Europa acorchada
Hace ya casi 60 a?os dos se?ores cristianos y de derechas firmaron un pacto por el que Francia y Alemania se reconciliaban y se compromet¨ªan a abandonar la violencia como medio para resolver las diferencias entre los dos m¨¢s importantes pa¨ªses continentales. Se trataba de Konrad Adenauer y de Charles de Gaulle. No estoy seguro de que los europeos se dieran cuenta entonces de la importancia del hecho. Pero quiero pensar que ellos s¨ª. El acuerdo llevaba muchas cosas impl¨ªcitas, despu¨¦s de que Europa hubiera sufrido la pesadilla hitleriana. Y entre esas cosas destacaba la firme vocaci¨®n de que la democracia fuera el lecho en el que se asentara una nueva ¨¦poca.
Desde 1963 han pasado tantas cosas en el continente que casi abruma su enumeraci¨®n. Contabilizadas las d¨¦cadas que han pasado en tiempos hist¨®ricos, ha habido un r¨¦cord de acontecimientos, que han desembocado en una Europa en la que conviven 27 pa¨ªses que aceptan valores sobre las libertades, los derechos humanos, la circulaci¨®n de personas. Pero tambi¨¦n reglas econ¨®micas que han dado lugar a un armaz¨®n econ¨®mico de gran magnitud.
Una nueva ideolog¨ªa, la primac¨ªa de "los mercados", sustituye a los avances en la democracia
Se habla del nuevo amo con devoci¨®n. Se escuchan sus mensajes como antes los del Se?or
No todo son buenas noticias, sin embargo, en los ¨²ltimos a?os, sobre lo que acontece en este lugar del mundo privilegiado reducto de la libertad y la excelencia. Aquel esbozo de Europa que se asentaba en un acuerdo sobre el carb¨®n y el acero, adem¨¢s de la mantequilla, tiende cada vez m¨¢s a cambiar su naturaleza de car¨¢cter eminentemente pol¨ªtico (hay un gobierno europeo con bastantes competencias) e ideol¨®gico (de nuevo, la democracia aparece como algo intocable), por su car¨¢cter econ¨®mico, aunque ahora bien lejos del asunto del acero y muy cerca de los aspectos financieros.
Una nueva ideolog¨ªa, la de la primac¨ªa del fantasma llamado "los mercados" ha venido a sustituir a la de los avances en la democracia. Con un grave efecto: que nadie conoce al nuevo sujeto y nadie, por tanto, es capaz de negociar con ¨¦l. Pero se habla de ese sujeto con aut¨¦ntica devoci¨®n. Se escuchan sus mensajes como se escuchaban antes los del Se?or. Los mercados nos env¨ªan castigos en forma de plagas, nos avisan, y los sacerdotes se encargan de interpretar sus recados con ineficiencia humana. Unos aciertan y otros no.
Ha habido un trasvase de la responsabilidad de las decisiones pol¨ªticas a las decisiones no siempre bien explicadas de los gur¨²s de las finanzas. Un trasvase que es tan importante que no encuentra su autoridad en, por ejemplo, los bancos centra-les, ligados a la pol¨ªtica, sino en instituciones vac¨ªas de legitimidad, como algunas agencias de calificaci¨®n en las que conviven los delincuentes de cuello blanco con los t¨¦cnicos ajenos a los deseos de los ciudadanos.
Esto provoca gigantescos disparates. Por ejemplo, el de que los ajustes que ya aceptamos todos como inevitables, se apliquen por los Gobiernos con mano de hierro sin que nadie parezca buscar el consenso entre los ciudadanos que han votado a la opci¨®n pol¨ªtica que los instrumenta.
El de las pensiones no es un mal ejemplo. A cualquiera se le convence poniendo los n¨²meros sobre la mesa: ?ser¨¢ posible mantener el sistema teniendo en cuenta la evoluci¨®n de la demograf¨ªa y la competitividad de un pa¨ªs? En Espa?a, bastar¨ªa con hacer bien los n¨²meros. Y otro pacto de Estado al saco. Bien. Pero resulta que la pol¨ªtica deja de jugar cuando se habla del sistema en general y de las acciones que podr¨ªan tomarse para legitimar decisiones as¨ª y para evitar que los mercados nos vuelvan a dar un disgusto.
Europa, el gobierno europeo que est¨¢ m¨¢s en la sombra que en la eficiencia, ha aceptado sin chistar que los gestores de las agencias delincuenciales se suban los sueldos, que los gestores de los bancos que han envuelto a millones de ciudadanos en hipotecas disparatadas se queden ahora con su piso a cambio de nada, que los gestores de las entidades financieras que han requerido las ayudas de quienes pagan impuestos no concedan cr¨¦ditos a las peque?as empresas... Y han aceptado sin rechistar que mientras se alarga la edad de jubilaci¨®n de los trabajadores se siga prejubilando a decenas de millares de otros trabajadores, dependientes del sector p¨²blico o de grandes empresas financieras, a costa de quienes se quedan sin trabajo o cambian el que tienen por uno precario. Estos no son argumentos demag¨®gicos: son hechos de los que podemos leer cada d¨ªa en el peri¨®dico. Ni es demag¨®gico escandalizarse, por ejemplo, con que un reciente art¨ªculo de un experto en finanzas, Carlos Arenillas, sobre las remuneraciones y las responsabilidades de los ejecutivos, no haya provocado la menor pol¨¦mica, sino que se ha silenciado. Tanto se ha silenciado que no hay la menor huella de responsables pol¨ªticos sobre la importancia de sus argumentos.
Europa est¨¢ acorchada, ensimismada e indefensa ante las noticias que cada d¨ªa nos avisan del diferencial de la deuda. Los europeos ven con alivio que el vicepresidente chino anuncia que va a comprar deuda. Eso nos salvar¨¢.
Nos salvar¨¢ de la crisis econ¨®mica, dicen los gur¨²s. Y nos salvar¨¢ de la crisis moral que amenaza, de una forma virulenta, con truncar el camino que abrieron los dos se?ores cristianos y de derechas en 1963.
Porque son los mercados los que nos dicen ahora cosas que entran en el terreno m¨¢s sensible y delicado de lo que cre¨ªamos que era Europa: hay que tener cuidado con que nadie haga caricaturas de Mahoma; hay que ser muy cauto al permitir que una ONG n¨®rdica le d¨¦ un premio que se llama Nobel a un disidente chino; hay que poner sordina a la represi¨®n en el Magreb porque lo que viene despu¨¦s ser¨¢ mucho peor; hay que ignorar las violaciones de los derechos humanos en Cuba y Venezuela.
Y hay que llevar con mano de seda el asunto de la represi¨®n de la libertad de expresi¨®n en Hungr¨ªa. Por no hablar de la brutal pol¨ªtica xen¨®foba, que linda las fronteras del nazismo, de las autoridades de Letonia, un pa¨ªs que mantiene al 30% de su poblaci¨®n en la condici¨®n de ap¨¢tridas porque son de ascendencia rusa. Los dos son pa¨ªses admitidos en la Uni¨®n Europea. ?Por qu¨¦? Suponemos que por los mercados, que estiman que la ampliaci¨®n es buena para la robustez de la econom¨ªa.
Europa se acorcha. Los ciudadanos no piden responsabilidades, no exigen que se cumplan los m¨ªnimos. Aguantan con estoicismo el desarrollo de leyes xen¨®fobas en Italia y Francia. Y dejan sin castigo a quienes nos han metido en el peor embrollo econ¨®mico desde 1929. Sin castigo y con premio.
?Volver¨¢ la pol¨ªtica a Europa? ?Volver¨¢n la rabia y el desorden democr¨¢tico?
Jorge M. Reverte es periodista y escritor.
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