Polvo querido
Me he visto recientemente ante la evidencia de ser uno de los ¨²ltimos madrile?os adictos al disquete. Ya s¨¦ que l¨¦xicamente la palabra adicto no es apropiada en este contexto, y tendr¨ªa yo que haber escrito usuario. Si empleo adicto es para subrayar la naturaleza sectaria de mi anomal¨ªa, de la que no me enorgullezco pero tampoco me averg¨¹enzo. M¨¢s radical a¨²n habr¨ªa sido hablar de devoci¨®n o culto a ese delgado objeto cuadril¨¢tero y con dos caras que en un tiempo reciente fue tan popular. Quiero aclarar sin embargo, antes de proseguir, que no soy un exhibicionista, al menos no en la inform¨¢tica, ni estoy aqu¨ª alardeando de mi rareza como forma de distinci¨®n decadente, al modo en que Oscar Wilde se hac¨ªa notar en Londres a fines del siglo XIX llevando un clavel verde en la solapa. Mi caso es m¨¢s modesto.
Sigo apegado desde hace a?os a un ordenador monocromo, sin m¨®dem ni puertos USB
La maquinaria moderna no tiene en m¨ª a una fashion victim, pero tampoco vayan ustedes a pensar que escribo mis art¨ªculos con c¨¢lamo mojado en tinta, o que utilizo para comunicarme con los dem¨¢s el pergamino lacrado. Estoy al d¨ªa en las prestaciones de los aparatos, a los que suelo llegar con un retraso medio de dos generaciones tecnol¨®gicas, y limitando su gama a lo m¨¢s b¨¢sico; soy un enemigo ac¨¦rrimo de los m¨®viles en los lugares p¨²blicos y he rechazado hasta hoy la amable invitaci¨®n de los espont¨¢neos para sumarme a las redes sociales de una internacional de la amistad a la que solo veo ventajas para ligar o para derrocar al tirano. No estoy por la labor en lo primero, y en lo segundo dudo de que mis derrocables fueran, en el amplio mundo del tuiteo, compartidos.
Mi caso, dije antes. Se trata, prosaicamente, de que sigo apegado desde hace muchos a?os a un ordenador monocromo, sin m¨®dem ni puertos de entrada de USB, y en tal artilugio de la era neol¨ªtica escribo, fuera de Madrid, mis libros y textos extensos, que despu¨¦s, al volver a la capital, he de traspasar al ordenador-madre (sensiblemente m¨¢s avanzado) por medio del disquete de toda la vida, formateado y de alta densidad. Ese PC rupestre es irremplazable para m¨ª, no solo por su extrema simplicidad de manejo y su fiabilidad, ajena a todos los virus de la modernidad. Le tengo un aprecio f¨ªsico, por no decir sentimental, y del mismo modo que ustedes no se desprenden de sus mascotas queridas cuando envejecen y se ponen torponas (los perros) o hier¨¢ticas (los gatos), mi PC tendr¨¢ un sitio en el coraz¨®n de mi casa mientras ¨¦l aguante.
Pero lleg¨® el momento, hace unos d¨ªas, de reponer mi peque?o almac¨¦n de disquetes, que, a medida que iban cayendo en desuso se fueron haciendo objetos de coleccionista, solo hallados en El Corte Ingl¨¦s de Princesa y en una marca, Memorex, que los fabricaba con carcasa transparente de vivos colores, quiz¨¢ para hacerlos m¨¢s atractivos en esta sociedad nuestra tan chillona. Pues bien, ya no. Ninguna de las sucursales de estos almacenes dispon¨ªa de ellos, aunque los amables empleados evitaban darme, al ver mi gesto ansioso, un no rotundo; "hace algunos meses que no nos llegan, pero ?qui¨¦n sabe? Tal vez reaparezcan en el surtido".
Inici¨¦ as¨ª una larga peregrinaci¨®n personal que me llev¨® a las tiendas del ramo y a Google, donde mis amigos daban por hecho que encontrar¨ªa lo que buscaba; la ¨²nica tienda que figuraba en la Red con un stock de disquetes estaba en la Alameda de Osuna, con parada de metro de la l¨ªnea que pasa por mi casa, y hasta all¨ª me fui, con la idea de visitar despu¨¦s de la compra los hermosos jardines de El Capricho. Hab¨ªan vendido el ¨²ltimo pack el d¨ªa antes. Pasaban los d¨ªas y aumentaba mi angustia. Hasta que en una tienda de la calle del Barquillo que no los ten¨ªa me hablaron de otro comercio cercano que podr¨ªa tenerlos. All¨ª los encontr¨¦, con la informaci¨®n adicional del vendedor de que hay no tanto particulares extravagantes como empresas que los siguen utilizando. Y mientras haya demanda, por peque?a que sea, habr¨¢ oferta, me dijo el hombre, con la filosof¨ªa del buen comerciante.
Hace casi seis meses, le¨ª en la secci¨®n de Tendencias del peri¨®dico un art¨ªculo fechado en Barcelona sobre la pervivencia de otro f¨®sil de nuestra vida electrodom¨¦stica, el disco de vinilo. Tambi¨¦n tengo de estos, pero ya no los oigo; un amigo entendido me convenci¨® de que los guardara y fuera paciente: llegar¨ªa el d¨ªa de su resurrecci¨®n, y parece que ya ha llegado, al menos entre los gourmets de la m¨²sica.
?Seremos alg¨²n d¨ªa ¨¦picos los obsoletos? La imagen que me viene a veces a la cabeza es rom¨¢ntica, y consiste en imaginar que en el futuro, muertos ya todos nosotros y desformateada la materia de los discos y los disquetes, habr¨¢ una arqueolog¨ªa de nuestros enseres y una ¨¦pica de nuestro abastecimiento resistente. Las mejores p¨¢ginas de la magn¨ªfica Sunset Park tratan de ello. Los rescatadores del mundo de los objetos desusados son en la novela de Auster almas que almacenan tambi¨¦n su propia obsolescencia sentimental. Pero se puede pensar una versi¨®n heroica de esos rescates, en la que un nuevo Indiana Jones buscara, en fondos de reptiles peligrosos y asediado por las tribus urbanas de los high techs, el arca perdida de lo que un d¨ªa fue novedad llamativa, dej¨® de serlo, se mantuvo guardado por un pu?ado de fieles, y el curso de la historia, antes de hacerlo polvo del todo, lo hizo polvo querido.
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