¨®n inesperada del espacio p¨²blico, cuyo an¨¢lisis precis¨® de una "antropolog¨ªa de emergencias", nos dice esta experta desde el Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento del CSIC en Santiago de Compostela, que fue en el siglo XVI un hospital para acoger a los enfermos de peste y, actualmente es sede temporal del nuevo Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC.
Es una ma?ana fr¨ªa y luminosa en Santiago, y S¨¢nchez-Carretero se toma su tiempo, asimila y digiere las preguntas, y busca la respuesta m¨¢s certera, ayud¨¢ndose a menudo de las manos, haciendo incluso dibujos o gestos en el aire. Hay veces en que duda, como si la respuesta estuviera flotando delante de ella. El distanciamiento sobre lo que se observa parece requisito obligado en su profesi¨®n. Pero todo buen etn¨®logo experimenta una implicaci¨®n emocional, a veces muy fuerte, admite. Es la otra cara de la moneda. Resulta inevitable. A la hora de recordar aquellos instantes tr¨¢gicos, y lo que sobrevino despu¨¦s, la voz acogedora de esta cient¨ªfica se carga con el peso de unas emociones que humedecen sus ojos casta?os. Es imposible ser de hielo ante una tragedia como esa.
?Estaba usted en Madrid cuando los trenes estallaron? Me enter¨¦ al llegar a la sede del CSIC en Medinaceli (el Centro de Humanidades), muy cerca de Atocha. Recuerdo el silencio de todo el mundo. Est¨¢bamos conectados con la radio, el shock? llegaban compa?eros que ven¨ªan de Atocha. Y me acuerdo que en ese momento no sab¨ªa lo que hacer.
La gente comenz¨® a poner velas en los lugares. ?Fue algo instant¨¢neo? Debi¨® ocurrir casi de inmediato, sobre las propias v¨ªas. Decidimos empezar el proyecto un par de d¨ªas despu¨¦s de los atentados. Cuando llegamos, ya hab¨ªa muchas ofrendas. Se mov¨ªan de un lugar a otro. Empezaban en peque?os c¨ªrculos, primero en los andenes.
Altares espont¨¢neos. ?En qu¨¦ consist¨ªan? Hab¨ªa de todo. Velas, flores, muchos mensajes, tanto a los fallecidos como a los terroristas. Mensajes religiosos y pol¨ªticos. Y much¨ªsima poes¨ªa. La investigadora Paloma D¨ªaz Mas estudi¨® la parte literaria, donde la parte oral se mezcla con la literatura. En un momento de crisis, de muerte sentida socialmente como algo traum¨¢tico, lo que cuenta es la palabra, el papel de la poes¨ªa. La presencia po¨¦tica en los 70.000 documentos resulta apabullante.
?Con qu¨¦ se puede comparar este memorial del duelo? En G¨¦nova hubo una serie de manifestaciones contra el grupo de los G-8 por la muerte de Carlo Giuliani (en referencia a un activista que muri¨® por un disparo en una manifestaci¨®n del 20 de julio de 2001). En el sitio del fallecimiento se produjo una est¨¦tica parecida. O el asesinato de Theo van Gogh en ?msterdam (un director de cine holand¨¦s muerto a manos de un islamista en 2004). Y por supuesto, est¨¢n los atentados del 11-S de Nueva York. O bien se trata de gente an¨®nima que muere, y que socialmente se siente como propia, en el sentido de que cualquiera podr¨ªa haber sido, o bien personalidades medi¨¢ticas que producen una reacci¨®n social similar. Este tipo de muertes producen una expresi¨®n p¨²blica del duelo, y no en los espacios sancionados socialmente, como la Iglesia, el cementerio o un Ayuntamiento. Ocurre en lugares donde no hay una instituci¨®n detr¨¢s que le diga a uno, "ah¨ª hay que ir".
Recuerda un poco a las flores que se renuevan en un punto de una carretera donde alguien muri¨® por un accidente de tr¨¢fico. ?Cual es la diferencia? Las cruces de la carretera son la memoria de una muerte tr¨¢gica, que pide una acci¨®n concreta. Tienen una tradici¨®n muy antigua. No solo se recuerda al fallecido. Su muerte ha sido in¨²til. Pero hay una relaci¨®n entre la persona que deposita esas ofrendas y el fallecido. De lo que hablamos ahora es un duelo de segunda generaci¨®n. No conocemos a los que han fallecido, pero la gente acude a esos lugares.
Es algo que va unido a los medios de comunicaci¨®n de masas. No hemos detectado fen¨®menos as¨ª en ?frica o Asia, aunque s¨ª en la isla de Bali, con los atentados que se cometieron. Las ofrendas las hicieron los turistas para los turistas muertos. Se trata de un concepto occidental. Publicaremos en este a?o un libro en el que analizamos la reacci¨®n de la poblaci¨®n local de Bali, que no quer¨ªa que hubiera memoriales, no deseaban que la gente depositase ofrendas. A los dioses hab¨ªa que apaciguarlos, y ante un atentado as¨ª, hab¨ªa que acudir a sus templos, y no al lugar de la masacre. Hubo un conflicto ante las diferentes formas de entender esa manifestaci¨®n p¨²blica del duelo. Con la muerte de la princesa Diana se produjo un giro. Si ahora hay una muerte traum¨¢tica, una masacre donde fallecen gente an¨®nima, o personas muy medi¨¢ticas, se espera que en el lugar del fallecimiento se produzca este ritual del duelo. Y esto no ocurr¨ªa hace treinta a?os.
?Qu¨¦ diferencias hall¨® entre el duelo masivo por los atentados de las Torres Gemelas y las bombas de los trenes en Madrid? En Estados Unidos la gente se aglutin¨® con la naci¨®n, el patriotismo, la bandera norteamericana estaba en todos lados, era monocorde. Aqu¨ª los v¨ªnculos fueron m¨¢s locales. Todos somos Madrid, o todos somos ese tren.
?Hubo alg¨²n mensaje que le emocionara en particular de entre aquellos altares espont¨¢neos? Much¨ªsimos. Los mensajes part¨ªan del coraz¨®n y llegaban al coraz¨®n. Los mensajes (pausa) ? los dibujos. Los dibujos de los ni?os. M¨¢s que palabras, hab¨ªa una gran cantidad de dibujos, el dolor visto a trav¨¦s de los ni?os. Es algo que impacta.
?Se le qued¨® enganchada alguna de esas im¨¢genes en particular? M¨¢s que un texto o un dibujo en concreto, lo que m¨¢s me emocion¨® fue la necesidad de comunicarnos, de buscar espacios de comunicaci¨®n. Un ni?o dejaba un dibujo, y otro que pasaba por all¨ª escrib¨ªa su comentario, y el siguiente a?ad¨ªa algo m¨¢s. Recuerdo una imagen, dos torres unidas por un tren. O mensajes, que pon¨ªan en ¨¢rabe y en castellano, los inmigrantes no tienen la culpa. Y uno me conmovi¨® mucho, era de Alcal¨¢ de Henares. Se trataba de una ficha de descripci¨®n bibliogr¨¢fica sobre un compa?ero bibliotecario que hab¨ªa fallecido en el tren. En vez del t¨ªtulo del libro, el autor, se hac¨ªa referencia a esta persona, a la p¨¦rdida que hab¨ªan sufrido.
Encontramos un paquete de kleenex y pensamos que era basura, que se hab¨ªa colado ah¨ª. Y vimos que estaba cuidadosamente pegado a un trozo de papel para simbolizar los pa?uelos usados durante ese d¨ªa. Poes¨ªas mecanografiadas cuando ya no se utilizan m¨¢quinas de escribir. El libro El Principito, dejado como ofrenda. O cortinas arrancadas utilizadas para escribir o pegar cosas. Hubo una gran cantidad de mensajes electr¨®nicos dejados en las m¨¢quinas de Renfe. Algo que puede acabar en la basura se convierte en un patrimonio, y eso depende de la decisi¨®n de diferentes actores sociales.
Si cerrara usted los ojos, ?que radiograf¨ªa surge en su mente despu¨¦s de contemplar estas manifestaciones p¨²blicas de dolor? La variedad. Las m¨²ltiples voces que surgen de esos 70.000 documentos. Voces que est¨¢n unidas por la necesidad de comunicarse, de buscar esos espacios, la necesidad de actuar. Los mensajes que tienen que ver con el conflicto y el odio, los xen¨®fobos, son minoritarios. La mayor parte de los mensajes ten¨ªan que ver con la construcci¨®n de un mundo diferente, t¨¦rminos como la paz, que parece que han perdido su vinculaci¨®n con lo ocurrido con el transcurso de los a?os. Las industrias del miedo se articularon de forma diferente en Estados Unidos que aqu¨ª.
El miedo, explica esta antrop¨®loga, es la gran herramienta de control. Ya lo advert¨ªa el fil¨®sofo y psic¨®logo Michel Foucault. La forma m¨¢s sublime del miedo como control es cuando se hace invisible, se pega al cuerpo. La gente est¨¢ atemorizada sin que haya una causa externa palpable, de manera que cada persona se convierte en su propio censor. De las 70.000 ofrendas dejadas tras los atentados de Madrid, el miedo est¨¢ mucho m¨¢s ausente que en otras manifestaciones similares.
S¨¢nchez-Carretero aclara en este punto que no ha investigado este aspecto concreto en el duelo p¨²blico que surgi¨® tras el 11 de septiembre. Su impresi¨®n es que el miedo mostrado tras aquella masacre era m¨¢s expl¨ªcito. Los informativos norteamericanos suelen hacerse eco de un c¨®digo de colores inventado por el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos cuando hablan de niveles de riesgos de ataques terroristas. El pasado diciembre ondeaba el amarillo: riesgo elevado.
El miedo se ejercita a cara descubierta. "Las industrias del miedo ni siquiera se esconden, son muy eficaces. En Espa?a las tenemos, pero est¨¢n m¨¢s escondidas. Ser¨ªa interesant¨ªsimo dise?ar una l¨ªnea de investigaci¨®n sobre las industrias del miedo. Los ciudadanos somos m¨¢s libres si podemos objetivar esos miedos y localizarlos socialmente". Casi como encontrar los focos de una epidemia. Si la crisis actual se deslindara del miedo, asegura esta antrop¨®loga, estar¨ªamos en otra situaci¨®n. Habr¨ªa m¨¢s libertad de acci¨®n.
En Europa hemos visto ¨²ltimamente manifestaciones violentas: los estudiantes tomando el centro de Londres, el rechazo de la poblaci¨®n griega a los ajustes econ¨®micos de su Gobierno, o las protestas en Roma contra Berlusconi. Titulares como 'Arde Roma'. De las im¨¢genes hay quien se atreve a deducir que el orden social se resquebraja. O que la crisis aflora el miedo de la gente. ?Le parece una exageraci¨®n? No lo llamar¨ªa as¨ª. Se trata de poner el foco en algo de una manera muy aguda, es una repetici¨®n de im¨¢genes en los medios. Vivo en una aldea cercana, Biduido de Abaixo, a siete kil¨®metros de aqu¨ª. Y noto una desconexi¨®n tremenda entre un titular como Arde Roma y mi casa. Casi tanto como si me fuera a la jungla del Amazonas. No s¨¦ hasta qu¨¦ punto eso est¨¢ reflejando una situaci¨®n general.
Enciendo la televisi¨®n y veo im¨¢genes que parecen sacadas de pel¨ªculas de ciencia-ficci¨®n. No s¨¦ si se va a derrumbar todo, pero lo que s¨ª s¨¦ es que esa selecci¨®n de im¨¢genes busca crear la impresi¨®n de que se va a derrumbar todo. Un estudio muy interesante investig¨® si el efecto de las im¨¢genes en los medios de comunicaci¨®n cambiaba el comportamiento de la poblaci¨®n o su percepci¨®n de la realidad, en referencia a las manifestaciones de duelo surgidas tras la muerte de la princesa Diana de Gales. El 80% de la poblaci¨®n brit¨¢nica pensaba que hab¨ªan cambiado su forma de exteriorizar el duelo, dejando de ser el brit¨¢nico retra¨ªdo, que expresa su dolor en el ¨¢mbito dom¨¦stico y no llora en espacios p¨²blicos. Despu¨¦s, en una serie de cuestionarios muy bien estandarizados se pregunt¨® a esas mismas personas y a sus allegados si hab¨ªan exteriorizado el duelo de esa forma. El porcentaje baj¨® radicalmente, apenas un 10%. Las im¨¢genes tienen un gran poder de cambiar la percepci¨®n de la sociedad. Lo que est¨¢ en entredicho es si cambian su comportamiento.
Lo habitual es que la gente no exteriorice su dolor por verg¨¹enza. No est¨¢ bien visto. A alguien que llora por la muerte de un ser querido seis meses despu¨¦s se le dice que tendr¨ªa que haberlo superado. Y, sin embargo, y especialmente en los informativos de la televisi¨®n, nos bombardean con noticias de asesinatos. ?No le parece contradictorio este consumo del dolor ajeno? Hay un distanciamiento entre lo que es el duelo propio y el dolor que puedan sentir los dem¨¢s. Y este ¨²ltimo se consume con toda alegr¨ªa. Dejamos el nuestro en manos de los profesionales del duelo, los tanatorios? y ante las p¨¦rdidas personales se forman unos c¨ªrculos muy peque?os.
Antes, todo el pueblo iba con la familia al cementerio, el acompa?amiento social era mucho m¨¢s amplio. Y ahora, lo que encontramos es que la muerte se destierra al consumo de la muerte ajena. Hay un desfase. La muerte, en todas las culturas, es una parte integral de c¨®mo nos relacionamos unos con otros. Y no hay que esconderla.
Como investigadora del patrimonio y el conflicto, usted tuvo la oportunidad de examinar y analizar la c¨¢rcel de Carabanchel junto con sus colegas antes de su demolici¨®n, en octubre de 2008. ?En qu¨¦ se diferencia de otras prisiones? Se trat¨® de un proyecto coordinado por Carmen Ortiz, dentro del Plan Nacional para Investigaci¨®n y Desarrollo. Esa c¨¢rcel fue construida en 1944 cuando ese modelo de estructura central circular con brazos radiales, de finales del siglo pasado, ya se hab¨ªa dejado de construir. Es un modelo caduco, en forma de estrella, con radios. Hay muchas c¨¢rceles que se constru¨ªan as¨ª a finales del siglo XIX.
?Por qu¨¦? Se basaban en las teor¨ªas del fil¨®sofo ingl¨¦s Jeremy Bentham, que postulaba que desde una parte central, con un m¨ªnimo de personal, se pod¨ªa controlar mejor a los diferentes presos, aumentando la vigilancia. La c¨¢rcel tiene la particularidad de que por all¨ª pasaban los presos antes de recibir o no la condena. Todo el mundo pasaba por ah¨ª antes de ir a sus lugares definitivos. Carabanchel ocupa un lugar especial dentro de la memoria del franquismo. El barrio carg¨® durante muchos con el estigma de ese nombre, sin¨®nimo de represi¨®n.
?Qu¨¦ ofrece una c¨¢rcel abandonada y a punto de derruirse para la antropolog¨ªa? Se puede investigar el abandono, y los usos que se hicieron de la prisi¨®n. Fue lugar de peregrinaci¨®n de los grafiteros. Parte del edificio estuvo ocupado por rumanos. Hay otro aspecto del proyecto llevado a cabo por una historiadora que investiga el papel que tuvo Carabanchel en los presos pol¨ªticos y civiles, en el pasado. El proceso de degradaci¨®n de la c¨¢rcel fue muy r¨¢pido. Entramos all¨ª cuando a¨²n hab¨ªa barrotes, pero luego desaparecieron pr¨¢cticamente en 2008. La gente ven¨ªa con furgonetas para llevarse todo el hierro de la c¨¢rcel y venderlo.
?Est¨¢ de acuerdo con su demolici¨®n? El barrio de Carabanchel est¨¢ muy articulado socialmente. Pidi¨® de forma repetida que se conservara parte de la prisi¨®n, en concreto, la c¨²pula central. El motivo era poder hablar de la memoria del barrio desde el propio lugar donde se construy¨® la c¨¢rcel. La reclamaci¨®n ten¨ªa un peso importante, pero no se escuch¨®. Los pol¨ªticos deber¨ªan de haber prestado una atenci¨®n mucho m¨¢s cuidada. En el proyecto en el que trabajamos, mi aportaci¨®n consiste en construir un modelo te¨®rico para saber qu¨¦ hacer con un patrimonio inc¨®modo o no deseado. Hay alternativas, como convertir estos patrimonios en museos, como sucedi¨® con la c¨¢rcel donde estuvo confinado Nelson Mandela. Pero es importante tener en cuenta los v¨ªnculos emocionales. Hay que ser cuidadoso cuando se quiere hacer un museo a partir del dolor o de la tortura.
Escuchar historias
Cristina S¨¢nchez-Carretero se define ahora como un "h¨ªbrido castellano-manchego que termina viviendo en Galicia". Naci¨® en Talavera de la Reina en 1969 y su padre, albacete?o y profesor de instituto, se traslad¨® poco despu¨¦s a Aranjuez y luego a Madrid. De peque?a le encantaba contar historias, y luego pas¨® a escucharlas. "El m¨¦todo de trabajo etnogr¨¢fico me fascin¨®, es una forma de comprender desde dentro la realidad que me rodea". Consigui¨® un contrato de ayudante de profesor para realizar un m¨¢ster y doctorado en la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos, y estuvo all¨ª casi cinco a?os. Uno de sus trabajos consisti¨® en describir el vud¨² dominicano, o la pr¨¢ctica religiosa de creer en los santos y en los misterios, en la revista American Folklore. En las comunidades rurales, hay personas cuyos cuerpos reciben la visita de los santos (de una manera que recuerda a los espiritistas del siglo XIX). Son el centro de fiestas religiosas a las que se acude para solucionar problemas cotidianos, un visado, un viaje o una curaci¨®n. "Para ellos, el plano espiritual est¨¢ vinculado al corporal".
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