Fumar era un placer
Gracias a la ley del tabaco algo del paisaje de Madrid ha cambiado, a veces parece una de esas ciudades centroeuropeas en que, en cuanto sale un rayo de sol, la gente se lanza a las terrazas como si fuese pleno verano. Y el ahorro en ceniceros habr¨¢ que gast¨¢rselo en calefacci¨®n de exterior. El mundo del cenicero, como el de los orinales, ha llegado a su fin y no se sabe qu¨¦ hacer con ¨¦l. Algunos los recogen para hacer esculturas pop-art y otros los arrinconan. El pasado se ha convertido en una monta?a de ceniceros de mesa, que guardan las manchas de nicotina de millones de conversaciones, discusiones y ganas de salirse de uno mismo a trav¨¦s del humo como si liber¨¢semos el genio que llevamos dentro.
El mundo del cenicero, como los orinales, ha llegado a su fin y no sabemos qu¨¦ hacer con el
Primero sellaron los ceniceros de los aviones, que han permanecido durante cierto tiempo como recuerdo de unos d¨ªas salvajes en que pod¨ªamos atufarnos durante diez o m¨¢s horas de vuelo. Ahora nos resulta extra?o solo pensarlo, y el tiempo ha demostrado que los fumadores aguantan como jabatos largos periodos sin consumir.
Visto con frialdad, el cenicero de restaurante es un cacharro m¨¢s bien feo. El t¨ªpico es de cer¨¢mica blanca con un agujero en el centro y agua para que la colilla no humee. Instintivamente uno trata de alejarlo lo m¨¢s posible del plato para no ver la colilla nadando mientras paladea la lubina. Pero los hay peores, en muchos bares se conservan los de cristal basto de toda la vida, rayados y empa?ados, con capacidad para dos cajetillas. Y no hay m¨¢s modelos, los dise?adores no se han dejado las neuronas en este concepto. Hasta hace un minuto el cenicero descansaba en la mesa como los platos y los vasos, pero no era como ellos porque lo toc¨¢bamos con dos dedos como si quemara, como si nos diera asco. Pero qu¨¦ gran momento cuando nos encend¨ªamos un pitillo entre plato y plato y dej¨¢bamos caer la ceniza en el agua gris¨¢cea y estancada de este peque?o pozo.
Cenicero es una palabra de sonoridad endiablada para un extranjero. Se pronuncia en la parte delantera de la boca y sin abrirla apenas, casi se susurra. Puedes decirle a este extranjero "cenicero" mir¨¢ndole a los ojos y pensar¨¢ en algo rom¨¢ntico, pensar¨¢ en cualquier cosa menos en colillas. Las colillas estropean cualquier sitio, lo convierten en apestoso, y hay fumadores y fumadoras bastante guarros que sueltan el cigarrillo en la acera sin apagarlo siquiera. Dan la ¨²ltima calada y lo tiran caiga donde caiga, no miran atr¨¢s, siguen adelante encendi¨¦ndose el siguiente. Siempre hay alguna colilla en el ascensor, en las escaleras, varias en la puerta del portal como si les molara dejar grabado "aqu¨ª he fumado yo", como si fuera su particular grito de libertad. Por supuesto, no todos los fumadores son as¨ª, no somos as¨ª, pero los hay que piensan que los restos de su fumeque no ensucian. Las colillas, que hasta ahora han sido una prueba de oro para los CSI, tambi¨¦n son una porquer¨ªa. As¨ª que habr¨¢ que colocar ceniceros armatostes por todas partes, m¨¢s negocio para alguien.
Las costumbres cambian. A nadie se le ocurre que el m¨¦dico se fume un pitillo en la cabecera del enfermo, algo que se hac¨ªa como lo m¨¢s normal del mundo. Y m¨¢s a¨²n, al herido, al moribundo, lo primero que se le ofrec¨ªa era un cigarrillo y a veces tambi¨¦n un poco de co?ac. Ha habido ¨¦pocas de un consumo feroz como se puede ver en la serie de televisi¨®n Mad men, en que los personajes se encienden un cigarrillo con otro y tosen constantemente. ?En qu¨¦ casa espa?ola no se ha vivido la misma escena? Dedos manchados de nicotina y s¨¢banas oliendo a tabaco, toses por los pasillos. Todo el mundo con ese peque?o fuego entre los dedos, se?al de unas ganas de libertad que no acababa de llegar. Puede que tambi¨¦n fuese una manera de apagar la ansiedad, la inseguridad, el aburrimiento, el no bastarnos con nosotros mismos, el querer a?adir un extra a nuestra vida. Quiz¨¢ era una manera de tragarnos el tiempo, de tener la sensaci¨®n f¨ªsica de quemar los segundos. El caso es que el cigarrillo nos ha acompa?ado y nos acompa?a de una manera que no comprendemos porque encima nos machaca. Pero as¨ª somos, tambi¨¦n nos gusta lo que nos hace da?o. No nos conformamos con lo bueno, queremos m¨¢s.
Quer¨ªamos ser como las estrellas de Hollywood, a las que pagaban las grandes compa?¨ªas tabacaleras para que el humo del cigarrillo velara sus glamorosos rostros. Y las mujeres empezaron a fumar dentro y fuera de la pantalla para entrar en el mundo de los hombres porque cuando fumar era un placer el placer siempre era cosa de ellos. Las malas fumaban y las buenas se limitaban a mirarlas fumar.
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