?Letras de transici¨®n?
Veinte a?os es una unidad de medida emocional: la frase de Gil de Biedma ("ahora que de casi todo hace veinte a?os") puede ser ap¨®crifa pero el tango es certeramente preciso cuando nos recuerda que "veinte a?os no es nada". Y ambos nos invitan a comprobar si los augurios o las ilusiones han sido ciertos. Italo Calvino pronostic¨® para el milenio que iba a comenzar el a?o 2001 "levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad". Y no s¨¦ si pens¨® en que la realizaci¨®n de todo esto iba a correr de cuenta de la electr¨®nica: en la velocidad de zapping, la levedad del blog y la visibilidad de los foros de participaci¨®n, ya que no es f¨¢cil que la exactitud sobreviva en alguna parte que no sea en las propias entra?as de la m¨¢quina. La fusi¨®n de lo narrativo con el ensayo, tan reciente, ha de tener alg¨²n parentesco con la promiscuidad del blog: la cercan¨ªa del autor y sus lectores nos llevan a narrar las cosas, m¨¢s que a exponerlas de un modo te¨®rico. As¨ª sucede hoy en los trabajos de cr¨ªtica literaria de Vicente Luis Mora, o en los libros miscel¨¢neos de Jos¨¦ Luis Pardo, o en textos como los de Agust¨ªn Fern¨¢ndez Mallo, una suerte de zapping cultural, y de Eloy Fern¨¢ndez Porta, que ha hablado de la cultura afterpop, como hace m¨¢s de treinta a?os se empez¨® a hablar de lo postmoderno. Y un canal televisivo donde zapear (con sus consecuencias morales, como el orden arbitrario y la cita err¨®nea) ha sido la forma interior de la ¨²ltima novela de Manuel Vilas.
S¨®lo hab¨ªa un pron¨®stico de 1990 que era de cumplimiento seguro: que la Guerra Civil seguir¨ªa siendo un tema fundamental para los narradores
La norma constituyente de muchos de estos libros es la inclusi¨®n, la bulimia. Algunas memorias de escritores (pienso en las de Josep Maria Castellet y Rafael Argullol) ceden buena parte del espacio leg¨ªtimo del yo a viajes, historias, personajes conocidos: son demoradas galer¨ªas de espejos. Y otras, sin embargo, se adelgazan hasta convertirse en un provocativo y fibroso ensayo de antropolog¨ªa cultural: la autobiograf¨ªa de F¨¦lix de Az¨²a. Hay dietarios en los que habita fundamentalmente el mundo exterior, golosamente gozado, como fueron los de Antonio Mart¨ªnez Sarri¨®n, y hay otros en que los muchos acontecimientos nunca acaban de desplazar al terco "yo" que los trae y lleva: el Sal¨®n de pasos perdidos, de Andr¨¦s Trapiello. Y hay literatura que se alimenta de literatura, como le sucede fecundamente a la de Enrique Vila-Matas, Sergio Pitol y Jos¨¦ Carlos Llop. Y a su manera par¨®dica, a la de C¨¦sar Aira... Ricardo Piglia acaba de publicar la novela que nunca escribi¨® Borges pero que le hubiera gustado leer al autor de El Sur. Por eso, los libros suelen ser tan dilatados como la dieta bul¨ªmica que los alimenta, pero tambi¨¦n la vivencia del mundo ha aconsejado a otros agazaparse en las formas breves: el microrrelato se ha convertido en una experiencia de nuestro tiempo y un plante desde?oso a la sobreabundancia (siguen siendo referencia las actitudes al respecto del inolvidable Augusto Monterroso). Otros han encontrado la proporci¨®n ¨¢urea del cuento de diez p¨¢ginas y las columnas de a dos, artefactos de precisi¨®n que condensan y ejercitan el ingenio mediante el arte de prescindir: cada cual a su modo, lo hacen Cristina Fern¨¢ndez Cubas, Jos¨¦ Mar¨ªa Merino, Luis Mateo D¨ªez, Quim Monz¨®, Manuel Rivas, Hip¨®lito Garc¨ªa Navarro, que han hecho del cuento un g¨¦nero imprescindible. Las columnas son el dominio de Manuel Vicent, por ejemplo. Juan Jos¨¦ Mill¨¢s respira por igual en el cuento, el art¨ªculo y el reportaje.
No todo es inclusi¨®n indefinida o dr¨¢stica levedad que elimina. Los vaticinios de gur¨²s de la cr¨ªtica como George Steiner y Harold Bloom clamaban hace veinte a?os por el regreso de la trascendencia en la literatura. Y no es esa paradoja el ¨²nico s¨ªntoma de esquizofrenia cultural. Atravesamos -como sab¨ªa Frank Kermode- Reinos de Transici¨®n, y la Transici¨®n es una parte del Apocalipsis. A todos nos ha acontecido todo, en Espa?a, en Am¨¦rica Latina, en el mundo... Y una de las ventajas de la edad de las globalizaciones es que somos menos provincianos. Las editoriales traducen m¨¢s o reeditan t¨ªtulos que no record¨¢bamos. Los escritores ya no tienen como referencia a la tradici¨®n propia (en lo que Juan Benet fue un innovador), ni siquiera persiste el ¨²ltimo marbete regional que parec¨ªa s¨®lido como una roca. En El insomnio de Bol¨ªvar, Jorge Volpi ha declarado la muerte de Latinoam¨¦rica como concepto cultural. Tiene buena parte de raz¨®n: ¨¦l mismo se dio a conocer con un libro sobre Alemania. Roberto Bola?o fue chileno, mexicano y espa?ol, por este orden cronol¨®gico, pero siempre nativo de su imaginaci¨®n. Los argentinos Patricio Pron y Andr¨¦s Neuman cuentan, por avecindamiento, como escritores espa?oles.
A la vuelta de unos a?os, la salom¨®nica pr¨¢ctica del Premio Cervantes -un a?o a cada lado de Atl¨¢ntico- va a ser dif¨ªcilmente sostenible. Ahora nos recuerda, como justa ceniza penitencial, que los de este costado no somos los ¨²nicos due?os de la casa. Pero ?es adecuada la partici¨®n? Esta ha hecho que Monterroso ya nunca podr¨¢ ser Premio Cervantes, ni Juan Jos¨¦ Saer, ni Julio Ram¨®n Ribeyro, ni Idea Vilari?o y Blanca Varela, ni Roberto Juarroz y Homero Aridjis. No es por fastidiar el recordarlo, pero estamos en tiempo de c¨¢nones y listas: valen para el pasado lejano, para el pasado familiar y para orientar el presente. En los primeros noventa todav¨ªa reinaba Valle-Incl¨¢n por lo que hace al pasado lejano, pero ahora parecen compartir la hegemon¨ªa dos personajes tan diferentes como el h¨ªspido P¨ªo Baroja y el fervoroso Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. La generaci¨®n del 50 era ya entonces un referente vital y lo sigue siendo: nos reconocemos todav¨ªa en el nihilismo de S¨¢nchez Ferlosio, la avidez inteligente de Gil de Biedma, el sarcasmo de ?ngel Gonz¨¢lez, la displicencia ir¨®nica de Juan Benet, la emoci¨®n de Brines o las infracciones de Caballero Bonald (y en rasgos de algunos americanos de esa misma generaci¨®n que all¨ª fue menos ad¨¢nica porque ten¨ªa strong fathers).
Pero lo cierto es que hoy no hay tanto canibalismo cultural como anta?o: sean ejemplos la actitud de Luis Garc¨ªa Montero ante personajes tan dispares como Francisco Ayala, Alberti y ?ngel Gonz¨¢lez, o la lealtad de Andr¨¦s S¨¢nchez Robayna a Valente y Juan Goytisolo; la de Miguel S¨¢nchez-Ostiz a Baroja, o el culto a sus sombras literarias amadas que tributa el rey de Redonda, Javier Mar¨ªas.
Otras cosas han cambiado m¨¢s, pero quiz¨¢ s¨®lo porque eran simplificaciones. Se agot¨® la rebati?a entre "poetas de la experiencia" y "metaf¨ªsicos", lo necesario para saber que Olvido Garc¨ªa Vald¨¦s, Ramiro Fonte, Luis Mu?oz, Vicente Gallego o el ¨²ltimo Carlos Marzal est¨¢n en el mismo territorio. Unos se han hecho m¨¢s maduros (Luis Garc¨ªa Montero) y otros -pienso en Joan Margarit, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Jaime Siles o Andr¨¦s S¨¢nchez Robayna- van a lo suyo, que a fin de cuentas es lo que nos importa: la experiencia de vivir o de descubrirlo otra vez, o la reflexi¨®n angustiada de no hacerlo, la grata variedad del mundo o la profunda unidad de todo. S¨®lo hab¨ªa un pron¨®stico de 1990 que era de cumplimiento seguro: que la Guerra Civil seguir¨ªa siendo un tema fundamental para los narradores. Ahora sabemos de a?adidura que no era un rito aborigen y que toda la Europa posterior a 1980 se ha edificado sobre recuerdos culpables mal escondidos: el fantasma de la Segunda Guerra Mundial, la memoria del Holocausto y el Gulag, el fr¨ªo de la primera guerra fr¨ªa, la desaz¨®n de los a?os rojos -los setenta- de Italia y Alemania, los largos d¨ªas de las dictaduras militares y las reconversiones tathcherianas de poco despu¨¦s. Si Eduardo Mendoza, Rafael Chirbes, Bernardo Atxaga, Antonio Mu?oz Molina, Manuel Rivas, Javier Cercas, Almudena Grandes e Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n dedican sus novelas a la contienda del 36, sus antecedentes o sus consecuencias, no es por oportunismo o por capricho...
Veinte a?os es mucho y tambi¨¦n nada. Como escribi¨® Baroja, en cuesti¨®n de la vida "siempre se est¨¢ al principio... y al fin".
Jos¨¦-Carlos Mainer (Zaragoza, 1944) es director de la colecci¨®n de nueve vol¨²menes Historia de la literatura espa?ola, de la editorial Cr¨ªtica.
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