A Bratislava por el Danubio
Jazz y vistas sobre el r¨ªo en la capital eslovaca, a 70 kil¨®metros de Viena
Desde el castillo de Bratislava el Danubio parece un foso gigantesco y embravecido, tan deprisa fluyen sus aguas en direcci¨®n a Hungr¨ªa. A esta capital de la joven rep¨²blica eslovaca se puede llegar navegando desde Viena, tan solo a sesenta kil¨®metros, o desde Budapest. Tambi¨¦n se puede dormir sobre las aguas marrones del Danubio, pues hay hoteles en embarcaciones varadas. Por mi parte, yo llegu¨¦ en avi¨®n y me aloj¨¦ en el hotel Kyjev, un alto bloque muy c¨¦ntrico que tiene el encanto de recordar la ¨¦poca del llamado socialismo real. Ya el vest¨ªbulo, con una decoraci¨®n a?os sesenta y un trabant en medio, promete emociones vintage. Tiene su encanto despertarse en el piso 14 habiendo dormido en un duro camastro estalinista y ver por la ventana el enorme castillo cuadrado de cuatro torres, arriba en la colina, como una pesadilla kafkiana. Abajo, los anticuados trolebuses amarillos contrastan con las vallas publicitarias presentes en cualquier ciudad, y entonces uno se pregunta d¨®nde est¨¢ y qu¨¦ a?o es.
Es s¨¢bado, temprano. Bratislava a¨²n no ha despertado. El mejor momento para atravesar la ciudad vieja en diagonal y hacerse una idea de su atm¨®sfera. Lo primero que llama la atenci¨®n es el acogedor encanto de sus calles amplias, a medio camino entre lo vien¨¦s y lo praguense, y su vocaci¨®n estatutaria. Una variedad de figuras de bronce jalonan las esquinas: un tipo sale de una alcantarilla, otro mira por un catalejo. El toque nost¨¢lgico de un escaparate de sombreros cl¨¢sicos. Grandes edificios barrocos bien conservados; innumerables teatros (divadlos, en eslovaco); muchas iglesias en un espacio reducido, desde la catedral de San Mart¨ªn hasta la capilla de Santa Isabel, adosada a un claustro.
De repente aparece una gran plaza, Hviezdoslavovo, con una fuente que anuncia el paseo flanqueado de caf¨¦s y al otro lado el antiguo gran teatro. Un d¨¦dalo de calles desemboca en la bonita plaza del Ayuntamiento, y luego conducen al palacio Primacial, de estilo clasicista, construido para el arzobispo Bathy¨¢ny. En este primer paseo sin mapa ni direcci¨®n llego por azar a la calle Mileticova, donde me encuentro con la gran animaci¨®n de un mercado abierto: hortalizas, frutas, objetos de mimbre y numerosos puestos de comida donde se desayuna. Vislumbro luego una torre y all¨ª me dirijo. Pertenece a la puerta de San Miguel, y un poco m¨¢s all¨¢ arranca la avenida que sube al castillo.
A primera vista, el conjunto no revela la t¨ªpica monumentalidad de una capital, sino m¨¢s bien la sorpresa de una rica y apacible villa provincial. Un buen lugar para vivir durante una temporada sin apretones urbanos, aunque se dice que Bratislava (425.000 habitantes) tiene gran densidad de poblaci¨®n. Lo cual debe ser cierto, pues a medida que avanza la ma?ana el centro se anima, los caf¨¦s se llenan, los j¨®venes salen, la gente fluye. Y esto ir¨¢ en aumento hasta la apoteosis del s¨¢bado noche.
Ciudad amable, abierta, que muestra con modestia sus tesoros, se nota en Bratislava el esfuerzo hecho a ¨²ltima hora para modernizarla. Numerosos edificios de acero y cristal destacan entre joyas de la arquitectura. La historia la ha favorecido, pero tambi¨¦n la ha maltratado. Ha tenido muchos nombres (Preslava, Poszony, Presburgo, incluso Istropolis, ciudad del Danubio en griego) y ha pasado por muchas manos (los magiares, los turcos, los alemanes, los eslavos), ha visto coronar 11 monarcas de Hungr¨ªa, y tambi¨¦n c¨®mo Napole¨®n reduc¨ªa la enorme mole del castillo a escombros tras la batalla de Austerlitz.
Desde el castillo veo las barcazas planas y largas, negras, as¨ª como los cruceros que se deslizan por el r¨ªo en ambos sentidos y el puente nuevo, sostenido por dos pilares inclinados desde donde cuelgan cables de acero. En lo alto del puente hay una construcci¨®n parecida a un platillo volante, con ese estilo duro y orgulloso del tiempo que fue construido. Tal vez la mejor vista del Danubio desde una ciudad. Adem¨¢s la bajada, rodeando la colina rocosa que lo sostiene, hasta pasar por la puerta de Segismundo, va abriendo nuevas panor¨¢micas del puente y la ciudad vieja, con sus muchos campanarios.
Cerca de la columna que conmemora el final de la peste, busco un lugar donde comer un halusky. Se trata de unos gnocchi de patata, aderezados con queso de oveja y tiras de bacon. Una kelt, cerveza local, va bien para remojar esta especialidad culinaria eslovaca. Tras el caf¨¦ en el Maximillian, una antigua chocolater¨ªa, me dirijo al convento franciscano que ocupa una gran manzana en el centro. En la misa hay bastantes j¨®venes y algunos ni?os corretean en el jard¨ªn del claustro, presidido por un gran roble. Un recorrido por las iglesias de los trinitarios, la de las clarisas, la de los jesuitas y el domingo por la ma?ana la alegre iglesia azul, extramuros, me convencen de que la poblaci¨®n es devota, ha vuelto a sus ra¨ªces, si es que en el periodo comunista dej¨® de serlo. Prueba de ello es la sinagoga, en la que montan guardia dos j¨®venes que disuaden a los gentiles como yo de husmear, mientras ni?os con kipa hacen quiebros con sus bicicletas por la calle Heydukova, soleada y desierta. La ciudad alberg¨® una numerosa comunidad jud¨ªa y es lugar de peregrinaci¨®n el mausoleo del rabino Chatam Sofer.
El deb¨² de Liszt
De las iglesias a los palacios, que tienen la virtud de estar integrados con naturalidad en el tejido de calles y plazas. El palacio de Pauli, por ejemplo, donde debut¨® Franz Liszt a la edad de nueve a?os. Un barroco elegante y sobrio triunfa en los palacios Keglevich y P¨¢lfffy. Al palacio Grassalkovich me acerco para vagar por su jard¨ªn trasero. De la ciudad medieval queda poco, un tramo de murallas, as¨ª como una, la de San Miguel, de las cuatro puertas de la ciudad vieja. Bratislava carece de grandes museos, hasta el punto de que la Galer¨ªa Nacional Eslovaca puede recorrerse en una hora. Pero vale la pena llegarse al Museo Milan Dobes, que tiene una buena colecci¨®n de arte constructivista. Cediendo a mi debilidad por el chocolate, pido indicaciones para encontrar la calle Racianska y la f¨¢brica Figaro, cuyo olor a cacao inunda todo el barrio.
La noche es animada. Blava, como la llaman los locales, es joven, universitaria. Me recomiendan recalar en el Jazz Caf¨¦, un animado s¨®tano de la calle Vent¨²rska, donde pruebo el vino de los bajos C¨¢rpatos y el caviar. La popular Michalska est¨¢ en su apogeo a la media noche, llena de luces y voces.
Reservo el domingo por la ma?ana para subir a una de las colinas, salpicada de villas caras y casas modernas, donde despunta el cementerio Slavin, dedicado a los rusos ca¨ªdos en la liberaci¨®n de la ciudad. Un lugar raro, solitario. La vista del r¨ªo y la urbe, que comprende los sovi¨¦ticos bloques de hormig¨®n de Petrzalka, me hace pensar que en Bratislava me quedar¨ªa a vivir una temporada.
? Jos¨¦ Luis de Juan es autor de Sobre ascuas (Destino)
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Ryanair (www.ryanair.com) vuela directo a Bratislava desde Alicante, Girona, Las Palmas de Gran Canaria, M¨¢laga y Palma de Mallorca. Ida y vuelta, a partir de 68 euros (sin maleta facturada).
? Otra atractiva posibilidad es volar a Viena. Iberia (www.iberia.com) y Niki (www. flyniki.com) tienen vuelos directos desde Madrid. Desde all¨ª, se llega a Bratislava por el Danubio (25 euros ida y vuelta). Dos empresas cubren el trayecto: Lod (www.lod.sk) y Twin City Liner (www.twincityliner.com).
Informaci¨®n
? Turismo de Bratislava (http://visit.bratislava.sk/ES/; 00421 2 54 43 37 15).
? Castillo de Bratislava (www.snm.sk; 00421 2 54 41 14 44).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.