De nacionalismos abiertos y cerrados
Piensa alguien que Inglaterra y Espa?a son, o fueron, una misma naci¨®n porque Felipe II se cas¨® con la reina Mar¨ªa? El se?or Peces-Barba parece creerlo cuando afirma (Los nacionalismos en Espa?a, EL PA?S 23-XI-2010) que la unidad espa?ola empieza en el siglo XV, o sea, con los Reyes Cat¨®licos. Con sus sucesores, los llamados reyes de las Espa?as, hubo hasta el Decreto de Nueva Planta de Felipe V lo que en derecho constitucional se llama una uni¨®n personal, en la que un rey es a la vez soberano de dos Estados independientes. Pero con Fernando e Isabel no hubo ni siquiera esto. Ni tanto montaba ni montaba tanto, pues a la muerte de Isabel la nobleza castellana rechaz¨® al rey Fernando (todo pudo haber cambiado si su matrimonio con Germana de Foix hubiera tenido descendencia). La Corona de Castilla se arrog¨® en exclusiva la empresa americana y a la vez se apropi¨® del imperio mediterr¨¢neo catalanoaragon¨¦s.
Bajo la nomenclatura de cada ¨¦poca Catalu?a no dej¨® de reivindicar su libertad nacional
Castilla no ha conocido m¨¢s que la asimilaci¨®n total, primero en la reconquista de los reinos peninsulares (con las limpiezas ¨¦tnicas de jud¨ªos y moriscos) y despu¨¦s en Am¨¦rica o ?frica. A diferencia de Inglaterra, que supo ceder manteniendo v¨ªnculos sentimentales, pol¨ªticos y econ¨®micos con sus antiguas colonias, no concedi¨® a tiempo autonom¨ªas y as¨ª no dej¨® m¨¢s v¨ªa que las guerras de independencia. En cambio, Catalu?a, inmediatamente despu¨¦s de la conquista de Valencia y Mallorca, sin esperar ninguna reivindicaci¨®n, las constituy¨® en reinos confederados pero aut¨®nomos, como ya lo era el reino de Arag¨®n, regidos por sus propias instituciones y legislaci¨®n, en total pie de igualdad con el Principado. ?D¨®nde est¨¢ el "nacionalismo cerrado" de que habla Peces-Barba?
El nacionalismo catal¨¢n, por otra parte, no empieza el siglo XIX, sino inmediatamente despu¨¦s del 1714, aunque imped¨ªan su manifestaci¨®n p¨²blica la tremenda represi¨®n de los austriacistas y el continuo estado de guerra en Catalu?a a lo largo de casi todo el siglo XIX. Pero bajo la nomenclatura de cada ¨¦poca (fueros, provincialismo, regionalismo o federalismo) Catalu?a no dej¨® de reivindicar su libertad nacional. V¨¦anse numerosos testimonios, ya en el siglo XVIII, en F¨¦lix Cucurull Panor¨¤mica del nacionalisme catal¨¤ (6 vol¨²menes, Edicions Catalanes de Par¨ªs, 1975).
Se acaba de cumplir el d¨¦cimo aniversario del asesinato de Ernest Lluch, estudioso y admirador del austriacismo. Dec¨ªa que Espa?a fue grande bajo los Habsburgos, que respetaron los reinos de las Espa?as y las gobernaron mediante sus instituciones propias, y empez¨® su decadencia con los Borbones, importadores del centralismo franc¨¦s, que culminar¨ªa en el jacobinismo revolucionario, que para triturar las regiones hist¨®ricas invent¨® los departamentos, servilmente imitados por las provincias espa?olas.
Cuando en 1940 Himmler visit¨® Montserrat buscando las supuestas huellas del Santo Grial, vio en el museo un sepulcro ib¨¦rico con el esqueleto de un hombre muy alto, y se?al¨¢ndolo exclam¨®: "?Es ario! ?Los catalanes son arios!". El monje que le guiaba en la visita le replic¨® que no hay una raza catalana, sino que somos una mezcla de gentes venidas de muchas partes. Algo m¨¢s tarde, en 1954, en su luminosa obra Not¨ªcia de Catalu?a, Jaume Vicens i Vives hablaba de Catalu?a como gresol (crisol), capaz de fundir en un solo pueblo a tan heterog¨¦nea poblaci¨®n. Y el general Mola, en sus recuerdos de cuando fue director general de Seguridad durante la "Dictablanda" (el periodo de transici¨®n entre la Dictadura y la Rep¨²blica), habla de la dificultad de nombrar a un Jefe Superior de Polic¨ªa que permaneciera fiel a su criterio: "Conocedor desde muchos a?os atr¨¢s de la vida oficial de Barcelona, no ignoraba que el particularismo catal¨¢n es algo eminentemente contagioso, al punto de que pod¨ªa calificarse de rara avis la autoridad que, al tomar tierra all¨ª, autom¨¢ticamente no se sent¨ªa desligada del Poder central o con tendencia irresistible a asimilarse el esp¨ªritu auton¨®mico de los naturales del pa¨ªs". (Obras Completas, Valladolid, 1940, p¨¢gina 713).
Hubo en la Revoluci¨®n Francesa un personaje singular, el abb¨¦ Gr¨¦goire. Impregnado de esp¨ªritu evang¨¦lico, era de aquellos que consideraban a Jes¨²s como el primer revolucionario, y los derechos del hombre como una exigencia del evangelio. Pero a la vez estaba pose¨ªdo del peor jacobinismo y profesaba un patriotismo centralista que bien merecer¨ªa, ese s¨ª, ser calificado de nacionalismo exacerbado o cerrado. Por encargo de la Asamblea emprendi¨® con fervor patri¨®tico una gran cruzada contra los patois, las lenguas distintas de la francesa, que cre¨ªa que amenazaban a la naci¨®n-Estado. Para ello realiz¨® una vasta encuesta, departamento por departamento, inquiriendo si en aquella demarcaci¨®n exist¨ªa alg¨²n patois, qu¨¦ vitalidad ten¨ªa y, sobre todo, qu¨¦ habr¨ªa que hacer para extinguirlo. La respuesta del departamento de los Pirineos Orientales (Catalu?a Norte) fue la m¨¢s valiente y a la vez ir¨®nica de todas las que recibi¨® el abb¨¦ Gr¨¦goire: existe all¨ª la lengua catalana, usada por el pueblo, la administraci¨®n, los tribunales y la Iglesia, y "para destruirla habr¨ªa que destruir el suelo, el fresco de las noches, el tipo de alimentos, la cualidad de las aguas, el hombre entero". Pero para Peces-Barba, negarse a morir es nacionalismo cerrado. El abierto, seg¨²n Peces-Barba, es el jacobino, el del abb¨¦ Gr¨¦goire y sus ep¨ªgonos espa?oles.
Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.
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