La tercera Gran Depresi¨®n
La crisis ha generado cambios estructurales en las relaciones internacionales y los modelos de crecimiento. Mientras Europa se desdibuja en el nuevo panorama, China empieza a practicar un neoimperialismo de corte planetario
En 1872 una epidemia de gripe equina se declar¨® en los Estados Unidos de Am¨¦rica. No se contagi¨® a los humanos, pero caus¨® estragos en el sistema productivo. La mayor parte del comercio y del transporte urbano se realizaba utilizando la fuerza de las mulas. Un alto porcentaje de ellas se vieron afectadas por la enfermedad y muchas murieron. Los tranv¨ªas de las grandes urbes se paralizaron, y tambi¨¦n los ferrocarriles y los barcos, pues no funcionaban los transportes del carb¨®n destinado a hacer funcionar sus calderas. Hasta el S¨¦ptimo de Caballer¨ªa tuvo que echar pie a tierra, dejando a la infanter¨ªa la exclusiva, por un tiempo, de la guerra contra los apaches. Fue tan grande el impacto en el desarrollo del pa¨ªs que algunos sugieren que la gripe equina fue una causa m¨¢s, y no la menor, de cuantas se confabularon para que pocos meses despu¨¦s, en septiembre de 1873, Occidente conociera la primera gran depresi¨®n global de la econom¨ªa. Comenz¨® con lo que despu¨¦s se convertir¨ªa en algo casi usual en avatares semejantes: la quiebra del banco de inversiones Cooke, agente exclusivo de los bonos del Gobierno federal tras su victoria en la guerra civil americana. Las crisis de 1873 y 1929 fueron sist¨¦micas, y tambi¨¦n lo es la actual, pese a que muchos economistas y pol¨ªticos se esforzaron desde un principio en negarlo. Sist¨¦micas significa que no conciernen ni se refieren solo a la evoluci¨®n y manejo de los ciclos econ¨®micos, sino al funcionamiento mismo de la econom¨ªa. Sin embargo, durante mucho tiempo hemos visto a Gobiernos y responsables de las finanzas p¨²blicas abordar las consecuencias del p¨¢nico financiero de oto?o de 2008 con medidas cortoplacistas y benevolentes, no fuera que la necesaria agresividad de la cirug¨ªa a aplicar espantara a los electores.
Las crisis de 1873 y 1929 fueron sist¨¦micas, y tambi¨¦n lo es la actual, pese a que muchos lo negaron
El proceso de desregulaci¨®n impulsado por los neoliberales potenci¨® los excesos de la econom¨ªa financiera
El presidente del Gobierno, en su primer an¨¢lisis realista, declar¨® que nos quedan cinco a?os para salir del t¨²nel
Esta Gran Depresi¨®n de 2008 marcar¨¢ la emergencia de China como futura primera econom¨ªa mundial
Este tipo de acontecimientos marcan una inflexi¨®n en la historia de la humanidad, delimitan un cambio de paradigma. El mundo no es ya m¨¢s el que era despu¨¦s de que se producen, pero no como consecuencia de los destrozos o alteraciones que provocan, sino porque el mismo mundo ya hab¨ªa cambiado antes, aunque los gobernantes y las opiniones p¨²blicas no se hubieran percatado de ello. Las crisis sist¨¦micas constituyen el efecto y no la causa de dichos cambios. El p¨¢nico de 1873, que coincidi¨® con el estallido de una burbuja inmobiliaria en Austria, coraz¨®n del imperio centroeuropeo, marc¨® tambi¨¦n el comienzo del declive del brit¨¢nico y el inicio de la hegemon¨ªa americana. Hubo un deslizamiento de poder hacia el otro lado del Atl¨¢ntico. De la Depresi¨®n de 1929 se deriv¨® el auge de los fascismos europeos, que desembocar¨ªa en la Segunda Guerra Mundial. Hoy el poder econ¨®mico, y enseguida comprobaremos que el pol¨ªtico tambi¨¦n, se desplaza hacia los pa¨ªses asi¨¢ticos, en los que el capitalismo convive con formas de vida y organizaci¨®n social muy alejadas de los par¨¢metros occidentales y de la democracia representativa.
Es famosa la frase de Galbraith seg¨²n la cual "la ¨²nica funci¨®n de las previsiones econ¨®micas es hacer que la astrolog¨ªa sea respetable". Aun reconociendo las dificultades que economistas y pol¨ªticos tienen en un entorno como este, el escepticismo de las gentes y la poca confianza de los agentes econ¨®micos a la hora de contemplar el futuro inmediato tiene mucho que ver con la perplejidad inicial de los expertos ante lo que suced¨ªa y las declaraciones populistas, cuando no demag¨®gicas, de muchos gobernantes, empe?ados en que, puesto que el sistema financiero se basa en la confianza y la confianza es precisamente lo que falla, una apariencia de optimismo bastar¨¢ para devolverla. Pero por mucho optimismo que se le ponga, los acuerdos de Bretton Woods perdieron hace mucho su capacidad para hacer frente a los desajustes de nuestro tiempo. Tampoco el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organizaci¨®n Mundial del Comercio responden hoy adecuadamente a las necesidades de una regulaci¨®n global, sin la cual el sistema mismo no podr¨¢ sobrevivir. La reforma de las instituciones internacionales y multilaterales es precisa y urgente, pero no se vislumbra que nada parecido vaya a suceder en el corto plazo.
La idea de que los fallos o defectos del mercado hay que corregirlos mediante la intervenci¨®n de las autoridades p¨²blicas se remonta por lo menos a los trabajos de John Stuart Mill, que con Adam Smith y Ricardo integra la venerada trinidad de los fundadores del liberalismo econ¨®mico y padres del capitalismo moderno. La suposici¨®n de que el mercado se autorregula por s¨ª mismo, a partir de la cual se han derivado los males que hoy padecemos, constituy¨® el fundamento de las reaganomics y se encuentra en el coraz¨®n del pensamiento neoconservador americano que impregn¨® la gobernaci¨®n del presidente George W. Bush y contagi¨® el entusiasmo de los l¨ªderes de la derecha espa?ola, y de no pocos de la izquierda. En sus Principios de econom¨ªa pol¨ªtica, Stuart Mill habla de la necesidad de que el Estado intervenga cuando, y solo cuando, se producen defectos del mercado. Este es un principio muy querido para los gobernantes actuales de casi cualquier signo ideol¨®gico y ha sido incorporado desde Keynes a la mayor¨ªa de las escuelas econ¨®micas. El p¨¢nico de 2008 tuvo mucho que ver con los fallos de las instituciones p¨²blicas y de los organismos reguladores, es decir, con los fallos de la pol¨ªtica, y no solo con los del mercado propiamente dicho. El proceso de desregulaci¨®n impulsado por los neoliberales potenci¨® los excesos de la econom¨ªa financiera, alimentados por la creatividad de los inventores de inventos y multiplicados por el uso de las redes inform¨¢ticas y telem¨¢ticas a trav¨¦s de todo el mundo. Pero gran parte de los activos financieros que fueron considerados t¨®xicos se crearon por los bancos en operaciones fuera de balance y, por tanto, fuera del mercado propiamente dicho. Dif¨ªcilmente puede hablarse solo de un fallo del mercado all¨ª donde el mercado mismo no exist¨ªa, o se comportaba de una forma opaca y secreta.
Entonces, si no es solo el mercado, ?qui¨¦n tuvo la culpa? La respuesta es sencilla: los reguladores que no regularon; los controladores que no controlaron; los bancos que se implicaron en aventuras financieras de alto riesgo para sus clientes mientras ellos se garantizaban sus comisiones; los especuladores que no encontraron freno de ning¨²n g¨¦nero y... los gobernantes. La eclosi¨®n de las hipotecas subprime en Estados Unidos se deriv¨® en parte de las pol¨ªticas de la autoridad federal, lo mismo que la burbuja inmobiliaria espa?ola es tambi¨¦n consecuencia de las decisiones de cientos de ayuntamientos de financiarse a trav¨¦s de recalificaciones de suelo, embarc¨¢ndonos, bajo la direcci¨®n y el amparo de los Gobiernos centrales y aut¨®nomos, en un modelo de crecimiento basado en el ladrillo y la consiguiente destrucci¨®n de nuestras costas. Muchas comunidades aut¨®nomas y las Cajas de Ahorro dependientes de ellas acompa?aron, cuando no impulsaron de manera directa, esas pol¨ªticas. La inflaci¨®n de activos inmobiliarios es responsable del endeudamiento de nuestras familias, pero tambi¨¦n de la escasez de recursos con la que ahora cuentan los municipios para honrar sus compromisos de pago y mantener prestaciones sociales que no tienen c¨®mo financiar. La ca¨ªda del mercado inmobiliario, todav¨ªa no tan estruendosa como ser¨ªa preciso, afecta ahora a la financiaci¨®n de las haciendas municipales y a las pol¨ªticas de abundancia irresponsable que muchas de ellas practicaron.
La econom¨ªa no existe al margen de la pol¨ªtica, y es algo que los ciudadanos de los pa¨ªses democr¨¢ticos recuerdan tozudamente a sus gobernantes a la hora de las elecciones. Por eso los votantes se han alejado del proyecto europeo: lo han hecho solo despu¨¦s de que el proyecto europeo se haya alejado de ellos. El cambio de modelo econ¨®mico al que asistimos est¨¢ caracterizado por las deficiencias de los Estados-naci¨®n a la hora de controlar y regular una econom¨ªa globalizada. Europa hace o¨ªdos sordos a los reiterados avisos de que, tras su debilitamiento institucional, constatable a ra¨ªz de la ampliaci¨®n a 27, su capacidad de hacer frente a los problemas de un mundo globalizado no hace sino disminuir. Los Gobiernos europeos procuran in¨²tilmente conjurar la crisis global con soluciones nacionales, mientras el poder internacional se desvanece y licua. A este paso, la Comisi¨®n ser¨¢ un ¨®rgano eficiente a la hora de determinar el di¨¢metro conveniente de los esp¨¢rragos en lata, pero la ausencia de una pol¨ªtica econ¨®mica y fiscal, la irrelevancia de su pol¨ªtica de defensa y de seguridad, la inexistencia de su pol¨ªtica exterior y la sobreabundancia del reinado de los bur¨®cratas est¨¢n acabando con el proyecto que un d¨ªa alumbraron los fundadores de la Europa Unida.
Muchos Gobiernos decidieron inyectar considerables cantidades de dinero en el sistema para hacer frente a la crisis de forma coyuntural, con lo que ya se sab¨ªa que el aumento de los d¨¦ficits p¨²blicos ser¨ªa imparable. Lo peculiar de la situaci¨®n es que a corto plazo son precisas medidas que resultan contradictorias con las necesarias reformas estructurales. Ya sab¨ªamos que un prolongado aumento de los d¨¦ficits p¨²blicos acabar¨ªa pasando factura a los gobernantes, como sucede ahora en Espa?a. En nuestro caso, lo peor es que dicho d¨¦ficit no ha sido motivado por medidas que contribuyeran a generar empleo o a paliar las carencias del sistema financiero, sino a establecer medidas de protecci¨®n social imposibles de financiar durante un tiempo prolongado. Ahora descubrimos que, pese a tener los mejores bancos del mundo, como presuntuosamente se propag¨® a los cuatro vientos, el sistema financiero espa?ol est¨¢ enfermo de gravedad en lo que concierne a las Cajas de Ahorro y que una intervenci¨®n de alg¨²n tipo, un plan de rescate o como quiera llamarse, es m¨¢s que probable, y quiz¨¢ inminente. La consecuencia inmediata es que durante 2011 continuar¨¢ la presi¨®n sobre el d¨¦ficit p¨²blico y seguiremos padeciendo una sequ¨ªa considerable en el cr¨¦dito a las empresas y a los particulares. En semejantes circunstancias las esperanzas de una recuperaci¨®n en el mercado de empleo son ilusorias. Alemania y otros pa¨ªses europeos han logrado salir de la recesi¨®n, pero nuestra econom¨ªa apenas se va a beneficiar de ello. El presidente del Gobierno declar¨® el mes pasado que todav¨ªa nos quedan cinco a?os para salir del t¨²nel. Es el primer an¨¢lisis realista sobre la econom¨ªa espa?ola que se ha permitido hacer a lo largo de esta legislatura.
La reforma de las normas financieras y su vigilancia deben llevarse a cabo internacionalmente y es preciso establecer qu¨¦ organismos reguladores, con qu¨¦ facultades e instrumentos coactivos, pueden encargarse de ella. Aunque la idea de un regulador financiero global sea por el momento poco realista, la soluci¨®n a la crisis pasa por una mayor coordinaci¨®n de las pol¨ªticas de regulaci¨®n y supervisi¨®n financiera capaz de traspasar las fronteras. Es imposible mantener una moneda unificada con un solo Banco Central Europeo y desperdigar la supervisi¨®n, la inspecci¨®n y la regulaci¨®n entre un par de docenas de bancos centrales.
Tras los desastres generados como consecuencia de dejar la econom¨ªa ¨²nicamente en manos del laissez-faire y abandonar la pol¨ªtica a la sinraz¨®n de la fuerza, invadiendo pa¨ªses para imponer a sangre y fuego no s¨¦ qu¨¦ tipo de democracia, hay que reordenar el sistema econ¨®mico en un entorno que recupere los valores cl¨¢sicos de esta. No es verdad que los mercados tiendan al equilibrio por s¨ª mismos; solo lo har¨¢n si est¨¢n debidamente regulados y si hay una autoridad competente, leg¨ªtima y reconocida, capaz de hacer cumplir las normas. Y en un mercado global, esa autoridad tiene que ser global tambi¨¦n. De hecho, el vac¨ªo existente lo est¨¢n llenando en cierta forma los poderes f¨¢cticos emergentes, como el Gobierno chino, comprando deuda de pa¨ªses en dificultades e implementando una pol¨ªtica que conduce sutilmente al antiguo Imperio del Centro a practicar un neoimperialismo de corte planetario. Mientras un proceso tan complejo y controvertido se produce, Europa no acaba de aplicarse a sus deberes: ni promueve la convergencia en sus pol¨ªticas econ¨®mica y fiscal, ni aborda los problemas energ¨¦ticos que la acucian, ni prepara soluciones futuras para sectores industriales heridos de muerte en su territorio, mientras renacen en su seno el nacionalismo, el populismo y la xenofobia. Pero, por m¨¢s esfuerzos que hagan los patrioteros de todas las raleas, el papel de los Estados-naci¨®n seguir¨¢ siendo importante solo si aceptamos que tiene que ser limitado por el creciente rol de las instituciones internacionales.
Las dos grandes depresiones econ¨®micas que la historia moderna ha conocido anunciaron cambios estructurales en las relaciones internacionales y en los modelos de crecimiento. Las nuevas tecnolog¨ªas y la sociedad de la informaci¨®n est¨¢n transformando ya desde hace m¨¢s de una d¨¦cada los modelos econ¨®micos. Esta Gran Depresi¨®n de 2008 (que en realidad comenz¨® ya el 2007) marcar¨¢ la emergencia de China como futura pr¨®xima primera econom¨ªa mundial y el establecimiento en Asia, y en pa¨ªses hasta ahora considerados perif¨¦ricos o tercermundistas, de muchos centros de poder (econ¨®mico, pol¨ªtico y cient¨ªfico) que antes se ubicaban en nuestra vieja Europa. No pocos de los fundamentos de la democracia, un invento t¨ªpicamente europeo, se van a ver trastocados en la nueva situaci¨®n.
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