El milagro de La Nueva Gloria
Era una caja de cart¨®n corriente, m¨¢s bien peque?a, y algo en su aspecto le llam¨® la atenci¨®n.
Jos¨¦ Alberto Guti¨¦rrez estaba muy acostumbrado a ver cajas de cart¨®n en la calle, porque desde hac¨ªa tiempo trabajaba de noche, como conductor de un cami¨®n de recogida de basuras en la ciudad de Bogot¨¢. Junto a los cubos, en las esquinas o al lado de las papeleras, las cajas de cart¨®n formaban parte del paisaje de su vida, pero aquella le pareci¨® especial. Parec¨ªa que alguien hubiera puesto mucho cuidado en abandonarla, porque estaba cerrada, apartada de las bolsas, casi alineada con las baldosas de la acera. Por eso, mientras sus compa?eros se afanaban en la parte trasera, ¨¦l se baj¨® del cami¨®n y se acerc¨® a ella. Al levantarla en vilo, comprob¨® que estaba llena, y como pesaba mucho, volvi¨® a dejarla en el suelo antes de abrirla. Entonces, a la luz de una farola, ley¨® dos nombres. Arriba, en letras may¨²sculas, Le¨®n Tolst¨®i. Debajo, en caracteres m¨¢s grandes, de florida caligraf¨ªa, Ana Karenina.
"Su casa se convirti¨® en un lugar para leer, para tomar y devolver libros, para compartir lecturas"
Aquella caja estaba llena de libros. No le dio tiempo a leer m¨¢s t¨ªtulos, porque cuando levant¨® el primero, sus compa?eros le reclamaron. Ya hab¨ªan terminado y quedaba mucha basura que recoger, as¨ª que Jos¨¦ Alberto volvi¨® al cami¨®n, pero decidi¨® llevarse la caja con ¨¦l. Al volver a casa, antes de acostarse, fue mirando todos aquellos libros, leyendo los t¨ªtulos y los textos de las solapas, estudiando sus portadas y las fotos de sus autores para colocarlos despu¨¦s en una estanter¨ªa. Se reserv¨®, eso s¨ª, Ana Karenina, para empezar a leerlo inmediatamente.
Esa novela de Tolst¨®i cambi¨® la vida de Jos¨¦ Alberto Guti¨¦rrez. Tambi¨¦n su trabajo, porque desde que la encontr¨®, sali¨® cada noche a recorrer las calles de Bogot¨¢ de otra manera. Estaba seguro de que el propietario de aquella caja se hab¨ªa desprendido de sus libros porque no ten¨ªa m¨¢s remedio, porque necesitaba el espacio que hab¨ªan ocupado hasta entonces para otros nuevos, porque se hab¨ªa mudado, hab¨ªa tenido un hijo o hab¨ªa heredado una biblioteca con t¨ªtulos duplicados. De lo contrario, calcul¨®, los habr¨ªa arrojado en el cubo de su casa o de mala manera sobre un contenedor. Eso significaba que la ciudad estaba llena de cajas que le esperaban, y que su misi¨®n era encontrarlas, recibir los libros sin futuro que sus due?os le hab¨ªan encomendado, y darles cobijo, un nuevo lector, una nueva vida.
Jos¨¦ Alberto encontr¨® muchos otros libros en cajas de cart¨®n, m¨¢s bien peque?as, posadas con cuidado sobre las baldosas de la acera, a veces solitarias, a veces en grupos de dos o tres, cerca de los portales de edificios en obras, de los camiones de mudanzas, de los solares donde se apilaban muebles rotos o trastos viejos. Y sigui¨® rescat¨¢ndolos, mir¨¢ndolos, acarici¨¢ndolos, atesor¨¢ndolos en sus estanter¨ªas como si fueran nuevos. Hasta que lleg¨® a tener tantos que su riqueza empez¨® a parecerle un abuso. Si Bogot¨¢ le regalaba libros todas las noches, ser¨ªa justo que ¨¦l se los devolviera a Bogot¨¢ alg¨²n d¨ªa.
Aunque el nombre de su barrio es La Nueva Gloria, all¨ª nunca hab¨ªa existido ninguna biblioteca p¨²blica. Jos¨¦ Alberto Guti¨¦rrez mir¨® hacia arriba y despu¨¦s a su mujer, Luz Mery, cuyo taller de costura ocupaba toda la primera planta de la casa. Los libros hacen m¨¢s falta, le dijo, y cuando la convenci¨®, su casa se convirti¨® en la primera biblioteca comunitaria de La Nueva Gloria, un lugar para leer, para tomar y devolver libros prestados, para compartir lecturas. La mirada amorosa de Ana Karenina preside desde entonces muchas otras historias de un amor m¨¢s feliz que el suyo, el amor de muchos adultos, muchos ni?os del extrarradio bogotano que han descubierto la emoci¨®n de la literatura en unas p¨¢ginas rescatadas de la basura.
Esta biblioteca tiene un nombre, La Fuerza de las Palabras y un lema a¨²n m¨¢s hermoso. Siempre imagin¨¦ que el para¨ªso ser¨ªa alg¨²n tipo de biblioteca. Jorge Luis Borges escribi¨® estas palabras, y Jos¨¦ Alberto Guti¨¦rrez las tom¨® prestadas para situar a su amparo un proyecto cada vez m¨¢s ambicioso. Ahora, cuando personas de toda Colombia le env¨ªan a diario libros nuevos y usados para ampliar unos fondos que cuentan ya con m¨¢s de diez mil t¨ªtulos, ha convertido la primera planta de su casa en la sede de una fundaci¨®n que aspira a sostener nuevas bibliotecas comunitarias en distintos barrios marginales de Bogot¨¢, y no descarta extenderlas a otras ciudades de Colombia. Quien desee seguir la trayectoria de este peque?o y gran milagro, puede consultar su p¨¢gina web, www.lafuerzadelaspalabras.com.
En diciembre de 2010, Jos¨¦ Alberto Guti¨¦rrez acudi¨® a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, M¨¦xico, para dar difusi¨®n a su proyecto. Despu¨¦s, volvi¨® a Bogot¨¢, donde sigue conduciendo cada noche un cami¨®n de la basura.
(Este art¨ªculo es para Mar¨ªa de los ?ngeles Naval, que al conocer a Jos¨¦ Alberto, en la FIL, mir¨® a los escritores que la rodeaban y pregunt¨®: 'Y esta historia... ?qui¨¦n la va a contar?').
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