Mucha tela para tan poca bolsa
A veces en el mundo del teatro pasan cosas muy raras o al menos a m¨ª me lo parecen. Lo de Pinter, por ejemplo. Pinter tiene un mont¨®n de obras formidables; algunas ni siquiera estrenadas en Espa?a, como No Man's Land (para mi gusto, su pieza maestra -y que sale baratita: cuatro personajes)- o la conmovedora Moonlight. De repente, dos teatros p¨²blicos (el Valle-Incl¨¢n y el Lliure) deciden, con pocos meses de diferencia, montar la que probablemente sea la peor funci¨®n de su historial, Celebraci¨®n, que el propio Pinter dirigi¨® en 2000, en el Almeida de Londres, en programa doble con La habitaci¨®n. La cosa ten¨ªa all¨ª su sentido: se trataba de juntar la primera y la ¨²ltima, porque con Celebraci¨®n se cortaba Pinter la coleta autoral para concentrarse en su lucha pol¨ªtica. Los cr¨ªticos brit¨¢nicos dijeron que Celebraci¨®n era "un divertimento", que es lo que suele decirse cuando un autor consagrado se descuelga con una obrita menor, m¨¢s o menos humor¨ªstica, que no hay por d¨®nde cogerla. Algunos hablaron tambi¨¦n de late style, de que Pinter se lanzaba "por fin" al humor y la comedia ¨¢cida, como si no hubiera sido feroz y divertido nunca (y mucho m¨¢s que en Celebraci¨®n, por cierto). Hay que hilar muy fino con lo del late style, porque a veces es delgad¨ªsima la frontera entre la "reelaboraci¨®n formal y tem¨¢tica" y el autoplagio descarado: a m¨ª se me arruga la nariz cuando tengo la impresi¨®n, como es el caso, de que la ¨²ltima obra de un cl¨¢sico parece escrita por un disc¨ªpulo o un imitador. Bueno, ya est¨¢ bien de meterse con Pinter: a la mejor puta se le escapa un pedo, como dir¨ªan los brutales parroquianos de la obra. Volvamos al principio, a la casi simultaneidad de Celebraci¨®n en dos teatros p¨²blicos. Puede ser por conjunci¨®n astral, no digo que no, y puede que sus programadores se dijeran: "Es ligerita, una hora, unas risas, habla de cosas de ahora mismo, y adem¨¢s es un Pinter. Igual si montamos otra suya, "de las intensas", la gente no va". Se me pas¨® el montaje de Carlos Fern¨¢ndez de Castro en el Valle-Incl¨¢n. El que nos ha servido Llu¨ªs Pasqual para su retorno al Lliure, cuyas riendas comenzar¨¢ a llevar la pr¨®xima temporada, lo emparenta formalmente con su puesta (tambi¨¦n en el Lliure, cosa curiosa) de M¨®vil, de Sergi Belbel: hinchar escenogr¨¢ficamente la peque?ez seg¨²n el viejo adagio de "ande o no ande, la burra grande". Celebraci¨®n es una obra que puede hacerse con dos mesas y seis sillas. Lustrosas, porque pasa en un restaurante de lujo, pero sin m¨¢s perifollos. En la escenograf¨ªa que Pasqual le ha encargado a Paco Azor¨ªn, esas dos mesas y seis sillas est¨¢n montadas en dos plataformas hidr¨¢ulicas que, a guisa de ascensor, nos trasladan de una a otra planta del restaurante. En la plataforma superior hay un giratorio, para que veamos las caras de sus cuatro comensales. Al fondo hay una escalera de caracol y un enorme mural de Mir¨®, porque Pasqual ha ambientado la historia (traducida al catal¨¢n por Mart¨ª Sales) en "la Barcelona de Millet". Tanto los comensales de la mesa uno -dos hermanos (Eduard Farelo, Jordi Bosch), "consultores estrat¨¦gicos", y sus esposas (M¨ªriam Iscla, Marta Marco), tambi¨¦n hermanas- como la pareja de la mesa dos -un banquero (Roger Coma) y su mujer (Clara Segura)- pertenecen al mundo de las alt¨ªsimas finanzas. En manos de Pasqual, sin embargo, la funci¨®n parece un cruce entre La boda de los peque?os burgueses y aquel Glups! de Lauzier/Dagoll Dagom, adobado con unas cuantas canciones (mientras suben y bajan las plataformas) y un bailecito final. La reconcentrada sequedad de Pinter se lleva a un tono bufo (las borracheras, los enfrentamientos) y a unos perfiles de caricatura barata: debe de ser lo ¨²nico barato del montaje. Dentro de esa l¨ªnea excesiva, hay muy buenos trabajos: la rubia platinesca y zorrapia que Clara Segura compone sin resbalar hacia el clich¨¦; la feroz revisi¨®n del mundo infantil (para mi gusto, el mejor fragmento del texto) a cargo de la no menos estupenda M¨ªriam Iscla. Tambi¨¦n est¨¢n muy bien, en roles escu¨¢lidos, el ma?tre lamebotas (Pep Sais), la lun¨¢tica due?a del restaurante (?ngels Moll, once more into the breach) y el camarero (Boris Ruiz) evocador de ficticias glorias pasadas, cuyos incisos parecen descartes de los mon¨®logos de Spooner en No man's land. Los restantes int¨¦rpretes, todos ellos de probado talento, se limitan a seguir las pautas marcadas por el director. Poco m¨¢s tengo que decir de esta funci¨®n, y eso es muy enojoso, porque se supone que el teatro sirve para que te lleves algo a casa: una pregunta, una intuici¨®n, una emoci¨®n, un placer. Si Pinter nos dice algo m¨¢s profundo que el lugar com¨²n de que en la clase dominante predominan la arrogancia, la brutalidad y la memez, yo no he conseguido adivinarlo. Lo que s¨ª tengo claro es que para ese viaje no hacen falta ni nueve actores ni esas alforjas. Breve: yo no s¨¦ de qu¨¦ sirve esta obra, ni por qu¨¦ se ha montado con unos mimbres que supongo muy costosos, cuando por todos lados aducen "la que est¨¢ cayendo" para denegar subvenciones y recortar presupuestos de cultura; cuando hay tantas buenas funciones que no ven la luz, y tantas compa?¨ªas que no pueden acceder a los teatros p¨²blicos. Algo parecido pens¨¦ (y me lo dej¨¦ en el tintero) tras ver el Beaumarchais de Flotats: ?hac¨ªa falta gastarse tanta pasta en reparto y pelucas para una pieza tan delgadita? Por lo menos hab¨ªa all¨ª el perfil de un personaje sugestivo; aqu¨ª, ni eso. Como mucho, una singular unificaci¨®n de fondo y forma: no deja de resultar tristemente ir¨®nico que Llu¨ªs Pasqual se gaste ese dinero en una obra que pretende ser una cr¨ªtica de los nuevos ricos. Para no dejarles con mal sabor de boca, les recomiendo vivamente El arquitecto, de David Greig (tambi¨¦n en el Lliure, pero en Montj¨¹ic). Buen texto, amargo, con gancho y pegada, en ¨®ptima traducci¨®n catalana de Cristina Genebat; con impecable direcci¨®n de Julio Manrique (de nuevo en el ring, tras el tropiezo de El jard¨ªn de los cerezos) y un reparto sin una nota falsa. En breve me explayo, porque vale la pena.
La reconcentrada sequedad de Pinter se lleva a un tono bufo y a unos perfiles de caricatura barata
Celebraci¨® de Harold Pinter. Traducci¨®n de Mart¨ª Sales. Direcci¨®n de Llu¨ªs Pasqual. Teatro Lliure. Barcelona. Hasta el 27 de febrero. www.teatrelliure.com.
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