El camino perdido
Tres breves libros le han bastado a Juan Eduardo Z¨²?iga para hablar con una hondura y un rigor raras veces alcanzados en nuestra literatura de la disoluci¨®n moral, los afectos contradictorios y las ocultas responsabilidades de la Guerra Civil y la posguerra espa?ola. Su obra, breve e intensa, es comparable a la de todos los grandes moralistas, en el sentido que Camus da a esta palabra: los que tienen la pasi¨®n del coraz¨®n humano. Los relatos de Juan Eduardo Z¨²?iga se adentran en los caminos afectivos de la historia. No escribe para juzgar a sus personajes, sino para asomarse a sus conciencias y almas atormentadas y dar cuenta de sus presentimientos, sus miedos y sus anhelos amorosos.
Los relatos de Juan Eduardo Z¨²?iga se adentran en los caminos afectivos de la historia
Juan Eduardo Z¨²?iga es el jardinero m¨¢s secreto de nuestra literatura. Pero lo suyo no son las flores que adornan nuestros paseos, sino las que crecen en la noche al borde de los abismos del arrepentimiento y la soledad, en los oscuros subsuelos donde viven los deseos humanos. Heredero de Dostoievski, sus personajes siempre buscan una redenci¨®n que no termina de llegar. Pero, al contrario que el autor ruso, al que todav¨ªa asiste alg¨²n tipo de fe, Z¨²?iga piensa que la verdad que el hombre necesita para vivir no la puede obtener ni adquirir de nadie, y que tiene que producirla una y otra vez en su interior. C¨®mo producir esa verdad, es la b¨²squeda de todos sus personajes. A todos ellos les mueve la nostalgia de una humanidad perdida, la b¨²squeda de la belleza. Una belleza que no tiene que ver con la antigua belleza de los lugares sagrados, siempre relacionados con un absoluto inasible, sino con esa belleza humana que se confunde, como afirmaba Dostoievski, con la capacidad de amar. "Solo le interesaban las mujeres que sufren", escribe Joseph Frank, en su biograf¨ªa sobre el autor ruso. Y tambi¨¦n en esto Z¨²?iga sigue su propio camino. Un oculto romanticismo le lleva a interesarse por los seres que sufren, s¨ª, pero a causa de sus deseos.
Ese romanticismo, que le sit¨²a en la estela de Turgueniev, su escritor m¨¢s querido, es el tema secreto de la obra de Z¨²?iga. "El ¨²nico viaje verdadero, escribi¨® Proust, el ¨²nico ba?o de juventud, no ser¨ªa ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es". De ese viaje surge Brillan monedas oxidadas, el libro que Z¨²?iga acaba de publicar tras un silencio de siete a?os, y que es sin duda el mejor regalo de Reyes que usted hubiera podido recibir este a?o. Es un libro escrito por un autor pleno de juventud y energ¨ªa, incansable en su af¨¢n de seguir explorando la infinita geograf¨ªa de los deseos humanos.Muchachas que se pierden bajo la lluvia, maestros que descubren que lo que ense?an no vale nada, campaneros que ven en las heridas de los santos sus propias heridas, nobles que descubren que nada puede atar el coraz¨®n del amor, ancianas agonizantes que desaparecen bajo el peso de las riquezas que han acumulado in¨²tilmente, m¨²sicos de jazz cuyos ojos son ventanas que se abren a plantaciones de sufrientes esclavos son los protagonistas de estos relatos. Juan Eduardo Z¨²?iga vuelve a hablarnos en ellos de la importancia del deseo y la memoria, de la ficci¨®n como responsabilidad, del anhelo de libertad, de la b¨²squeda del amor y su vinculaci¨®n al sufrimiento. Pues en esa disyuntiva eterna entre dejar de amar y dejar de sufrir los protagonistas de estos relatos, como las grandes hero¨ªnas de las novelas rusas, siempre eligen el amor. As¨ª son los amantes de Juan Eduardo Z¨²?iga, seres que buscan lo que no tienen, que obedecen ¨®rdenes que nadie da, que viven el amor como un deber tan desconocido como fatal e imposible de desatender.
En El campanero de San Sebasti¨¢n, uno de los relatos, un hombre se hace cargo de las campanas de una iglesia, y ante la dificultad de subir y bajar cada d¨ªa de la torre decide quedarse a vivir en ella. Una anciana le lleva de comer. Un d¨ªa le ofrece una jarra de vino, y lo beben juntos. De los labios de la anciana brota entonces, por efecto del vino, una canci¨®n misteriosa que habla de esos caminos perdidos que llevan a hombres y mujeres a buscarse. Esa noche, trastornado por lo que acaba de o¨ªr, el hombre desciende de la torre. Ve entonces en las heridas de San Sebasti¨¢n sus propias heridas, y comprende lo absurdo de su vida y de sus renuncias, y abandona la iglesia tratando de encontrar uno de esos caminos que nos llevan al reino del deseo.
Es un tema que se repite obsesivamente en los relatos de este libro. En uno de ellos, una muchacha repartidora de pizzas decide desnudarse sobre su moto como aquella dama medieval que recorri¨® sin ropa las calles de una ciudad sobre el lomo de su caballo. En otro, un noble se enamora de una gitana y lo deja todo para seguirla, y descubrir poco despu¨¦s que el coraz¨®n de las muchachas pide libertad. En otro m¨¢s, una joven abandona el refugio en que un grupo de personas se protege de una tormenta y se interna bajo la lluvia llevada por su deseo de ser abrazada. En otro, en fin, el poeta S¨¢-Carneiro se enamora de una mujer y vive a su lado una aventura en que muerte y poes¨ªa terminan por confundirse. Todos ellos se rebelan contra su destino, quieren tener algo que no tienen. Z¨²?iga novela el fracaso de lo real para acoger nuestros sue?os. Los caminos de la ficci¨®n son como ese camino perdido del que se habla en el cuento del campanero. Un camino en que placer y pena, vida y muerte, son hermanas gemelas que se roban la una a la otra.
En Desde los bosques nevados, su memoria sobre los escritores rusos, Juan Eduardo Z¨²?iga nos cuenta una hermosa historia de Pushkin y una amante que le regala su anillo. Pushkin muere en un duelo y un amigo encuentra el anillo en su bolsillo. El anillo termina en las manos de Turgueniev, que se lo regala a Pauline Garc¨ªa-Viardot, por quien abandona Rusia para establecerse en Francia y a cuyo amor se mantuvo fiel hasta el fin de sus d¨ªas. Cuando muere Turgueniev, Pauline dona el anillo a la Casa Museo de Pushkin, en Mosc¨². Pero alguien lo roba y el anillo desaparece para siempre.
En los cuentos de Z¨²?iga abundan las alusiones a las joyas. Peque?as pulseras, delicados pendientes, broches luminosos, anillos secretos que provocan el deseo y la codicia. El anillo que Pushkin recibi¨® de su amante nos dice que la tierra ser¨¢ un para¨ªso. Y algo nos hace sentir al leer los relatos de su ¨²ltimo libro que ese anillo perdido ha estado en nuestras manos, no importa que solo el tiempo que dur¨® su lectura. La negrura, el pesimismo de los relatos de Z¨²?iga, nunca es gratuito ni persigue condenar a los hombres. La literatura es para ¨¦l el reino del deseo. Internarse en la oscuridad del mundo para descubrir en ella la memoria secreta de esa luz que necesitamos para seguir viviendo.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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