Una guerra sin fin
El historiador Anthony Pagden da las claves de 2.500 a?os de encuentros y desencuentros entre Oriente y Occidente
Todo empez¨® con un rapto, el de Helena, esposa del rey espartano Menelao, por parte de un lechuguino troyano, Paris. La famosa guerra de Troya que libraron "los aqueos, griegos del noreste del Peloponeso, y los troyanos, un pueblo casi m¨ªtico de Asia menor", es para Anthony Pagden, autor de Mundos en guerra (RBA), el inicio de la "enemistad perpetua" -como la llam¨® Herodoto- entre Oriente y Occidente. Con un buen ritmo narrativo, mezclando mitolog¨ªa, hechos y an¨¦cdotas, Pagden navega por los oc¨¦anos del tiempo desde las Guerras M¨¦dicas, la invasi¨®n de Alejandro, la conquista de Roma y la entrada del sult¨¢n Mehmet II a Constantinopla hasta la expedici¨®n de Napole¨®n a Egipto -un intento de imponer la civilizaci¨®n occidental sin conquista y el origen de muchos conflictos posteriores-, la colonizaci¨®n europea, la ca¨ªda del imperio otomano, las dos guerras mundiales, y el nacimiento del radicalismo musulm¨¢n. Nada menos que 2.500 a?os de historia que llegan justo a tiempo para echar luz sobre un episodio tan tr¨¢gico como fue el 11-S en el d¨¦cimo aniversario.
"La idea del Occidente de democracia liberal, tolerancia, igualdad y libertad est¨¢ en declive"
El profesor brit¨¢nico de historia y ciencias pol¨ªticas de la Universidad de California (UCLA) mejora el estilo de su trabajo Peoples and Empires (Modern Library Chronicles, 2001), que en menos de 200 p¨¢ginas recorre y analiza el auge, ca¨ªda y herencia de los imperios europeos. Mundos en guerra. 2.500 a?os de conflictos entre Oriente y Occidente es dos veces m¨¢s extenso, pero se disfruta dos veces m¨¢s. El ensayo-novela de Pagden es sumamente ¨²til como texto de divulgaci¨®n general y no pretende competir con obras reconocidas como la Historia de los ¨¢rabes (1991) del brit¨¢nico de origen liban¨¦s Albert Hourani. El libro juega en otra liga, la que intenta acercar la historia universal a la mayor cantidad de lectores posible. Pagden, que se confiesa partidario del Estado secular, busca con la misma franqueza analizar y explicar la batalla entre los valores de la Ilustraci¨®n y la religi¨®n.
Una advertencia: para el autor, los pa¨ªses de Occidente y los de Oriente Pr¨®ximo, como los griegos y los persas en la antig¨¹edad, est¨¢n avocados a una dif¨ªcil coexistencia dado que el concepto de ciudadan¨ªa en ambos mundos es diametralmente opuesto. Esta entrevista, hecha a medias por correo electr¨®nico y por tel¨¦fono entre Madrid y Los ?ngeles, se produjo entre los d¨ªas del brutal atentado contra una iglesia copta en Egipto y el asesinato del gobernador paquistan¨ª de Punyab por su oposici¨®n a la ley de blasfemia impulsada por el islamismo radical.
PREGUNTA. Dice en el prefacio que la idea le surgi¨® despu¨¦s de que su esposa observara una foto de unos musulmanes iran¨ªes rezando, que imagino reflejaba su sumisi¨®n a Dios. ?Es esta clase de foto la que mejor representa el significado del islam?
RESPUESTA. Me temo que s¨ª. La imagen era precisamente de sumisi¨®n. El argumento fundamental de mi libro no es, como algunos dan por sentado, un ataque al islam como tal, ni siquiera un ataque a la religi¨®n, aunque me disgustan profundamente las religiones monote¨ªstas de cualquier tipo, ya sea musulmana, cristiana o judaica. El argumento era que lo que ha distinguido a "Occidente" de "Oriente" desde la Antig¨¹edad hasta el primer tramo del siglo XX, es, en t¨¦rminos generales, una divisi¨®n entre esas sociedades donde la religi¨®n desempe?a un papel reducido o nulo en la vida civil, donde la ley se concibe fundamentalmente como un objeto humano y, por tanto, est¨¢ expuesta al cambio y la interpretaci¨®n, y aquellas -el islam en particular- en las que no existe distinci¨®n alguna entre sociedad civil y religi¨®n y la ley se basa en los dictados de un dios. Puesto que el dios de todos los grandes monote¨ªsmos solo ha hablado una vez a cada grupo -a Mois¨¦s, a Cristo o a Mahoma- y eso sucedi¨® hace mucho tiempo, sus leyes son, en el mejor de los casos, extra?as y desfasadas. Lo que esa fotograf¨ªa parece captar es esa obediencia que se espera que todos los musulmanes verdaderos muestren ante las palabras del dios como la base de toda vida humana, civil y religiosa. Por supuesto, es una visi¨®n monol¨ªtica de las realidades de la vida que se da en muchos estados musulmanes actuales, como digo en el ¨²ltimo cap¨ªtulo del libro, pero eso no era lo que me interesaba al principio. Lo que me interesaba era precisamente c¨®mo hab¨ªa evolucionado una imagen particular de Oriente en la mente occidental desde la Antig¨¹edad.
P. ?Cree que la idea del islam como un movimiento libertario m¨¢s que como una religi¨®n podr¨ªa seducir a los musulmanes m¨¢s moderados para que se unan a la lucha contra Occidente?
R. S¨ª. Los indicios apuntan claramente a que muchos se han visto arrastrados al islam radical, al igual que los j¨®venes furiosos y marginados de Europa se vieron atra¨ªdos en los a?os sesenta y setenta por el marxismo, no tanto por su contenido, sobre el que sab¨ªan muy poco, al igual que la mayor¨ªa de los yihadistas musulmanes parecen conocer muy poco sobre el islam, sino porque ofrec¨ªa un medio sencillo y violento para atacar a quienes consideraban por varias razones responsables de sus penurias. Gilles Keppel, el erudito isl¨¢mico de origen franc¨¦s, afirma con rotundidad que Al Qaeda se parece m¨¢s a las Brigadas Rojas italianas o la Baader-Meinhof alemana que a una cruzada religiosa. Y, por supuesto, como ocurr¨ªa con las Brigadas Rojas y la Baader Meinhof, los yihadistas isl¨¢micos son una minor¨ªa peque?a aunque muy peligrosa cuyas creencias no reflejan las de la mayor¨ªa de los musulmanes, ya sean moderados o de otra ¨ªndole.
P. ?Deber¨ªa Occidente dejar de intentar imponer la democracia liberal en Oriente?
R. En este momento, Occidente (es decir, Estados Unidos y unos pocos aliados reacios) solo intenta, al menos mediante una acci¨®n directa, imponer la "democracia liberal" en dos regiones de Oriente Pr¨®ximo: Afganist¨¢n e Irak. En ninguno de esos tienen una m¨ªnima posibilidad de ¨¦xito. Los afganos derrotaron a brit¨¢nicos y sovi¨¦ticos y sin duda derrotar¨¢n a los estadounidenses. Para m¨ª, existe un fallo fundamental en el razonamiento que subyace tras gran parte de la pol¨ªtica exterior estadounidense (y, por desgracia, incluso en la de su presidente Barack Obama): que mientras un pa¨ªs sea estable e interese a Estados Unidos, su forma de gobierno no constituye un problema. Aunque sea inestable, mientras se encuentre lejos de la costa estadounidense y no suponga una amenaza para sus intereses, puede ser acosado diplom¨¢ticamente, pero por lo dem¨¢s se le deja en paz. No se ha producido una intervenci¨®n estadounidense en Zimbabue y es poco probable que la haya en Costa de Marfil. Sin embargo, una vez que la inestabilidad de un Estado amenaza a Estados Unidos o sus aliados, la manera de lidiar con ello es "un cambio de r¨¦gimen", instaurando la democracia por la fuerza, y una vez que se ha logrado (y esto generalmente significa, como ha ocurrido en Afganist¨¢n e Irak, unas elecciones ama?adas) retirarse lo antes posible, dejando a menudo a varias empresas turbias como Halliburton para que cosechen los considerables beneficios que genera la "reconstrucci¨®n". En Afganist¨¢n esto est¨¢ conduciendo a otro Vietnam; en Irak, probablemente se convierta en una guerra civil a gran escala, cuyos vencedores ser¨¢n los chi¨ªes, que luego formar¨¢n una teocracia como la de Ir¨¢n. La suposici¨®n es que la democracia liberal es la forma predilecta de gobierno de todos los pueblos; que es, en la pr¨¢ctica, algo innato y que "imponerlo" solo significa eliminar los impedimentos que se han situado en su camino.
Asimismo, lo que nunca ha llegado a entender Estados Unidos es que, en muchos lugares, unos comicios pueden provocar la elecci¨®n de un gobierno que sea cualquier cosa menos liberal o dem¨®crata. Pa¨ªses como Egipto y Argelia no celebran elecciones porque, como ha demostrado sobradamente el ejemplo argelino, los ganadores con toda probabilidad no ser¨ªan dem¨®cratas laicos y moderados occidentales, sino alg¨²n grupo musulm¨¢n extremista. Pero el motivo principal de enojo para los musulmanes y, por tanto, el m¨¢ximo atractivo del islam radical, es el Estado de Israel. Hablando claro, los musulmanes odian a Estados Unidos porque Estados Unidos -y, por extensi¨®n, todo el mundo occidental no musulm¨¢n- est¨¢ considerado, equivocadamente, un amigo incondicional de Israel. Hasta que se ofrezca alguna soluci¨®n a ese conflicto, los radicales musulmanes seguir¨¢n atacando lo que ellos perciben como Occidente. Creo que, por ejemplo, a quienes colocaron las bombas en Madrid y Londres no les importa en absoluto el destino de los palestinos. Pero la lucha entre Palestina e Israel es un pretexto para dar rienda suelta a sus frustraciones contenidas por sentirse pobres y marginados en una cultura que les es ajena.
P. ?D¨®nde est¨¢n los l¨ªmites de Oriente y Occidente? ?Por d¨®nde discurrir¨¢n las fronteras en el futuro? ?C¨®mo podemos vivir juntos en un mundo globalizado y, al mismo tiempo, trazar una l¨ªnea de respeto entre los Estados laicos y los religiosos?
R. En el libro intento explicar que la demarcaci¨®n entre Oriente y Occidente, si bien siempre ha tenido una forma geogr¨¢fica (no muy precisa) es, a efectos pr¨¢cticos, fruto de la imaginaci¨®n occidental. As¨ª que mi respuesta es que no existe frontera. La verdadera lucha es la que se libra entre la forma de pensar de los grupos religiosos del tipo que sean -en este momento, los musulmanes son los m¨¢s alarmantes y peligrosos, pero puede que existan otros en el futuro- y el pensamiento del Occidente liberal laico. Es muy posible trazar lo que usted denomina una "l¨ªnea respetuosa" entre Estados laicos y religiosos. Estados Unidos est¨¢ encantado de hacer negocios con Arabia Saud¨ª, el pa¨ªs ¨¢rabe m¨¢s agresivamente fundamentalista. De hecho, George Bush, que tambi¨¦n es un fundamentalista, sin duda ten¨ªa m¨¢s en com¨²n con los saud¨ªes que, por ejemplo, con Zapatero, el presidente espa?ol.
La hostilidad de Estados Unidos hacia Ir¨¢n, como ha reiterado Obama, y como Bush hizo antes que ¨¦l, no tiene nada que ver con la divisi¨®n entre laicismo y religi¨®n, sino que obedece a la agresi¨®n abierta de Ir¨¢n contra Israel y su aparente determinaci¨®n de desarrollar armas nucleares. Ahora el problema es d¨®nde y c¨®mo trazar la l¨ªnea en Londres, Madrid o Par¨ªs. Porque, aunque los Estados laicos y religiosos sean capaces de mantener unas relaciones respetuosas entre s¨ª, los individuos dentro de ese mismo Estado no pueden. No pueden porque muchos musulmanes de Europa han insistido en que deber¨ªan tener derecho a hacerlo; afirman ser ciudadanos de Espa?a, pero tambi¨¦n insisten, por ejemplo, en que tienen el derecho divino de decidir con qui¨¦n debe casarse su hija, negarle una educaci¨®n o, en los casos m¨¢s extremos, matarla si al desafiarlos ha "deshonrado" supuestamente a su familia. En Occidente, la religi¨®n es una cuesti¨®n privada y no p¨²blica. Y el problema con el islam, a diferencia, por ejemplo, del hinduismo, el budismo o incluso el juda¨ªsmo, es que no reconoce que el Estado puramente laico tenga derecho a existir, y mucho menos dictar c¨®mo deben vivir su vida los musulmanes.
P. ?La preponderancia de Occidente o la idea de que Occidente se impondr¨¢ como civilizaci¨®n universal est¨¢ en declive?
R. S¨ª y no. Pero en realidad depende del significado que otorgue al t¨¦rmino Occidente. Si equivale a un mundo basado en el Estado de derecho laico, en un Gobierno participativo en t¨¦rminos generales (aunque no una democracia liberal como nosotros la entendemos), en la creencia en el progreso tecnol¨®gico y la b¨²squeda de riqueza, todo apunta a que lo que ha dado en llamarse "Euroasia" sigue dominando y seguir¨¢ dominando el mundo durante un tiempo. Si, por el contrario, "civilizaci¨®n occidental" equivale a algo parecido a una democracia liberal que no es simplemente una sociedad laica gobernada por la ley, sino gobernada en gran medida por la mayor¨ªa de sus ciudadanos y regida por los intereses de estos; que sostiene que el Estado tiene la obligaci¨®n de mantener a sus miembros m¨¢s pobres; que ning¨²n ciudadano debe morir porque no pueda permitirse una atenci¨®n sanitaria adecuada; que debe existir igualdad entre sexos y las diversas razas de las que est¨¢ compuesta la sociedad; que la religi¨®n, aunque nunca debe ser impuesta, ha de ser tolerada en todo momento, al igual que las preferencias sexuales, la libertad de expresi¨®n, etc¨¦tera, etc¨¦tera; si se refiere a eso, entonces, por desgracia, la idea de que esa civilizaci¨®n se impondr¨¢ fuera de Occidente fue abandonada hace mucho, pero cada vez se ve sometida a m¨¢s ataques dentro del propio Occidente.
P. Tras leer su libro, resulta dif¨ªcil no recordar la teor¨ªa del choque de civilizaciones de Samuel Huntington. ?Cree sinceramente que se impondr¨¢ el radicalismo porque la idea de moderaci¨®n solo impera en el bando occidental?
R. No. Lo que yo he dicho es que para los musulmanes radicales, la moderaci¨®n y la tolerancia -eso no conlleva la suposici¨®n de que cualquier forma de pensamiento o creencia sea acertada en ning¨²n sentido, sino la voluntad de aceptar y vivir con quienes sabemos que est¨¢n equivocados o enga?ados- son una virtud laica de Occidente, como tambi¨¦n lo es para los fundamentalistas y literalistas de cualquier clase. Pero esto no significa que todos los musulmanes comulguen con esa idea. Y aunque lo hicieran, no est¨¢n necesariamente obligados a hacer algo al respecto. Un radical que no ejerce su radicalismo no constituye una amenaza para nadie. As¨ª que una alianza de civilizaciones es perfectamente posible.
P. El fundamentalismo musulm¨¢n ha crecido en Oriente Pr¨®ximo, pero el radicalismo cristiano tambi¨¦n es un fen¨®meno creciente en Estados Unidos. ?Cree que el auge del radicalismo cristiano, vinculado al ala m¨¢s dura del Partido Republicano y con capacidad para influir en la pol¨ªtica estadounidense, es una amenaza tan a tener en cuenta como el integrismo?
R. No. M¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n de Estados Unidos cree en alg¨²n tipo de dios y un n¨²mero importante incluso afirma creer en ¨¢ngeles y demonios. El pa¨ªs est¨¢ inundado de sensibleras historias sobre el m¨¢s all¨¢, la intervenci¨®n divina y cosas por el estilo. La mayor¨ªa de las personas que se tragan esas historias son pobres e ignorantes, pero un n¨²mero alarmante no lo es. Los fundamentalistas cristianos ejercen una influencia pol¨ªtica considerable sobre la derecha porque pueden proporcionar votos. Pero en su mayor¨ªa est¨¢n obsesionados con cuestiones sexuales -sobre todo los derechos de los homosexuales y el aborto- y nunca han ejercido mucha influencia en alguna pol¨ªtica real que no est¨¦ asociada con estos asuntos. La ¨²nica excepci¨®n notable era la cuesti¨®n de la investigaci¨®n con c¨¦lulas madre. Pero la prohibici¨®n no sobrevivi¨® a la desaparici¨®n de la administraci¨®n de Bush.
Aun as¨ª, el auge de la sinraz¨®n, con independencia de la forma que adopte, desde luego es preocupante. Si en los 60, cuando yo era estudiante, alguien me hubiera dicho que apenas 40 a?os despu¨¦s la religi¨®n ser¨ªa crucial de la pol¨ªtica internacional y nacional lo habr¨ªa tomado por loco. As¨ª pues, ?qui¨¦n sabe qu¨¦ horrores nos depara el futuro? El candidato m¨¢s probable del Partido Republicano para las presidenciales de 2012 es un hombre que, si es fiel a las doctrinas fundamentales de su iglesia, no solo cree que existe un dios, sino que ese dios es un hombre que en su d¨ªa vivi¨® en otro planeta, que puedes bautizar a toda la humanidad, a todos los seres que han vivido alguna vez, con car¨¢cter retroactivo, que las ideas vienen dictadas por los sentimientos, que nadie deber¨ªa leer nada que no haya sido autorizado por su iglesia, y as¨ª sucesivamente. [Pagden se refiere al morm¨®n Mitt Romney].
P. ?Por qu¨¦ decidi¨® excluir del libro a China, Jap¨®n y en buena parte a India?
R. Mi historia se centra en el conflicto entre Occidente y Oriente, y c¨®mo en t¨¦rminos generales se ha concebido desde la Antig¨¹edad. China no ha participado en este. Hasta el siglo XVIII, lo que ahora se conoce como Extremo Oriente apenas exist¨ªa en la imaginaci¨®n europea. Es cierto que, para Montesquieu, China era el principal ejemplo de "despotismo oriental". Otros, como por ejemplo el fil¨®sofo alem¨¢n Leibniz, aunque cre¨ªa que China estaba atrasada en el plano cient¨ªfico, la ensalzaban como un modelo de rectitud moral, superior a cualquier cosa que se encontrara en la Europa cristiana. Occidente no se enfrent¨® a China o ning¨²n otro pa¨ªs de Extremo Oriente hasta las Guerras del Opio del siglo XIX, y estas fueron comerciales y no ideol¨®gicas. El caso de India es bastante m¨¢s complejo. Sin embargo, aunque los brit¨¢nicos y franceses libraron guerras prolongadas en India y por supuesto Gran Breta?a lleg¨® a dominar todo el continente, tampoco fueron guerras motivadas o mantenidas por un sentimiento profundo de antagonismo cultural. De hecho, como intento explicar en el libro, existi¨® un poderoso movimiento de erudici¨®n -que ha continuado hasta nuestros d¨ªas- que ve¨ªa a India como el hogar de todos los pueblos indoeuropeos y, por tanto, como el origen de toda la civilizaci¨®n occidental, y consideraba la aldea india el ¨²nico ejemplo superviviente de la polis griega original.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.