"La monta?a nos permiti¨® sobrevivir"
Moro y su equipo sufrieron un alud y fort¨ªsimos vientos en el G II - El italiano, primero en subir un ochomil del Karakorum en invierno, se llev¨® basura de la cima a pesar de estar en peligro
Hay alpinistas fieles a una religi¨®n particular, creyentes de un poder et¨¦reo: si la respetas, la amas y la tratas bien, la monta?a te recompensa. Es la fe en el quid pro quo (dar algo a cambio de algo). Simone Moro tuvo tiempo, tras pisar el pasado jueves la cima del Gasherbrum II (G II, 8.035 metros) y convertirse en el primero en subir en invierno un ochomil del Karakorum, de llenar su mochila con la basura encontrada. Un gesto de respeto, su ofrenda particular, un detalle de gratitud de aspecto nimio de no ser porque en ese momento el italiano, el kazajo Denis Urubko y el estadounidense Corey Richards luchaban para seguir con vida azotados por rachas de viento de hasta 100 kil¨®metros por hora. Pero hay convicciones que uno no puede evitar alimentar.
"Arriba no solo sent¨ª una alegr¨ªa ego¨ªsta. El alpinismo hab¨ªa subido otro pelda?o"
Moro ya vivi¨® en 1997 un desprendimiento en el Annapurna. Sus dos compa?eros murieron
El tr¨ªo acababa de hacer historia al conquistar por vez primera un ochomil de Pakist¨¢n en pleno invierno al amparo de una ventana de 36 horas de buen tiempo, ventana que se cerr¨® de golpe a las 11.40, justamente al pisar la cima con una sensaci¨®n t¨¦rmica de 60 grados bajo cero.
"All¨ª arriba no solo sent¨ª una alegr¨ªa ego¨ªsta. Supe que el alpinismo hab¨ªa conquistado otro pelda?o, algo que debe alegrar a toda la comunidad monta?era", reconoce Moro, empe?ado desde hace casi una d¨¦cada en la tarea. "Pero, a partir de ese momento, los tres fuimos conscientes de que est¨¢bamos tratando de escapar de la muerte", afirma. Su voz al otro lado del tel¨¦fono sat¨¦lite suena tan dicharachera como siempre, sin rastro alguno de la angustia vivida a lo largo de los seis d¨ªas invertidos en la gesta. "Creo", explica sin sorna, "que la monta?a apreci¨® el hecho de que bajase una gran bolsa de basura y nos permiti¨® sobrevivir".
Su compa?ero Richards, en cambio, todav¨ªa no se ha sacudido el pavor: "Fue al atravesar el plateau bajo la pir¨¢mide somital cuando el tiempo empeor¨® de veras. Ah¨ª experimentamos realmente lo que es el invierno en el Karakorum. La situaci¨®n se volvi¨® casi inmanejable. Era uno de esos d¨ªas en los que todo va saliendo bien, aunque sabes que caminas sobre un filo que amenaza con convertirlo en algo dram¨¢tico".
Eso fue lo que casi sucedi¨®, seg¨²n Moro: "Ocurri¨® lo que puede ocurrir en invierno en plena tormenta, cuando est¨¢s cansado y no haces las cosas normales. No es que asumi¨¦semos muchos riesgos. Es solo que las condiciones eran terribles. Para cruzar la zona peligrosa bajo el G 5 normalmente se invierten 15 o 20 minutos, pero, con nieve tan profunda y teniendo que abrir huella, tardamos much¨ªsimo m¨¢s. La rotura de un serac [masa de hielo] arrastr¨® parte de la nieve acumulada por el viento en las laderas del G 5 y se nos vino todo encima. Cuando pas¨® el alud, comprob¨¦ que estaba casi fuera, pero hab¨ªa perdido los guantes. Enseguida me desencord¨¦ y vi el buzo de pluma amarillo de Corey. Lo desenterr¨¦ con mis manos desnudas, cavando, e hice lo mismo con Denis, cuya cara tambi¨¦n estaba a la vista. Veinte minutos despu¨¦s y con una visibilidad de apenas un metro, Corey cay¨® en una grieta y lo sacamos gracias a los jumars [aparatos bloqueadores de la cuerda]. Fue un d¨ªa terrible. Los banderines de color que marcan el camino nos salvaron la vida. Abrimos huella en equipo, trabajando todos a una. Nos cost¨® ocho horas recorrer el camino entre el Campo 1 y el Base, algo que normalmente cuesta tres horas. Despu¨¦s de seis d¨ªas en la monta?a, casi no ten¨ªamos energ¨ªas, pero sab¨ªamos que hasta que llegas al Base no has ganado la partida. Ahora puedo decir que ha sido maravilloso, pero tambi¨¦n muy extremo, y no dejo de acordarme de la bolsa de basura".
Para Richards, no se trat¨® de un descenso, sino de una huida a c¨¢mara lenta, impedida por el fr¨ªo extremo y las cantidades ingentes de nieve que se acumularon en apenas unas horas: "Debemos dar las gracias por seguir con vida... Algo ha cambiado para siempre en mi manera de ver estas monta?as", asegura el norteamericano; "fue el peor d¨ªa que he pasado en una monta?a y creo que a partir de ahora voy a celebrar tambi¨¦n el 4 de febrero como el de mi otro cumplea?os".
Es la segunda vez que Moro escapa de un alud en el Himalaya. En 1997, intentando escalar en invierno el Annapurna 1 (8.078 metros) en compa?¨ªa de Anatoly Boukreev y Dimitri Sobolev, una avalancha los arrastr¨®. Simone emergi¨® vivo 500 metros por debajo del punto de impacto. Nunca se encontraron los cuerpos de Sobolev ni de Boukreev, alpinista de leyenda e injusto antih¨¦roe de Mal de altura, el bestseller de Jon Krakauer.
Moro, semidesnudo y con graves lesiones en sus manos, quemadas al agarrarse a la cuerda que un¨ªa a los tres, estuvo vagando por el glaciar durante horas hasta que alcanz¨® el Campo Base, en el que tan solo hab¨ªa una senderista que hab¨ªan conocido durante la marcha de aproximaci¨®n, invitada por unos d¨ªas y que acab¨® salvando su vida. Todav¨ªa hoy no se explica c¨®mo sobrevivi¨®.
"Creo que hemos abierto una puerta y tengo la esperanza de que en pocos a?os se conquisten en invierno los cuatro ochomiles paquistan¨ªes que faltan", conf¨ªa Moro. El italiano piensa ya en el K2 para el pr¨®ximo invierno.
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